El segundo centenario de la Revolución de Mayo es una oportunidad para recordar el rol decisivo que tuvieron los libros en los años fundacionales del país y destacar los nuevos discursos que interpelan el pasado con enfoques críticos.
Por: Alejandra R. Ballester
Mariano Moreno fue el primer traductor rioplatense del Contrato social de Rousseau, mientras que la primera Biblioteca Pública fue creada en la temprana Buenos Aires por disposición de la Primera Junta. Manuel Belgrano, entre otros, donó sus propios libros para dotarla de contenido. Sarmiento, nacido nueve meses después de la Revolución, avanzó en su formación autodidacta gracias a una cadena de libros. "Como unos libros me hacían conocer la existencia de otros yo buscaba en San Juan todos los que llegaba a conocer por sus nombres", escribe en Mi defensa. Y fue con la sola ayuda de los libros que aprendió el francés en el que escribió la famosa frase de Diderot al partir al exilio, un gesto irónico para marcar el abismo que veía entre civilización y barbarie. Menos arduo, el encuentro de Esteban Echeverría con los libros que definirían su filiación romántica se produjo durante el viaje intelectual a Francia, rito que caracterizaría por mucho tiempo a las elites criollas. En esos viajes y esos libros descubiertos cifraba su generación la verdadera independencia cultural de España y de la tradición colonial. Obtenidos de maneras más o menos trabajosas, al menos desde nuestra mirada actual, los protagonistas de la historia temprana del país hicieron un uso político de los libros que leían, a la vez que convirtieron sus escritos en punzantes armas de combate, al calor de la violencia de esos años turbulentos.
Recordar el rol decisivo que tuvieron los libros en la etapa fundacional de la Argentina ayuda a poner en perspectiva esta Feria del Libro, dedicada a rememorar el Bicentenario. La consigna de "festejar con libros" invita a preguntarse nuevamente por los orígenes de una literatura argentina que quiso leerse como "la historia de la voluntad nacional", según David Viñas, una literatura que se fundó como tal, precisamente, a partir del primer Centenario, con la creación de la cátedra que dirigió Ricardo Rojas en la Universidad de Buenos Aires. O a recordar lecturas críticas como la de Ricardo Piglia, que atribuye un "doble origen" a nuestra narrativa: El matadero de Echeverría y el Facundo de Sarmiento, dos formas de relatar la violencia política que dividió al país desde entonces.
Pero es también la oportunidad de dar cuenta de los nuevos discursos que, en estos últimos años, han recortado otros objetos o definido formas de interpelar el pasado que despliegan preguntas nuevas sobre el presente. No sólo la historia sino también la semiótica, la ciencia política, el análisis del discurso, la musicología y la historia de las ciencias encuentran nuevos sentidos en los hechos históricos, en los discursos que se construyeron a partir de ellos y en símbolos que parecían congelados por el bronce o la tradición escolar. Al producir el cruce entre estos enfoques, Ñ propone una forma de rememorar los momentos fundacionales de la Argentina mucho más reflexiva que celebratoria, orientada a cuestionar ciertas lecturas planas de nuestro pasado y a destacar las formas actuales de pensarnos, en sintonía con el presente intelectual.
Inevitable, la comparación con el primer Centenario suele dar un resultado deslucido para la actualidad. Sin embargo, no se trata de desempolvar las viejas odas a los ganados y las mieses sino de reparar en aquellas fortalezas del pasado que podrían tener validez, e incluso consenso, en el presente. Con ese propósito, el historiador Luis Alberto Romero compara con detalle la Argentina de 1910 y la que se prepara para el Bicentenario. Y destaca la presencia de un Estado vigoroso, capaz de orientar y de dirimir conflictos, como la característica sobresaliente del país hace cien años. La ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, sentó las bases de la república verdadera. Lo que le siguió fue una Argentina próspera aunque conflictiva, hasta llegar a los años 70 y la dictadura, que marcaron la brecha con esta Argentina del presente, empobrecida y segmentada. El historiador cifra el desafío del momento no sólo en la cuestión republicana sino, sobre todo, en la reconstrucción de un Estado capaz de pensar políticas nacionales que logren revertir esa decadencia.
Por su parte, la socióloga y politóloga Silvia Sigal, recuerda las disputas históricas por el sentido de las fechas patrias y reconoce en el presente un enfrentamiento entre oficialismo y oposición que está muy lejos del diálogo: lo que se confronta son dimensiones diferentes en la comparación de los dos centenarios. Su lectura se relaciona con la de Dardo Scavino, que analiza el Bicentenario como ritual, asociado a un mito de origen que se vuelve a narrar una y otra vez. Esas narraciones conocen muchas versiones contrapuestas y el recurso de la analogía, el "hoy como ayer" sirve, con frecuencia, para sustentar argumentos contrarios. Como los niños en los actos escolares, los políticos se atribuyen a sí mismos el papel de los próceres y dejan para el adversario el lugar del poder colonial, del agresor, del déspota. El análisis de Scavino permite aguzar la escucha ante los discursos que se sucederán a medida que se aproxime Mayo. E invita a desmitificar el pasado, a reconocer también las narraciones contradictorias de los padres de la patria. Si de orígenes se trata, desde esos primeros años persiste nuestro símbolo sonoro, que ha perdurado como una "conmemoración permanente". El musicólogo Esteban Buch analiza las connotaciones igualitarias y autoritarias del Himno Nacional y analiza sus versiones más actuales, desplegadas en YouTube.
Las interpretaciones realizadas por los historiadores en las últimas décadas han cuestionado las versiones canónicas de la revolución para devolver a los días de Mayo su espesor, su ambigüedad e incertidumbre. La historiadora rosarina Marcela Ternavasio toma distancia de las perspectivas que vieron esos sucesos como el despliegue inexorable de un espíritu independentista y muestra a sus protagonistas en un escenario de posiciones cambiantes que los llevó a tomar decisiones muchas veces soslayadas por las versiones míticas o heroicas de la historia. El destino trágico de muchos de ellos, como Liniers o Alzaga, muestra hasta qué punto se vieron inmersos en una realidad compleja. La tradicional oposición entre Saavedra y Moreno es discutida desde un punto de vista crítico con las versiones de la divulgación histórica.
Cuestionar clichés y estereotipos también implica una reflexión sobre el lenguaje, que no permanece inalterable a lo largo del tiempo y que en esos años inaugurales se cargó de sentidos políticos. Definir, entonces, qué se entendía en 1810 por revolución, pueblo, nación y soberanía, tarea emprendida por los historiadores Hilda Sabato, Noemí Goldman, Fabio Wasserman y Gabriel Di Meglio, es un punto de partida necesario para comprender los sucesos de Mayo. Igualmente crítico de las historias mediáticas, Tulio Halperín Donghi, entrevistado por Ñ, reconstruye sus propias preguntas como historiador ante los hechos de la independencia y ensaya, para rebatirlas, posibles identificaciones de los protagonistas de Mayo con políticos del siglo XX. "Para que la historia pueda ofrecer lecciones al presente tiene que ser verdadera historia del pasado", enfatiza.
La literatura, en cambio, reconoce tener más de una fundación. "No hay origen sino invención de origen", afirma Martín Kohan, quien señala cómo el consenso sobre un inicio en la Generación del 37 funda retrospectivamente la literatura y completa en la ficción y la palabra la gesta emancipadora. "Pero los textos de Sarmiento, Mármol y Alberdi", también prefiguran el futuro, dice Kohan, y en ese sentido el Bicentenario interroga el presente.
Es desde ese presente que el matemático Gustavo Corach reflexiona con humor sobre el embrionario desarrollo científico de la época a partir de un libro de Miguel de Asúa, que forma parte de la movida editorial que pone a la historia en primer plano y es analizada en profundidad en otra nota, escrita por Héctor Pavón.
Por último, estos 200 años también ponen en evidencia la falta. ¿Qué conmemora la Patagonia?, se pregunta Ernesto Bohoslavsky. ¿Qué pueden festejar los pueblos originarios? La mirada colonialista, puesta de manifiesto en la iconografía, es analizada por la historiadora Mariana Giordano, que demuestra cómo la construcción de imágenes estereotipadas del "otro" indígena permanece hasta la actualidad. Una asignatura pendiente más, en este Bicentenario.
Fuente: Revista Ñ
No hay comentarios:
Publicar un comentario