Jorge Lavelli y Juan Luis Galiardo hablan sobre su montaje de 'El avaro' - Director y actor nunca se habían enfrentado a un texto del dramaturgo francés
ROSANA TORRES - Madrid
Es uno de los platos fuertes de la temporada teatral española. El avaro, de Molière, llega al Centro Dramático Nacional (teatro María Guerrero de Madrid del 8 de abril al 23 de mayo y posterior gira), con dirección del franco-argentino Jorge Lavelli, uno de los iconos del teatro mundial, y el portentoso actor Juan Luis Galiardo como productor y protagonista de este montaje que, sorprendentemente, supone la primera incursión de ambos en el dramaturgo francés.
Pregunta. ¿Cómo explicar que ni Galiardo, con medio siglo danzando por escenarios, ni Lavelli, que ha dirigido en La Commedie Française, que ha fundado y dirigido el Théâtre National de la Colline, de París, y que es reclamado por teatros de medio mundo, no hayan hecho nunca un molière?
Juan Luis Galiardo. Me remonto a mis comienzos con el TEI, con Narros en el Español en 1965, a mis giras con Tamayo y nunca me tocó, no me tocó.
Jorge Lavelli. Yo vivo en Francia, donde mucha gente se ocupa de Molière. Conozco bien sus obras, me interesan particularmente El misántropo y sobre todo La escuela de las mujeres, que no podría hacer en la Comedie, no sería apta para menores. Nadie me había propuesto montarlo, yo me he dedicado al teatro de nuestros días.
P. ¿Cómo fue la génesis del montaje?
J. L. G. Alguien que tiene incidencia en mi vida, como José Luis García Sánchez, y Rafael Azcona, me dijeron: "Un actor con experiencia y madurez tiene que tirar por elevación, tienes que hacer grandes personajes, y casi todos están en los clásicos". Propusieron El avaro. Pasó tiempo, quería a Lavelli. Lo conseguí con insistencia, mucha. Capté a Chusa Martín, productora ejecutiva, y al dramaturgo José Ramón Fernández, para ponerle los mimbres con los que se sintiera cómodo. Si te enfrentas al gran polvo sacrosanto de tu vida, necesitas una compañera ideal, en este caso compañeros ideales. Lavelli siempre va a ocupar un espacio de pedagogo social, lleva su pensamiento más allá del entretenimiento, es mágico. Este polvo con Lavelli ha sido hermosamente agotador.
J. L. La confianza es recíproca; fundamental en el teatro.
P. ¿Cómo se las han apañado con el conocido torrente de energía de Galiardo?
J. L. Me parece que he logrado dominar su energía, yo necesito que exista, me da miedo lo contrario. La energía que a veces desborda es elemento vital, capital, mi trabajo consiste en canalizarla, darle sentido, buscar la musicalidad; dar interés no sólo al texto, también al gesto.
J. L. G. Le he entregado el cien por cien de mi energía, me he puesto ante él como un alumno que empieza. Es un gran creador, no un coordinador escénico, como los que hay ahora en muchos teatros. Además no tengo que matarle, no insulta nunca.
P. ¿Detrás de esto se encuentra eso que Lavelli exige y ve imprescindible: la disponibilidad?
J. L. G. Oí el término haciendo Edipo rey. Ahora sé que es esencial, como actor y productor. Esto tiene un precio, si él quería a Ricardo Sánchez-Cuerda de escenógrafo, a Roberto Traferri iluminando, a Zygmunt Krauze como músico, a Francesco Zito como vestuarista..., tenían que estar, porque todo tiene sus motivos.
J. L. La disponibilidad es lo importante, no hablamos de una cuestión de tiempo, sino de escuela, toda la energía es necesaria como elemento esencial, valioso e íntimo, tiene que ver con lo imponderable, porque sino todo se queda en la forma.
P. ¿Cómo impregna cada uno a este avaro?
J. L. G. No sé qué le he dado a Harpagón, me he convertido en mantequilla moldeable en manos de Lavelli, no tengo ningún criterio, estoy limpio.
J. L. No hay teatro sin punto de vista y si lo hay no me interesa. Primero hay que pensar cómo contar una historia, qué nos dice hoy, sin pasar por obviedades tontas como poner a los actores en vaqueros, sino averiguando qué nos interesa de una obra escrita hace tres siglos.
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