domingo, 27 de junio de 2010

La mirada esquiva

Reflexiones.

Por Teresa Batallanez.

Domingo 27 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa REVISTA LA NACION

Los alumnos llenan las salas de museos de arte. Pero no miran las obras. Están concentrados sacando fotos con su máquina digital.

Una docena de madres va con sus coches camino a la plaza. Pero no miran ni hablan a sus bebés. Están enganchadas y dale que dale con el celular.

Descubren una obra maestra en el hall de entrada de un edificio de 20 años y, cuando se la llevan, los vecinos protestan porque no tuvieron tiempo para observarla.

Se venden anteojos de sol cada vez más sofisticados. Tal vez porque ahora se los usa a la sombra durante largas conversaciones en las que no se deja asomar ni una pestaña.

Algunos médicos recetan por Internet y algunos periodistas cubren guerras desde su casa.

¿A dónde quedó la mirada? Esquiva en estos tiempos apurados así como urgente en una época de saturación virtual, la mirada escasea en su rol de mirar tanto como en el de dejarse ver. La mirada es urgente para saber dónde estamos parados, urgente para saber de los otros, urgente para poder proyectar, para poder apreciar y tener juicios propios.

Mirar exige detenerse, hacer foco, valorar. Coincide poco con una modernidad adicta a la velocidad, a la dispersión y al "todo vale", pero ¿no es preferible estar pasado de moda que perderse los beneficios de quien puede mirar?

El que mira aprende, incorpora, crece. Se asombra, se alegra o se disgusta, pero nunca se ahoga en la nada de la indiferencia.

Cuando no absorbemos la realidad con el filtro de la propia mirada corremos el riesgo de la manipulación, del error ajeno, de la distorsión adrede o del engaño. Cedemos a ciegas y gratuitamente el poder de nuestra individualidad. Renegamos de una herramienta de conocimiento infinito. No mirar es una forma de deshacernos de responsabilidad: no mirar duele menos, compromete menos. No mirar la pobreza ni el dolor ni el mal evita sufrimiento, limita la percepción de la realidad. También nos limita no mirar el bien: no detenerse ante la belleza, no reparar en los gestos cotidianos nobles, en lo grande detrás de lo simple.

Tan importante como mirar es que permitamos a otros ver nuestra mirada. Porque la mirada atiende y dice, aunque no se pronuncie palabra: contiene, expresa, da. Esconder la mirada es mezquino con aquellos a quienes negamos el derecho a que nos lean con la suya. No son pocos los que no miran cuando hablan pero también eso se puede leer: sienten temor de que sus ojos delaten lo que prefieren dejar oculto.

La no mirada por elección es una manera de elegir también la incomunicación.

¿Adónde fue a parar la mirada? ¿Qué vemos cuando no miramos? La mirada fue a parar al ombligo y probablemente sólo veamos -en forma reiterada- nuestro propio reflejo. Una y otra vez, retroalimentándose de un yo que no mira y sólo chupa de su propia sangre. No sabemos que no miramos porque la costumbre inhibe la conciencia. Y a menor conciencia, menor humanidad.

tbatallanez@lanacion.com.ar.

La autora es jefa de Servicios Periodísticos del Exterior Diario LA NACION

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1279055

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