Lleva veinticinco años sobre el escenario con Los Macocos, pero la TV, donde encarna al sordomudo confidente de Miguel Angel Rodríguez, es una experiencia nueva: “En el debut del programa me vio más gente que en toda nuestra carrera”, se ríe.
Por Emanuel Respighi
Imagen: Daniel Davobe
Dentro del elenco coral de Alguien que me quiera (lunes a viernes a las 22, por El Trece) hay varios personajes que se encargan de reforzar la dosis de humor de la comedia romántica producida por Pol-ka. En general, se trata de los típicos personajes concebidos desde la producción como ayudantes de los protagonistas. Entre los elegidos para provocar la carcajada de los televidentes están Jorgelina Aruzzi, Gonzalo Urtizberea y Vivian El Jaber, actores siempre vinculados con el humor y que son reconocidos por los televidentes por su trayectoria en la pantalla chica. Sin embargo, ninguno de ese rubro –que forma parte de la estructura de la telecomedia– se destaca tanto como Chito, el sordomudo que interpreta Daniel Casablanca, un actor de larga trayectoria en el teatro como miembro desde hace un cuarto de siglo del grupo Los Macocos, pero que a los ojos del gran público se presenta casi como un desconocido. “Lo único que me falta es que me ternen en los Martín Fierro como revelación”, dice, entre risas. “No me quiero enojar antes de tiempo”, dispara en la entrevista de Página/12, en la que cuenta cómo es para un bicho de teatro trabajar en una tira televisiva.
Formado en esa “empresa multimillonaria de carcajadas” que es Los Macocos, de la que es miembro fundador junto a Martín Salazar y Gabriel Wolf, Casablanca está dando sus primeros pasos como parte estable de un elenco de TV. Si bien incursionó esporádicamente en varios programas, en Alguien que me quiera el actor tiene la posibilidad –por primera vez en su carrera– de desarrollar un personaje a través del tiempo y de los arbitrarios laberintos de la trama. Con Chito, un sordomudo que es el confidente y guardaespaldas de Armando (el personaje de Miguel Angel Rodríguez) en la carnicería que éste atiende, Casablanca pone en escena su enorme capacidad para hacer reír, sin caer en la machietta que la TV acostumbra encajarle a este tipo de personajes.
“Me convocaron para hacer de bichito”, cuenta el actor. “En las reuniones les comenté que para el papel se me había ocurrido hacer de mudo, una suerte de lo que fue Bernardo para Don Diego de la Vega en El Zorro. Me pareció copado que en una comedia de enredos el mudo sea el que vaya y traiga chismes. Con el teléfono descompuesto, la confusión estaba asegurada”, explica el actor, a quien por estos días se lo puede ver en escena con Los Macocos en Pequeño papá ilustrado (sábados y domingos en el ND Ateneo). Acorde con su formación, el actor no sólo propuso las características del personaje, sino que también se aseguró tener cierta libertad para hacerlo crecer. “En una tira diaria –analiza– el actor siempre tiene flexibilidad, sin cambiar la historia, de agregar cosas. Y mi personaje tiene licencias. Cuando me contrataron sabían, creo, que Chito debía tener ciertos permisos, ya sea por mi manera de ser como por el rol que el personaje tiene en la trama.”
Habituado al menos bullicioso trabajo en el teatro, donde además de Macocos compartió escenario con Les Luthiers y formó parte de distintas obras dirigidas por Alicia Zanca (Sueño de una noche de verano, Arlequín, Alicia en el país de las maravillas), Casablanca admite que el medio televisivo no le resulta del todo natural. Pero lejos de colocarse en una postura intelectual, no reniega de las infinitas posibilidades que brinda la pantalla chica. “La tele –dice– es un medio único, que lo ve todo el mundo. El día que debutó Alguien que me quiera me dijeron que tuvo un promedio de 27 puntos, que vieron el programa millones de personas. ¡No podía creer que en una hora televisiva me vio muchísima más gente que en veinticinco años de Macocos!” De todas maneras, alega el actor que desde hace más de una década da clases de teatro en su propia escuela, el rating no sólo no lo desvela, sino que es un fenómeno que tampoco llega a comprender. “De eso –sostiene– se preocupan los productores.”
En todo caso, señala, lo que más le cuesta de la TV es adecuarse a su funcionamiento, mucho más impersonal y frío que el teatral. “A mí me da un poco de miedo el no afecto”, analiza. “No es que necesito lugar para la rebeldía, pero sí afecto. Estoy mal educado por trabajar veinticinco años con Macocos, que son como mis hermanos. No concibo mi profesión de otra manera que no sea con afecto. Por eso no puedo creer que haya elencos donde los actores se pelean o se codean cuando saludan.”
Fuente: Página 12
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