Toda mi vida he sido una mujer . De Leslie Kaplan. Dirección: Vilma Rodríguez. Con: Andrea Jaet y Gaby Ferrero. Escenografía: Valeria Abuin. Vestuario: Florencia Zavadivker. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556. Sábados, a las 21. Duración: 50 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
"Toda mi vida he sido una mujer", dice el personaje de Andrea Jaet. Lo dice, lo repite, se entusiasma, se convence, se aferra. Como una suerte de afirmación que bien podría haber salido de un libro de autoayuda, esta frase encierra -y abarca desde el título mismo de la obra- un mundo femenino presentado en postales, fragmentos y en retazos que no ahorra en cinismo y en ironía.
La dramaturga Leslie Kaplan parece haber puesto su mirada de mujer de principio del siglo XXI en la vida de otras congéneres lejanas en el tiempo a las que les devolvió una voz acallada o, simplemente, les prestó la propia. Es así que con una actitud (sólo la actitud) de aparentes sumisas amas de casa los personajes femeninos -a los que Jaet y Gaby Ferrero les dan vida- dan rienda suelta a sus pensamientos, sus enojos, sus tonteras con un desparpajo y una soltura que difícilmente se les podría escuchar.
Salidas, por momentos, de un aviso de televisión de los años 50, o de un programa matinal de televisión dedicado a "las señoras de su casa", estas mujeres a las que les gusta estar bellas, ser deseadas y deseantes reconocen que "todos los días hay razones para estar insatisfechos". Y hablan de eso, de sus insatisfacciones.
Mientras cuidan que el rulero quede justo donde el rulo debe ir, o mientras amasan la masa, se atreven a pensamientos que nunca una señora con ruleros y con masa se hubiera animado en otros tiempos. Esa confrontación de audacias, ese desfase de tiempos y de valentías, hace que esta pieza que dirige con precisión y detalle Vilma Rodríguez sea un dechado de humor sutil y de situaciones tremendamente reconocibles y entrañables.
Como si fuera un juego de damas, las piezas que pensó la directora -y que mueve al tiempo que mueve a sus actrices en escena- presentan distintas situaciones que avanzan en cuestionamientos, en posicionamientos y en libertades tomadas.
No es un trabajo dramatúrgico lineal, hay saltos, juegos (muchos en los que la palabra es protagonista), idas y venidas, movimientos que se cortan y vuelven a empezar. Todo construye un atractivo pachwork sobre la mujer. Con un apoyo muy fuerte en la escenografía de Valeria Abuin, en el vestuario de Florencia Zavadivker y en la luz de Ricardo Sica, la directora contó con un trabajo de alto compromiso lúdico de sus dos excelentes actrices.
Verónica Pagés
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