miércoles, 28 de abril de 2010

Un hit puesto en escena para espectadores atentos

Teatro dentro del teatro. Antonio Grimau, Alejandro Awada, Sofía Gala, Alejandra Rubio y Romina Ricci hacen de otros y de sí mismos.

TEATRO / CRÍTICA / El ANATOMISTA

Acostumbrado a transitar con comodidad tanto las salas de teatro alternativo como los escenarios de la avenida Corrientes, José María Muscari aprendió hace tiempo cómo hacer para darle a cada uno de sus públicos lo que quiere ver. Si Crudo y Auténtico, por citar dos de sus últimos trabajos, captaron a los fans más under, En la cama, Escoria y Fuego entre mujeres se llevaron los aplausos del público más mainstream del director. Con El anatomista sucede algo extraño: contra todos los pronósticos, la acompaña el público joven (a pesar del precio de las entradas), pero también las señoras del barrio, Barrio Norte (a pesar de que la propuesta refuerza el costado antieclesiástico que exponía el hit editorial de Federico Andahazi, inspiración de esta obra).

Traspuesta por primera vez a otro lenguaje –aunque los derechos para filmarla están en manos de una productora italiana, todavía no hay film en camino–, era de esperar que, en algún momento, la novela sobre el anatomista Mateo Colón –a quien se adjudica el “descubrimiento” del clítoris– fuera llevada a escena. También era esperable que Muscari descuartizara el texto –e incluso su adaptación teatral, a cargo de Luciano Cazaux– para introducir elementos de su dramaturgia, bastante menos solemne que la narrativa del autor de El secreto de los flamencos.

Acá los saltos temporales son constantes y en el presente abunda el lenguaje coloquial, los actores interpretan a sus personajes pero también hacen de sí mismos y las líneas autorreferenciales están a la orden del día (Alejandra Rubio aparece en escena ¡leyendo la novela de Andahazi!, Sofía Gala pide, en cierto momento, que los técnicos le “bajen un poco a Santaolalla”, en referencia a Gustavo, quien compuso la música original, entre decenas de ejemplos).

Y si bien es cierto que el recurso del teatro dentro del teatro dejó de ser noticia hace cuatro siglos (antes de El anatomista existió La tempestad de William Shakespeare), el procedimiento surte efecto de la mano de una puesta en escena que no subestima al espectador. Al contrario: “Presten atención, que acá todo viene así, fragmentario”, advierte Alejandra Rubio entre escena y escena a los espectadores menos atentos.

El anatomista de Muscari hace hincapié, mucho más que la novela, en el juicio que el inquisidor Alessandro de Legnano (Antonio Grimau) lleva adelante contra Mateo Colón (Alejandro Awada), quizá para meterse con un tema que el director no ha transitado demasiado en sus obras pero que presumiblemente haya sido motivo alguna vez de preocupación o de disgusto: la opresión y la intromisión que puede ejercer la religión en la vida de muchos, ayer, hoy y siempre.

Fuente: Crítica

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