miércoles, 2 de junio de 2010

Helena Tritek

Una forma de crecer. Así define al teatro, al que cree indispensable para afianzarse espiritualmente, esta actriz y directora puntillosa.

PorSandra Commisso

La primera gran decepción. Cuando terminé la secundaria, entré al Conservatorio de Arte Dramático, que era el mejor lugar en ese momento. Pero después de tres años, me echaron. Y no te decían por qué. Fue un dolor tremendo, pero encontré a un grupo de amigos que había conocido a Heddy Crilla y se abrió otro mundo. Así que tuve una gran pérdida y un gran encuentro a la vez.

Aquellos años dorados. Fui actriz mucho tiempo. Trabajé en Juan Moreira, dirigida por Leonardo Favio, y en Fin de fiesta, de Leopoldo Torre Nilsson. Fue un placer verlos en acción en el gran momento de esplendor de los dos.

Los senderos que se cruzan. Lo mejor de la vida es el encuentro con personas. Yo tuve suerte de encontrar amigos muy generosos. Y también grandes maestros como Saulo Benavente o Augusto Fernandes.

Infancia en Bernal. Tengo abuelos inmigrantes polacos y rusos. Mi papá leía mucho y compraba libros a crédito: enciclopedias, diccionarios. También amaba la poesía. No era recitador, era obrero. En mi casa el ambiente era humilde, pero con mucho gusto por la cultura. También se escuchaba música. Y a mí se me acostumbró el oído. El teatro era lo que más me llamaba la atención.

El motor del entusiasmo. Para llevar adelante un proyecto me tiene que emocionar. Como pasa ahora con El amante del amor, basado en los sonetos de Shakespeare. Trabajé mucho con uno de los actores, Alejandro Viola. Leí nueve traducciones y armé una décima. Mi teatro no es intelectual. El otro día encontré un libro de Max Ernst y vi una pintura que seguramente tenía en la cabeza cuando armé una de la escenas de esta obra, donde una mujer arrastra con una cuerda a un hombre que parece enjaulado. Creo que un director tiene que saber de todo, tiene que tener todas las imágenes en la cabeza. Después van surgiendo, depende del momento. Lo mismo con la música. Ahora estoy mucho con Mozart.

El rayo misterioso. No es frecuente ver puestas de teatro con poesía. Lo que pasa que hay poetas tan grandes, como Shakespeare, que te llevan directamente. Hay frases que son como rayos, por la potencia de lo que transmiten.

Ese sexto sentido. Creo que hay un momento para cada cosa. Y para eso es importante dejarse guiar por la intuición.
Hasta el menor detalle. Soy puntillosa como directora. De pronto un cuello, abierto o cerrado. Una actriz con un rulo en la cara; el pie derecho o el izquierdo. Todo está armando una visión. Yo marco con qué respiración debe trabajar el actor en cada escena.

Fascinación por narrar. Me interesa contar historias, y dirigiendo sentí que lo podía hacer mejor. Cuando empecé, éramos pocas dirigiendo: Alejandra Boero, Laura Yusem. Encontré bastante machismo en el ambiente, sobre todo de los técnicos, pero no demos nombres.
Lechugas y caballos. Viví ocho años en Alemania, donde nació mi hijo, y aprendí mucho. Es otra experiencia, otra cultura. Vi cosas increíbles que acá ni nos imaginamos: que salgan lechugas del piso. O que aparezcan caballos en escena.

La ciudad teatral. Me parece que el fenómeno, único, que se da en Buenos Aires con el teatro se debe a una gran necesidad de expresión. Es maravilloso.

La pureza, la fe o lo contrario. El teatro es una forma de crecer espiritualmente. Es un acto de fe, de entrega. Yo intento llegar a la emoción todo el tiempo. No siempre se logra. En algunas funciones, me escondo a ver cómo reacciona el público: si se siente tocado por lo que sucede o si se duerme. Ese sería el teatro digestivo.

Dejar fluir. Todo va surgiendo a medida que uno trabaja con los actores. Aunque muchos actores te dicen no, son pocos los que te dicen a todo que sí. El estilo uno lo va encontrando en el trabajo.

Héroes de la emoción. Los personajes más interesantes para desarrollar son los grandes héroes, pero los de la emoción. O los antihéroes. Emoción es la palabra clave. Que es en definitiva lo que provoca el arte.

Fuente: Clarín

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