Este miércoles, la actriz estrena Mujeres terribles, donde personifica a la poeta suicida. Habla de sus orígenes, del dolor y de la reivindicación que en los 80 le dedicó la gente del Parakultural.
Por Ana Seoane
El año pasado jugó a ser la tercera de la discordia entre Julio Chávez y Cecilia Roth en Tratame bien, pero las actuaciones de Noemí Frenkel van desde su último éxito teatral (Los padres terribles) hasta sus protagónicos en el cine. Hoy cuesta reconocerla, por su nuevo corte de pelo muy diferente a sus habituales. Ella interpretará a Alejandra Pizarnik, en Mujeres terribles, junto a Martha Bianchi, quien encarnará a Silvina Ocampo. Desde el próximo miércoles este espectáculo integrará el ciclo “Mujeres en la literatura”, con el que se festejarán los 40 años del Centro Cultural San Martín. El equipo se completa con los nombres de las dramaturgas Marisé Monteiro, Virginia Uriarte y Lía Jelín, en la dirección.
—¿Por qué se cortó el pelo?, ¿fue una sugerencia de la directora o idea suya?
—No hubo necesidad de que me lo sugiriera Lía Jelín, lo pensé en cuanto me convocaron.
Fue una iniciativa mía, porque sentí que no podía usar peluca, porque necesitaba espontaneidad en mis movimientos. Hace más de un mes que lo tengo así, me quería sentir Alejandra, mirándome al espejo. En el teatro siempre necesito imaginarme la forma física de mis protagonistas. En este caso Pizarnik fue una mujer real y está documentado cómo era, por eso me propuse un acercamiento aun mayor. Me ayudó mucho su amigo personal y también poeta, Fernando Noy, quien me entregó datos vivenciales.
—¿Por qué cree que los jóvenes de los 80 (Alejandro Urdapilleta o Batato Barea) elegían textos de Pizarnik para representar en el Centro Cultural Rojas?
—Fue una adelantada a su época, casi una incomprendida para su tiempo; hasta sus propios amigos le criticaron esa literatura oscura. Mientras que los jóvenes de los 80 –generación a la que pertenezco– la vieron abandonada y les fascinó esa actitud de riesgo. Su mirada se fijó contra lo establecido y estructurado. La movida del Parakultural fue traspasar los límites, buscar lo provocador, y ella lo era. No hay manera de ser indiferente a lo que propuso, tanto desde su vida hasta en su relación con el arte y con el mundo. Todos los textos que digo fueron extraídos de su obra o reportajes.
— ¿La afecta el encarnar a una suicida?
—Me reconozco en muchos aspectos parecida, pero afortunadamente atravesé esa etapa oscura, densa, y salí viva de esta pulsión fuerte hacia la muerte. Tuve una adolescencia bastante larga y me sentí incomprendida. Recuerdo haber tenido momentos de regodeo con el sufrimiento, pero Pizarnik lo eligió como forma de vida. El amor y la muerte fueron muy potentes y se le acentuó desde sus 16 años con el consumo de anfetaminas, primero para adelgazar, después para escribir. No olvidemos que las drogas van limando las estructuras sanadoras del ser humano.
—¿Es una propuesta sencilla para el público que no conoce a Pizarnik o a Ocampo?
—Sí, el texto, que no es realista, está plagado de sus obras, que se destacan por su belleza. Se tomaron los últimos años de vida de Alejandra, que fue cuando estuvo más cerca de Silvina Ocampo. Ellas se admiraban y se fascinaban mutuamente. Silvina era muy solitaria y la dejó entrar a su mundo privado. Pizarnik estaba muy enamorada de ella.
—¿Hay vínculos entre las historias familiares de Pizarnik y la suya?
—Ambas venimos de familias judías. Los Pizarnik llegaron de Rusia, los míos desde Polonia, y percibo una herencia de antepasados masacrados. La muerte está casi genéticamente en nuestros orígenes. A mí siempre me aterró la mediocridad, y es algo que también intuyo en ella.
Desde 1986 irrumpió en las pantallas de cine en varios casos de la mano de Eliseo Subiela, que la convocó para Las últimas imágenes del naufragio, luego llegó La sonámbula, de Fernando Spiner, pero confiesa cómo es su actual relación con los cineastas nacionales.
—¿Extraña el cine?
—Sí, pero no tengo explicación de por qué no me llaman para personajes de largo aliento. Admiro mucho a Pablo Trapero y a Juan José Campanella. Al primero me lo crucé en un estreno y le conté cuánto me había gustado su película Leonera.
—¿Cree que la actual cartelera teatral está muy frivolizada?
—No, hasta hace poco estuvo Rey Lear con Alfredo Alcón, y sigue estando el maravilloso unipersonal de La noche antes de los bosques de Koltès, con dirección de Alejandra Ciurlanti. Ya lo vi dos veces. Es impresionante también el trabajo de Mike (Amigorena). En realidad hay de todo, también están las propuestas más frívolas, pero en Buenos Aires se puede elegir.
—¿Qué la asusta de la Argentina actual?
—El fanatismo, la ceguera y la violencia. Me duele que estemos tan desconectados de la naturaleza. Somos ricos y lapidamos tanta belleza. Me disgusta el deseo de seguir encaramándonos en la cresta del capitalismo, cuando sabemos que como modelo lo único que se hace es degradar al hombre. Este sistema se mueve con los peores intereses y con la deshumanización más espantosa. Además seguimos entregando de manera autodestructiva nuestro verdadero capital, como son el agua, los glaciares, la tierra o los cultivos.
Fuente: Perfil
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