viernes, 26 de marzo de 2010

Marcos Franciosi y un gran debut

El tenor Juan Francisco Ramírez Foto:Teatro Argentino

El Gran Teatro de Oklahoma , de Marcos Franciosi. Dirección musical: Valeria Martinelli. Régie: Diego Cosin. Escenografía: Fabián Nonino. Dispositivo electrónico: Yamil Burguener. Con Nadia Szachniuk y Juan Francisco Ramírez. Ensamble Süden. En el Tacec del Teatro Argentino de La Plata. Ultima función: mañana, a las 21.30.
Nuestra opinión: muy bueno

Las invenciones de Franz Kafka admiten una lectura literal y otra alegórica. En la primera, los textos suelen volverse intolerables a fuerza de dilaciones; en la segunda, se abre un horizonte lejano que puede entenderse como redentor u ominoso. Estrenada en la apertura de la temporada del Centro de Experimentación y Creación, y basada en el capítulo homónimo de la novela América , El Gran Teatro de Oklahoma , la primera ópera de Marcos Franciosi, se rige por esa articulación doble.

La obra devana en cinco escenas los aplazamientos que preceden el ingreso de Karl Rossmann en el Gran Teatro de Oklahoma, organización misteriosa dispuesta a reclutar a todo aquel que quiera pertenecer a ella. Karl es un avatar de Joseph K., el protagonista de otras ficciones de Kafka, y algunos reflejos de El proceso despuntan en la versión de Franciosi; ante todo, el encierro: el paisaje de ese último capítulo de América era el aire libre del hipódromo de Clayton; el de la ópera, la claustrofobia de un montacargas colosal. Allí se levantan, en estructuras tubulares, los voceros del teatro y, con amplificación, los instrumentistas; los aspirantes imploran al ras del suelo. La acumulación de máquinas de escribir y de trastos viejos que propone la lograda puesta de Diego Cosin conecta con cierto onirismo surrealista. Franciosi imagina sus propios emblemas dramáticos y musicales: la precipitada sociedad del teatro remite al colectivismo fascista.

En principio, hay bocinas. Ese sonido funciona como matriz, ya desde su prolongación en los gritos con megáfono de los voceros. La intensidad sonora es continua y se crispa, especialmente, en el dúo tartamudo entre Karl (Juan Francisco Ramírez) y Fanny (Nadia Szachniuk); ese tartamudeo es un emblema de lo que nunca llega a consumarse. Hay, asimismo, vetas de lirismo, como la bellísima canción de cuna que canta una de las aspirantes. Es notable el modo en que el compositor consigue que la delicada escritura instrumental y la escritura vocal simulen ir por carriles separados y, sin embargo, sean mutuamente dependientes. Pero sería engañoso pensar la obra en partes: música, dramaturgia y puesta en escena son una verdadera unidad. También allí queda una alegoría del original: el filósofo Walter Benjamin había observado que todos los candidatos eran admitidos porque se esperaba de ellos que cumplieran el papel de sí mismos; en esta ópera, es el género mismo el que mantiene su identidad.

Kafka no dice nada sobre la suerte de los contratados. La ópera de Franciosi les cumple, en cambio, un destino: el envenenamiento con gas mientras se canta un himno al trabajo. Que los instrumentistas se protejan hacia el final con máscaras y emitan sonidos con mangueras, e incluso el hecho mismo de que integren la organización del teatro, merecería quizás otras consideraciones. Tal vez sea ese abismo de sentido aquello que, al margen de los contundentes méritos musicales, convierta a El Gran Teatro? en una de las obras argentinas más apasionantes de los últimos años.

Pablo Gianera

Fuente: La Nación

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