Como nunca antes, la música sirvió para luchar o retratar la peor noche de la historia
El 24 de marzo de 1976 el Golpe de Estado dio inicio al período más oscuro y sangriento de la historia argentina. Todo, irremediablemente, se fue cayendo, menos la sangrienta maquinaria de las Fuerzas Armadas para matar, torturar y hacer desaparecer personas, y la fabulosa capacidad de los grupos económicos concentrados para hacer negocios en su provecho y sumir en la pobreza a la mayoría del pueblo argentino.
En medio de esa noche oscura y penosa, el rock nacional dio una batalla que no fue casual. Los músicos de rock, considerados subversivos por el "orden" militar, sufrieron los embates de la dictadura y muchos se vieron obligados a irse del país. Otros buscaron resistir con su arte. Como se podía. Como los dejaban. Con la fuerza de su poesía.
Por entonces, ser joven era ser "sospechoso", estar asociado a "cosas raras". Y cuando a la juventud se le anexaba una guitarra, un par de bafles o el pelo largo, la cosa se complicaba mucho más.
Para muestra basta un botón: en noviembre de 1977, el almirante Emilio Massera dio un discurso en la Universidad del Salvador, e instó a no seguir el ejemplo de los jóvenes "que se inician en el rock y derivan en la guerrilla". Todo dicho.
Escuchar rock o asistir a los pocos recitales que se hacían era un símbolo de resistencia. Para los jóvenes, la música era casi una excusa para forjar su identidad, su grupo de pertenencia.
Es de esa época, dorada para una generación pese a las ausencias y a los tormentos, queda un recuerdo invalorable desde lo artístico y canciones que se convirtieron en himnos de la lucha por la libertad.
Nombres como los de León Gieco, Charly García, Miguel Cantilo, Víctor Heredia o tantos otros que hacían música desde los sótanos son insoslayables para rescatar esa esencia de lucha del rock vernáculo.
Gieco, un rockero con raíces folclóricas de las que nunca renegó, fue un baluarte importante en esa época. Sus canciones eran censuradas por los grandes medios, pero no podían evitar que el público siguiera sus presentaciones: donde tocaba León, siempre había multitudes.
El genio de Charly hizo un aporte fundamental, icónico. Con David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro formó Serú Girán, esa banda mitológica que muchos definieron como Los Beatles argentinos y que dejó canciones impresionantemente espejo de la época. Sus letras lograron gambetear la censura del terrorismo de Estado. Con sutileza, energía e ingenio, las canciones de Serú se convirtieron en himnos para la juventud. Grabaron su primer disco en mayo de 1978, a pocos días de comenzar la euforia por el Mundial de Fútbol y mientras en la Esma mataban gente con una facilidad tenebrosa.
Algunos clásicos intentaron la vuelta, como Manal, Almendra, Moris y Miguel Cantilo. No era fácil. Para ellos: estar en el exterior significaba seguir vivos, volver al país los acercaba a la muerte.
Pappo fundó el grupo Riff, con un perfil de rock más pesado que Pappo's Blues, su anterior banda. En La Plata se gestaba Patricio Rey y los Redonditos de Ricota llamada a ser una banda emblemática, y nacía Virus, una expresión new wave de los hermanos Federico y Marcelo Moura. En Mendoza debutaban Los Enanitos Verdes. Otros protagonistas de esos años que pisaban los '80 eran Spinetta Jade, Dulces 16, Rubén Rada y Solopororó, liderado por jovencito Alejandro Lerner. Había música para todos los gustos en los circuitos de bares y recitales, pero las radios le daban la espalda. Los dictadores subestimaron el poder de esas letras y de ese movimiento. Hasta que la locura militar de Malvinas le abrió una puerta inesperada al rock nacional.
La Guerra de 1982 trajo consigo la prohibición de pasar en las radios música cantada en inglés. Los programadores recurrieron entonces a las grabaciones de artistas argentinos. Fue el empujón clave para que el gran público conociera a todas esas expresiones jóvenes que en su momento marginaban. El punto culminante fue lo vivido el 16 de mayo de 1982, en Obras Sanitarias, con el Festival de la Solidaridad Latinoamericana. La excusa era juntar ropa y alimentos para los soldados que combatían en Malvinas. Más de 60 mil personas estuvieron en el estadio, y muchos más siguieron las transmisión en vivo del concierto de Gieco, Spinetta, Mestre, Rada, García y Lebón (estos dos últimos ya habían desarmado Serú Girán en marzo), entre otros. La era de la masividad había llegado.
Pero para llegar a ese momento de masas, una larga lucha había quedado atrás, en la que las letras hicieron la historia. Por eso son inmortales, por eso aún hoy emocionan.
El 24 de marzo de 1976 el Golpe de Estado dio inicio al período más oscuro y sangriento de la historia argentina. Todo, irremediablemente, se fue cayendo, menos la sangrienta maquinaria de las Fuerzas Armadas para matar, torturar y hacer desaparecer personas, y la fabulosa capacidad de los grupos económicos concentrados para hacer negocios en su provecho y sumir en la pobreza a la mayoría del pueblo argentino.
En medio de esa noche oscura y penosa, el rock nacional dio una batalla que no fue casual. Los músicos de rock, considerados subversivos por el "orden" militar, sufrieron los embates de la dictadura y muchos se vieron obligados a irse del país. Otros buscaron resistir con su arte. Como se podía. Como los dejaban. Con la fuerza de su poesía.
Por entonces, ser joven era ser "sospechoso", estar asociado a "cosas raras". Y cuando a la juventud se le anexaba una guitarra, un par de bafles o el pelo largo, la cosa se complicaba mucho más.
Para muestra basta un botón: en noviembre de 1977, el almirante Emilio Massera dio un discurso en la Universidad del Salvador, e instó a no seguir el ejemplo de los jóvenes "que se inician en el rock y derivan en la guerrilla". Todo dicho.
Escuchar rock o asistir a los pocos recitales que se hacían era un símbolo de resistencia. Para los jóvenes, la música era casi una excusa para forjar su identidad, su grupo de pertenencia.
Es de esa época, dorada para una generación pese a las ausencias y a los tormentos, queda un recuerdo invalorable desde lo artístico y canciones que se convirtieron en himnos de la lucha por la libertad.
Nombres como los de León Gieco, Charly García, Miguel Cantilo, Víctor Heredia o tantos otros que hacían música desde los sótanos son insoslayables para rescatar esa esencia de lucha del rock vernáculo.
Gieco, un rockero con raíces folclóricas de las que nunca renegó, fue un baluarte importante en esa época. Sus canciones eran censuradas por los grandes medios, pero no podían evitar que el público siguiera sus presentaciones: donde tocaba León, siempre había multitudes.
El genio de Charly hizo un aporte fundamental, icónico. Con David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro formó Serú Girán, esa banda mitológica que muchos definieron como Los Beatles argentinos y que dejó canciones impresionantemente espejo de la época. Sus letras lograron gambetear la censura del terrorismo de Estado. Con sutileza, energía e ingenio, las canciones de Serú se convirtieron en himnos para la juventud. Grabaron su primer disco en mayo de 1978, a pocos días de comenzar la euforia por el Mundial de Fútbol y mientras en la Esma mataban gente con una facilidad tenebrosa.
Algunos clásicos intentaron la vuelta, como Manal, Almendra, Moris y Miguel Cantilo. No era fácil. Para ellos: estar en el exterior significaba seguir vivos, volver al país los acercaba a la muerte.
Pappo fundó el grupo Riff, con un perfil de rock más pesado que Pappo's Blues, su anterior banda. En La Plata se gestaba Patricio Rey y los Redonditos de Ricota llamada a ser una banda emblemática, y nacía Virus, una expresión new wave de los hermanos Federico y Marcelo Moura. En Mendoza debutaban Los Enanitos Verdes. Otros protagonistas de esos años que pisaban los '80 eran Spinetta Jade, Dulces 16, Rubén Rada y Solopororó, liderado por jovencito Alejandro Lerner. Había música para todos los gustos en los circuitos de bares y recitales, pero las radios le daban la espalda. Los dictadores subestimaron el poder de esas letras y de ese movimiento. Hasta que la locura militar de Malvinas le abrió una puerta inesperada al rock nacional.
La Guerra de 1982 trajo consigo la prohibición de pasar en las radios música cantada en inglés. Los programadores recurrieron entonces a las grabaciones de artistas argentinos. Fue el empujón clave para que el gran público conociera a todas esas expresiones jóvenes que en su momento marginaban. El punto culminante fue lo vivido el 16 de mayo de 1982, en Obras Sanitarias, con el Festival de la Solidaridad Latinoamericana. La excusa era juntar ropa y alimentos para los soldados que combatían en Malvinas. Más de 60 mil personas estuvieron en el estadio, y muchos más siguieron las transmisión en vivo del concierto de Gieco, Spinetta, Mestre, Rada, García y Lebón (estos dos últimos ya habían desarmado Serú Girán en marzo), entre otros. La era de la masividad había llegado.
Pero para llegar a ese momento de masas, una larga lucha había quedado atrás, en la que las letras hicieron la historia. Por eso son inmortales, por eso aún hoy emocionan.
Fuente: Diagonales
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