Norma y Don Giovanni
Se trata de los títulos que este fin de semana producen Juventus Lyrica y el Teatro Argentino de La Plata
Hasta hace algunos años, hablar de ópera implicaba dirigir los pensamientos automáticamente y sin escalas al Colón y a su mundo de exclusividad. En los últimos años la lírica se abrió paso a otros espacios y bajo otras maneras. Existe, y ya definitivamente asentado como alternativa cercana, la temporada del Argentino de La Plata. Y acá nomás, con sede en el teatro Avenida, Buenos Aires Lírica y Juventus Lyrica constituyen los principales emprendimientos privados que, a fuerza de constancia, se han instalado como realidades concretas y permanentes. Hoy es el momento de la apertura de la temporada de Juventus y el domingo llega el segundo título del Argentino. Y en ambos casos con óperas que no son títulos de algún supuesto montón, sino obras de significaciones profundas y, además, de bellezas particularmente intensas.
Juventus ha decidido abrir su ciclo con Norma , la ópera de Bellini que, estrenada en diciembre de 1831, fue, en un único y un tanto inasible aspecto, la piedra basal del romanticismo operístico italiano. Para aclarar un poco esta afirmación un tanto indescifrable, habría que entender que con la ópera -en realidad, con toda la música y, en general, con cualquier manifestación artística- hay que saber distinguir entre las cuestiones formales, teatrales o de estricto lenguaje musical y los asuntos de expresividad.
Norma es una ópera del bel canto, ese movimiento que fue, definitivamente, predominante en la escena italiana de las primeras cuatro décadas del siglo XIX y que ponía todo el acento en la melodía y en el virtuosismo de los cantantes para llevarla adelante, todo, habitualmente, dentro de argumentos que, generalmente sin mayor sustancia dramática, eran una mera excusa para que los cantantes se apoltronaran en algún lugar del escenario a demostrar sus virtudes.
Norma no escapa a esta regla y, por donde se la mire, es una ópera del bel canto. El libreto de Felice Romani, basado en el drama de Alexandre Soumet, está plagado de lugares comunes y desarrolla una historia de amores, pasiones, celos, sacrificios y renunciamientos que abundan en la literatura romántica de aquellos tiempos. Pero en esta ópera hay una intensidad expresiva absolutamente novedosa y Bellini, que acababa de cumplir sus treinta, abría las puertas para una nueva ópera italiana, romántica, diferente, con otros elementos y otras capacidades que habría de encontrar en Verdi, diez años después, a su realizador más consumado. Pero además, y no es precisamente poca cosa, en el primer acto de Norma está "Casta diva", esa aria sublime en la que la sacerdotisa druida dirige una plegaria a la luna. Pocas arias, en toda la historia de la ópera, concitan tanta atención y despiertan tantas expectativas como ella. Con "Casta diva", Soledad de la Rosa tendrá la posibilidad, una vez más, de demostrar la potencia de su canto y su exquisita musicalidad.
Pasado mañana, sesenta kilómetros al Sur y después del fenomenal suceso que significó Lady Macbeth de Mtsensk , el Argentino continúa su derrotero operístico poniendo todas sus fichas en el Don Giovanni mozartiano. Y aquí no hay sino maravillas por donde se las busque. El libreto de Lorenzo da Ponte es magistral, la música es una sucesión de bellezas que no descienden de lo milagroso y la dinámica teatral y dramática es contundente. Pero además, la calificación de drama giocoso que la dupla Mozart-Da Ponte le dio a esta ópera es otra de las claves para entender la multiplicidad de lecturas posibles. El libertino -más allá de todas las interpretaciones psicológicas que sobre él se puedan elaborar- se divierte y su sirviente Leporello despierta carcajadas y complicidades. Pero la parte "jocosa" sucumbe ante los dolores, las venganzas, los engaños, y se consuma en uno de los finales más mágicos y tremebundos de la historia de la ópera. Ese que, casi lamentablemente, se desvanece luego ante una escena de conjunto final tan bella como poco necesaria.
Para encontrar los puntos de contacto entre estas dos propuestas, hay que dirigir la mirada a Fernando Radó, un cantante joven que encabeza uno de los dos elencos de Don Giovanni -el otro tiene a Luciano Garay en el protagónico- y que, precisamente, hizo su primera aparición importante sobre un escenario de ópera, haciendo de un sicario deleznable en una ópera verdiana de Juventus Lyrica. Mientras esperamos que el Colón salga de esa ausencia interminable y abra, por fin, sus puertas, la ópera tiene otras vidas y, ciertamente, muy dignas. Todo es cuestión de ir a comprobarlas, en estos días, en el Avenida y en el Argentino de La Plata.
Pablo Kohan
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