Buena sorpresa. Laura Oliva, Diego Ramos, Nicolás Scarpino y Fabián Gianola en un buen divertimento. Aunque le sobren minutos.
Teatro / CRÍTICA /Los 39 escalones
Fórmula de enredos con espías, la versión teatral y argentina del film de suspenso permite disfrutar sin acordarse de Hitchcock. Gracias a sus actores.
Desde Broadway para el mundo, hace rato que vemos repetirse la costumbre de llevar a los escenarios las versiones teatrales de películas consagradas, una fórmula que puede resultar, para algunos, un hallazgo y, para otros, un bostezo gigantesco. Para ambos, no obstante, siempre dependerá del caso y, esta vez, la puesta de Manuel González Gil de Los 39 escalones, en el Piccadilly, permite disfrutar sin acordarse de Hitchcock.
Porque, aunque no importe verla o no para decidir comprar la entrada, el título responde a una película de 1935 del viejo Alfred, protagonizada por Robert Donat y Madeleine Carroll, basada en la novela publicada en 1915, del escocés John Buchan. Su traducción dramatúrgica la realizó el actor y escritor inglés Patrick Barlow para el estreno en Londres en 2006, donde ganó el premio Lawrence Olivier a Mejor Comedia. En 2008, mudada a Broadway, se queda con dos Tonys, Iluminación y Sonido; a partir de allí, se reprodujo en distintas capitales, como Madrid, México y Bogotá, adonde el año pasado la dirigió el clown argentino Ricardo Behrens.
Un tipo de traje llamado Richard Hannay está muy aburrido en su sillón, por lo que deja la compañía del velador para ir al teatro, donde conocerá a una chica, la llevará a su casa y, desde entonces, no parará de huir, en una especie de tour de force con espías malos, cómplices, mujeres misteriosas y un secreto de Estado que no debe ser descubierto. La trama del film llevada al teatro no importa demasiado, porque lo único que importa y queda favorablemente en primer lugar son las actuaciones. Mientras Diego Ramos interpreta sólo al protagonista, Laura Oliva encarna a tres personajes (Annabella, Pamela y la granjera) y, por otro lado, Fabián Gianola y Nicolás Scarpino cargan sobre sus hombros con varios (para los que conocen el guión, Gianola es Mr. Memory y Scarpino, el malvado Jordan, entre otros). Los cuatro actores demuestran una afinación para la comedia muy lograda, con el ritmo y el tiempo exactos marcados por el director. La obra es, en definitiva, una comedia de enredos, con personajes que entran y salen mientras Hannay corre como un hámster en su ruedita, en medio de guiños al cine policial de los años treinta y con reiteraciones y sobreactuaciones clownescas y circenses.
Entre tanta velocidad narrativa, no hay descanso ni pausa ni cambio de matices, por lo que toda esa acumulación de efectos termina provocando una saturación. Ante tanto engolosinamiento con los estímulos, del asombro se pasa al cansancio y a la sensación de que a esta versión teatral le sobran unos cuantos minutos de los 100 que dura en total. El recorte de algunos cuadros no cambiaría nada en el montaje general ni en la estructura de la obra, que se sostiene por aprovechar de manera ingeniosa y económica todos los recursos de la actuación (por ejemplo, en las escenas del auto y del tren) y, por lo tanto, bien podría confiar en la síntesis.
En resumen, Los 39 escalones es una buena sorpresa, un digno divertimento y una excelente excusa para volver a un clásico del cine.
Fuente: Crítica
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