Sueño cumplido
La cantante cuenta cómo logró actuar en la tierra que vio brillar a sus admirados Ives Montand y Edith Piaf.
Por: Eduardo Slusarczuk
Cuando tenía 17 años, unos tíos se fueron a vivir a París con sus dos hijos y me invitaron a viajar con ellos. Acepté y me quedé viviendo allí casi tres años. Salía todos los días a ver museos, a esos cines en los que se podía fumar, que pasaban películas de los años '40. Los fines de semana viajaba por Europa. Leía hasta que los ojos me quemaban."
No hace falta mucho más para entender por qué Francia tiene desde entonces un significado especial para Marikena Monti. O desde antes. desde que, un año antes, por primera vez escuchó a Piaf. "De todos modos, en ese momento no me provoco un impacto tan fuerte. De hecho, no se me ocurrió ir a verla mientras estaba en París", admite.
Conjeturas. En todo caso, Marikena opta por atribuirle más peso al mandato sin palabras que suponía tener una abuela francesa. "Un personaje maravilloso -exclama- quien puede que me haya transmitido el amor por el idioma". Lo cierto es que, a su regreso, la chica que había comenzado a estudiar Letras abandonó su carrera y decidió que sería cantante. "Jamás lo había pensado antes", confiesa. Y no fue tan fácil, a juzgar por su relato. Marikena cuenta que ya transcurría el '68 y las presentaciones seguían siendo esporádicas.
Pinta la época: "Por entonces, La Botica del Angel, de Eduardo Bergara Leumann, era uno de los lugares más importantes de la noche porteña. Fue el primer café concert de Buenos Aires, y Eduardo era un tipo que vivía rompiendo estructuras. Y a mí me gustan las personas que van por andariveles distintos a los comunes".
Sin embargo, una noche de ésas, Bergara Leumann la hizo cantar. Eligió una canción de Jacques Brel. Y el dueño del lugar le dio continuidad laboral. El tiempo pasó, la cantante creció y, en ese crecimiento, Piaf adquirió una nueva dimensión. "Me empecé a meter en su repertorio y comencé a descubrir cosas que me generaban mucha atracción", comenta. Y soñar con cantar en París era cosa de todos los días. O, más bien, de todas las noches. "En 1981, mi ex marido me regaló un viaje a París -cuenta-. Me fui a pasear, con una carpeta que me había dado el agregado cultural de la Embajada de Francia en Buenos Aires, que me permitió conseguir la única entrada que quedaba para ver a Yves Montand." Marikena salió del teatro embelesada. "Si me hubiera pedido matrimonio, hubiera dicho que sí en ese instante", dice, y larga una carcajada.
Pero no hubo ofrecimiento. Así que, violín en bolsa, optó por enfilar su derrotero parisino hacia el teatro de Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud. "A mí me encantaría actuar aquí. Canto poetas latinoamericanos, franceses, Ferré, Brel, Piaf", cuenta que le dijo a Claire Duhamel, quien al años siguiente se convertiría en la agregada cultural francesa en Chile. La respuesta no fue muy alentadora. "Ah, muy bien, muy bien. Pero la programación del teatro está completa para todo el año", le explicó Duhamel. Y, perdida por perdida, sin Montand y sin escenario disponible, Marikena le dejó un casete con algunas interpretaciones propias. "Pase a buscarlo el lunes a las 14" escuchó, y decidió que ya era suficiente para un miércoles de diciembre tan de miércoles. "Mañana será otro día", pensó.
Y fue mañana que, a las 9, un llamado telefónico la interceptó a punto de salir sin rumbo definido. "La llaman de un teatro, me dijeron. Y me aterré", recuerda. "Tenemos que hacer algo. Venga hoy mismo, a las 15, y buscamos una fecha", escuchó de la voz de Duhamel. Y allí fue. "Arreglamos para que fuera el 11 y el 18 de enero. Me consiguieron dos músicos, y empecé a ensayar todos los días. Violeta Parra, tangos, boleros, y Mon Dieu, de Piaf, para el bis".
Monti eligió la sala más pequeña, para 190 personas. "Tenía tantas dudas como miedo. Era demasiada responsabilidad", admite, casi tres décadas después. "El miedo duró hasta que pasé las cuatro primeras canciones. Algo más que lo habitual. Pero a partir de entonces, todo fue goce. Fueron dos noches inolvidables", dice la cantante, que aún no sabía que faltaba algo más para que el sueño se cumpliera de un modo especial.
"En la segunda función tocó un contrabajista que no había ensayado hasta una hora antes de empezar el show. Cuando yo ya estaba en el camarín, alguien golpeó la puerta. Era él. Un hombre muy alto, de pelo blanco, que me dice: Decidí venir a saludarla porque yo fui músico de la orquesta de Piaf, y grabé un disco con Jacques Brel. Y quiero darle las gracias por haber podido tocar esta noche con usted. El tipo me vino a agradecer. Nunca lo voy a olvidar. Fue extraordinario".«
Pionera del café concert
Marikena Monti es una de las pioneras del café concert local. Versionó a argentinos como Jorge Schussheim y Jorge de la Vega y a extranjeros como Piaf, Jacques Brel y Leo Ferré. Recientemente repuso "Tres mujeres para el show", el espectáculo que en 1972 la unió a Susana Rinaldi y Amelita Baltar.
Fuente: Clarín
La cantante cuenta cómo logró actuar en la tierra que vio brillar a sus admirados Ives Montand y Edith Piaf.
Por: Eduardo Slusarczuk
Cuando tenía 17 años, unos tíos se fueron a vivir a París con sus dos hijos y me invitaron a viajar con ellos. Acepté y me quedé viviendo allí casi tres años. Salía todos los días a ver museos, a esos cines en los que se podía fumar, que pasaban películas de los años '40. Los fines de semana viajaba por Europa. Leía hasta que los ojos me quemaban."
No hace falta mucho más para entender por qué Francia tiene desde entonces un significado especial para Marikena Monti. O desde antes. desde que, un año antes, por primera vez escuchó a Piaf. "De todos modos, en ese momento no me provoco un impacto tan fuerte. De hecho, no se me ocurrió ir a verla mientras estaba en París", admite.
Conjeturas. En todo caso, Marikena opta por atribuirle más peso al mandato sin palabras que suponía tener una abuela francesa. "Un personaje maravilloso -exclama- quien puede que me haya transmitido el amor por el idioma". Lo cierto es que, a su regreso, la chica que había comenzado a estudiar Letras abandonó su carrera y decidió que sería cantante. "Jamás lo había pensado antes", confiesa. Y no fue tan fácil, a juzgar por su relato. Marikena cuenta que ya transcurría el '68 y las presentaciones seguían siendo esporádicas.
Pinta la época: "Por entonces, La Botica del Angel, de Eduardo Bergara Leumann, era uno de los lugares más importantes de la noche porteña. Fue el primer café concert de Buenos Aires, y Eduardo era un tipo que vivía rompiendo estructuras. Y a mí me gustan las personas que van por andariveles distintos a los comunes".
Sin embargo, una noche de ésas, Bergara Leumann la hizo cantar. Eligió una canción de Jacques Brel. Y el dueño del lugar le dio continuidad laboral. El tiempo pasó, la cantante creció y, en ese crecimiento, Piaf adquirió una nueva dimensión. "Me empecé a meter en su repertorio y comencé a descubrir cosas que me generaban mucha atracción", comenta. Y soñar con cantar en París era cosa de todos los días. O, más bien, de todas las noches. "En 1981, mi ex marido me regaló un viaje a París -cuenta-. Me fui a pasear, con una carpeta que me había dado el agregado cultural de la Embajada de Francia en Buenos Aires, que me permitió conseguir la única entrada que quedaba para ver a Yves Montand." Marikena salió del teatro embelesada. "Si me hubiera pedido matrimonio, hubiera dicho que sí en ese instante", dice, y larga una carcajada.
Pero no hubo ofrecimiento. Así que, violín en bolsa, optó por enfilar su derrotero parisino hacia el teatro de Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud. "A mí me encantaría actuar aquí. Canto poetas latinoamericanos, franceses, Ferré, Brel, Piaf", cuenta que le dijo a Claire Duhamel, quien al años siguiente se convertiría en la agregada cultural francesa en Chile. La respuesta no fue muy alentadora. "Ah, muy bien, muy bien. Pero la programación del teatro está completa para todo el año", le explicó Duhamel. Y, perdida por perdida, sin Montand y sin escenario disponible, Marikena le dejó un casete con algunas interpretaciones propias. "Pase a buscarlo el lunes a las 14" escuchó, y decidió que ya era suficiente para un miércoles de diciembre tan de miércoles. "Mañana será otro día", pensó.
Y fue mañana que, a las 9, un llamado telefónico la interceptó a punto de salir sin rumbo definido. "La llaman de un teatro, me dijeron. Y me aterré", recuerda. "Tenemos que hacer algo. Venga hoy mismo, a las 15, y buscamos una fecha", escuchó de la voz de Duhamel. Y allí fue. "Arreglamos para que fuera el 11 y el 18 de enero. Me consiguieron dos músicos, y empecé a ensayar todos los días. Violeta Parra, tangos, boleros, y Mon Dieu, de Piaf, para el bis".
Monti eligió la sala más pequeña, para 190 personas. "Tenía tantas dudas como miedo. Era demasiada responsabilidad", admite, casi tres décadas después. "El miedo duró hasta que pasé las cuatro primeras canciones. Algo más que lo habitual. Pero a partir de entonces, todo fue goce. Fueron dos noches inolvidables", dice la cantante, que aún no sabía que faltaba algo más para que el sueño se cumpliera de un modo especial.
"En la segunda función tocó un contrabajista que no había ensayado hasta una hora antes de empezar el show. Cuando yo ya estaba en el camarín, alguien golpeó la puerta. Era él. Un hombre muy alto, de pelo blanco, que me dice: Decidí venir a saludarla porque yo fui músico de la orquesta de Piaf, y grabé un disco con Jacques Brel. Y quiero darle las gracias por haber podido tocar esta noche con usted. El tipo me vino a agradecer. Nunca lo voy a olvidar. Fue extraordinario".«
Pionera del café concert
Marikena Monti es una de las pioneras del café concert local. Versionó a argentinos como Jorge Schussheim y Jorge de la Vega y a extranjeros como Piaf, Jacques Brel y Leo Ferré. Recientemente repuso "Tres mujeres para el show", el espectáculo que en 1972 la unió a Susana Rinaldi y Amelita Baltar.
Fuente: Clarín
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