Premios Mamba-Fundación Telefónica , sexta edición. En Espacio Fundación Telefónica (Arenales 1540), hasta el 12 de junio. Lunes a sábados, de 14 a 20.30. Entrada gratuita
El videoarte no necesita impactar con grandes producciones tecnológicas; las buenas ideas son más eficaces, como demuestran las obras ganadoras de la sexta edición del Premio Mamba-Fundación Telefónica.
Por Celina Chatruc
De la Redacción de LA NACION
"Lo importante es no quedarme sola", dice el texto proyectado sobre la pantalla gigante, superpuesto con la imagen de una mujer que espera, con evidente impaciencia, en el banco de una plaza. Un texto y una imagen que, unidos al azar por única vez y durante apenas un segundo, inspiran múltiples relatos.
Ésa es una de las imprevisibles escenas que propone Diálogos (en el banco de una plaza) , la obra de Andrés Denegri que ganó los $50.000 del Gran Premio Mamba-Fundación Telefónica en la categoría Proyectos. Se expone en la sede de la fundación junto a otras premiadas y seleccionadas por un jurado que incluye a Berta Sichel, directora del Departamento de Nuevos Medios del Museo Reina Sofía (ver recuadro).
El criterio privilegió los conceptos y no la espectacularidad que suele acompañar las obras vinculadas con las nuevas tecnologías. En algunos casos, los artistas apelaron incluso a tecnologías no tan nuevas, como la radio o el CD.
"Creo que las obras más pobres, más ingenuas y más efectivas ponen la tecnología en primer plano. En mi caso, la tecnología se ubica detrás del resultado estético", dice Denegri, si bien aclara que su instalación depende de un sistema complejo. Dos camáras programables, instaladas frente a bancos de la plaza Vicente López, registran las imágenes, que son transmitidas a una computadora donde se almacenan por pocos días y luego se combinan en forma aleatoria con textos que refieren a distintas situaciones ficticias. Nunca se repetirá el mismo texto sobre una imagen: como en una performance , como en la vida, lo que se ve sucede por única vez.
La propuesta conceptual no sólo alude, según Denegri, a la Retórica de la imagen de Roland Barthes, que reflexiona sobre el anclaje de la imagen y la palabra, sino que ironiza a su vez sobre obras previas del artista, centradas en el relato. "Ésta es una máquina -explicó- capaz de hacer infinita cantidad de ese tipo de pequeñas ficciones como las que yo hacía antes."
El relato, la ironía sobre el ego, los juegos con la realidad y el tiempo y los alcances de la posproducción también están presentes en el video que se exhibe justo al lado. Le Partenaire , obra de Hernán Marina que ganó el segundo premio en la categoría Obras Realizadas ($10.000), narra la historia de Théophile Hiroux, un tenor ignoto que disputa el protagonismo de María Callas durante la gala de presentación de la diva en París. El partenaire es apócrifo, pero su intérprete, el propio artista, estudió canto durante un año para agregar su voz a la versión original del video.
"Es una forma de cuestionar el divismo en el arte, una construcción que sirve para un momento pero que no hace al efecto de la obra en sí", opina Marina, pese a que tiene motivos para "creérsela": en los últimos tres años Le partenaire fue exhibida en ARCO, arteBA, Róterdam, Atenas, Barcelona y en el Museo Reina Sofía de Madrid, que incluso compró la obra.
Al igual que Denegri, Marina no apunta con este trabajo -que demanda media hora de atención- a provocar alto impacto en pocos segundos. Y considera que un videoartista no debe limitarse a ser un "diseñador de interfaces tecnológicas" sino a "usar la tecnología para cuestionar ciertas cosas; por ejemplo, para reflexionar sobre cómo te cuentan una verdad".
Eso es lo que hace Carlos Tilnick con su video Dead Underground , ganador del primer premio en la categoría Obras Realizadas ($15.000), que el año pasado integró una instalación interactiva sobre el uso de minas antipersonales en un antiguo territorio militar de San Diego, Estados Unidos. Como una mina, la obra "espera" que el espectador active con su movimiento proyecciones de video que abordan los efectos de este tipo de armas. "Una de las funciones del artista -señala Trilnick- es generar señalamientos sobre temáticas de sensibilidad colectiva. La denuncia ecológica ya estaba presente en obras de los años 50 y 60; si se les hubiera prestado atención, hoy el mundo no sería el mismo."
Leo Núñez, ganador del segundo premio en la categoría Proyectos ($10.000), también reivindica "la recuperación del protagonismo de la crítica social" en el arte, que, según él, "no puede escapar del contexto socioeconómico y político en el que se desarrolla". Su instalación Espacio cambiario pone en escena la dinámica del mercado de divisas: consiste en tres grupos de robots con luces de distintos colores que representan pesos, dólares y euros; se mueven por la sala oscura defendiendo su territorio como si fueran animales, cuyo nivel de "agresividad" varía según la cotización de cada moneda.
En otras obras que recibieron menciones de $1000, como las de Eduardo Imasaka, Christian Wloch -ganadora en 2008 del premio Instalación Nacional en el Festival Onedotzero- y Leonello Zambón, la realidad se cuela a través de luz o sonidos para transformarse en dibujo, escultura o materia prima de una "cabina de DJ nómade" que convierte el entorno urbano en material de soporte de intervenciones sonoras. "Me interesa subvertir el uso de algunas tecnologías, de algunos artefactos muy simples como una radio, y usarlos como instrumento", explica Zambón.
En la misma sintonía trabaja Nicolás Bacal, ganador del tercer premio en la categoría Proyectos con la obra 4400 veces vos , un "ensayo sobre el tiempo, los soportes de información, la música y el amor". Se trata de un CD que reproduce el tictac de un reloj durante 4440 segundos, que es todo lo que puede almacenar. El sonido repetido se convierte en un ritmo, un mantra que busca suspender el tiempo. "Mi fantasía es que alguien le regale estos 74 minutos de tiempo a una persona que quiere", sugiere Bacal.
Un contenido poético similar tiene el video de Juan Sorrentino. La cámara registra cómo un bastidor, transportado por alguien que no alcanzamos a distinguir, se detiene en ciertos lugares de un prado. Luego hace zoom sobre el lienzo para registrar ramas, arbustos y sombras que, fuera de contexto sobre el fondo blanco, se convierten por unos segundos en obras "sin título".
Estos ejemplos confirman la opinión de Travnik, docente desde hace 24 años, sobre el carácter "didáctico" de esta exposición. "El videoarte no requiere grandes producciones -asegura-. Tenemos los recursos al alcance de la mano."
Y si no hay recursos, se buscan alianzas. Ésa es la lección del propio Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba) que, a falta de edificio propio, debió recurrir en los últimos años al apoyo de otras instituciones, como la Fundación Telefónica, la Alianza Francesa, la Universidad Tres de Febrero o el Museo Caraffa de Córdoba. "Esto demuestra que el Mamba está vivo y sigue creando ilusión. El museo no es un edificio; el patrimonio es su corazón", afirmó su directora, Laura Buccellato, mientras artistas como Marta Minujín y Juan Doffo intentaban abrirse paso entre cientos de personas que asistieron a la inauguración de la muestra.
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