sábado, 27 de abril de 2002

"El ojo en la grieta": rebelión en el burdel

Por Irene Bianchi

"El ojo en la grieta", de Siro Colli, con María Ibarlin y Adriana Sosa. Escenografía e iluminación: Claudio Paco Suárez, Julieta Sargentoni. Vestuario: Julieta Sargentoni. Música original: Luciano Guglielmino. Asesora de peluquería: Mariana Saenz. Fotografía: Fernando Massobrio. Producción general: Grupo de Teatro La Gotera. Dirección: Liliana Iglesias, Siro Colli. Centro Cultural Viejo Almacén El Obrero, 13 y 71.
En la década del veinte, Albert Londres publicó un libro, "El camino de Buenos Aires", que describía detalladamente el floreciente negocio de la prostitución, alimentado por una vasta "importación" de mujeres europeas. En 1906 se constituyó la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos "Varsovia", que en 1929 pasó a llamarse Sociedad de Socorros Mutuos y Cementerio "Zwi Migdal". La entidad operaba con familias judías de Polonia, a las que convencía de que su objetivo era casar a las muchachas con inmigrantes radicados en la Argentina. Estas "esclavas blancas" eran virtualmente compradas y al poco tiempo llegaban en barco al Río de la Plata en grupos de diez o doce, generalmente desembarcaban en Montevideo, y luego, por Paysandú, pasaban a Colón y de allí a Buenos Aires. Aquí se las "remataba", y luego eran sometidas a un proceso de "ablandamiento" para que se adaptaran sin rebeldía a su nuevo estado, tan diferente del que habían imaginado. Si manifestaban resistencia, se las enviaba a prostíbulos "de castigo" en la provincia (Ensenada, Tres Arroyos, entre otros).

Aunque parezca mentira, hoy en día, en pleno siglo XXI, la "trata de blancas" sigue existiendo en nuestro país. Organizaciones mafiosas comandadas por rufianes, que cuentan con la cómplice protección de algunos sectores del poder, sacan partido de la crisis económica y del flagelo de la desocupación, para "importar" muchachas de países limítrofes, con la promesa de emplearlas en casas de familia. Tal lo visto no hace mucho en televisión, como resultado de una pormenorizada investigación periodística a través de una cámara oculta.


De ahí que "El ojo en la grieta" cobre tal vigente y dolorosa actualidad en el 2002, aunque describa una situación que transcurre en la década del '30. En la obra de Siro Colli, "Sara" y "Raquel", dos hermanas judías polacas, víctimas de la siniestra Zwi Migdal, traman su venganza y liberación, ensayando una y otra vez el asesinato de la madama del burdel en el que han sido despojadas de sus sueños y de su juventud. En este sentido, el autor entrelaza su historia con la trama de "Las Criadas" (1947), obra de Jean Genet en la que dos "siervas" planean ultimar a su "ama". Este legítimo paralelismo se apoya en la situación de cautiverio y sometimiento que padecen las mujeres en cuestión, y se expresa en el juego de roles en el que se embarcan los personajes. Así como las criadas se van turnando para interpretar el papel de la patrona, buscando su identidad en un medio que fluctúa entre la realidad y la fantasía, también Sara y Raquel juegan a ser la Madama, creyendo futilmente que con su muerte recuperarán su identidad perdida.
La puesta de Iglesias y Colli es de fuerte impacto visual, impacto que se ve realzado por la escenografía, con ese efecto onírico y ambiguo que provocan los espejos. El blanco del sofisticado vestuario, símbolo de virginidad e inocencia, genera un clima de ceremonia religiosa, una atmósfera ritual.
La labor actoral de María Ibarlin y Adriana Sosa conmueve y estremece. Sus criaturas son una rara mezcla de pureza y lujuria, ingenuidad y perversión, omnipotencia y desamparo, virtud y pecado. Casi podría decirse que sus personajes se inmolan, se sacrifican sobre la tina de baño de la madama, tina que -por una extraña alquimia- se transmuta en una suerte de pila bautismal.
"El ojo en la grieta": cuerpos que compran cuerpos; almas que no se venden.

Fuente: El Día