domingo, 7 de marzo de 2010

La fragilidad de las cosas

Por EDUARDO GIORELLO

Dice Susana Torres Molina acerca de su nuevo espectáculo, a modo de explicación de sus contenidos específicos, "los 70. Un pasado que no deja de inquietar". Y , agregamos nosotros, cómo no sentirse agobiados por un pasado aun no resuelto, con las dolorosas heridas abiertas todavía sin cicatrizar, con pérdidas aun no aclaradas debidamente, con búsquedas de explicaciones que no llegan, con polémicas puestas al día en estado de ebullición y complejas especulaciones filosóficas que no cierran de ninguna forma. Tampoco concluye definitivamente la pieza de Torres Molina, que no es más que una mirada panorámica y ascética sobre hechos y personajes vinculados a las oscuridades de un tiempo cercano y lejano a la vez. Era hora ya de analizarlo.

Luego de cuarenta años las cosas pueden verse con una cierta objetividad y es lo que hace Susana Torres Molina, que en lugar de estructurar una pieza dramática en el sentido tradicional, prefiere un espectáculo donde pensamientos y algunas acciones se entrelazan conformando una urdimbre compleja y explosiva. A pesar de todo lo que ya se dijo y se polemizó sobre la década del 70 y de los grupos revolucionarios que actuaron en ella, los parapoliciales y la intelectualidad comprometida con la política y las luchas armadas, es válido este nuevo acercamiento a las cosas.

En tres espacios yuxtapuestos se desarrollan acciones alternadas. No hay divisiones físicas entre ellas y en oportunidades, los personajes de una se mezclan con los de otra. La "Situación Sunset", que transcurre a finales de los setenta, interrelaciona tres personajes, Laura, Carlos y Miguel (interpretados por Gabi Saidón, Emiliano Díaz y Santiago Schefer); la "Situación Los tilos", también en los finales de los setenta incluye a Celia y Paco (con Fiorella Cominetti y Béla Arnau) y la "Situación Loyola", que ocurre en tiempo actual, reúne a Beatriz y Manuel (con Adriana Genta y Pablo Di Crocce). Las interpretaciones del elenco están signadas por la sequedad y la muy medida expresividad que les ha marcado la directora, que más que acudir a las reglas del melodrama tradicional usando los elementos trágicos con que contó como material teatral prefiere la asepsia quirúrgica de un informe estadístico, literario o científico, sin una toma de partido definida. De ahí que todo el espectáculo posea ese halo de monotonía y reiteración de conceptos y maneras de actuar ante los hechos propuestos.

Si bien "Esa extraña forma de pasión" , como ya se dijo, no se cierra de manera contundente, dejando la posibilidad de una complementación por parte del espectador y teniendo en cuenta la rigurosidad de la puesta en escena, que pasa por la sobriedad y el clima desangelado, la recurrencia a ciertos temas que hacen a nuestra historia reciente como la inutilidad de la guerra militante, el destino final de los desaparecidos, la literatura que recoge esos hechos, la posición a veces vulnerable de los guerrilleros en acción y la hipocresía del medio y de los servicios convierten a este espectáculo en una renovada exposición, latiente sí, de las culpas y los errores pasados, abriéndose a las posibilidades de una nueva manera de comenzar.

Fuente: El Día

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