La historia de este teatro no sería la misma sin su mítico director, Kive Staiff, que este año se aleja de la función. Para las Bodas de Oro, que se cumplen el 25 de Mayo, un repaso por las obras y artistas que forjaron una tradición escénica que debe atesorarse.
Por: LENI GONZALEZ
Como a los inoportunos nacidos en Navidad o Reyes, los cincuenta redondos años del Teatro General San Martín (TGSM) cayeron en fecha complicada: coinciden nada menos que con los festejos del Bicentenario de la Patria (aunque sea un suceso porteño porque en 1810 no existía la Nación) y el Centenario postergado del hermano mayor e hijo pródigo Teatro Colón. No obstante, no está mal patear un poco para delante el descorche de champán y despegar de fiestas privadas, goteras torrenciales sobre los escenarios y rumores de nombramientos. Para estrenar y conmemorar nunca faltan oportunidades, ni ahora ni antes, en alguno de los tantos principios.
El 25 de mayo de 1960 se inauguraron los 30 mil metros cuadrados cubiertos de Corrientes 1530.
Hacía seis años que el edificio de trece pisos y cuatro subsuelos, proyectado por los arquitectos Mario Roberto Alvarez y Macedonio Oscar Ruiz, había comenzado a construirse, en el mismo predio del viejo Teatro Municipal.
Sin embargo, el aire en el TGSM empezó a moverse en 1961, cuando se estrena Más de un siglo de teatro argentino, un collage de fragmentos de obras nacionales desde Dido, de Juan Cruz Varela (1834) hasta Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum (1940), que se enlazaban con el relato de Iris Marga y Santiago Gómez Cou.
Las salas estrenadas eran dos: la Martín Coronado (en homenaje al dramaturgo), con su escenario a la italiana y capacidad para 1.049 espectadores; y la Juan José de los Santos Casacuberta (quizás el primer actor criollo de la historia), con lugar para 566 personas y platea semicircular. En 1967, con la proyección de La pasión de Juana de Arco, de Carl T. Dreyer, se sumó la sala cinematográfica Leopoldo Lugones, con 233 butacas.
La tercera sala teatral, bautizada Antonio Cunill Cabanellas (por el director y pedagogo catalán), se inauguró en 1979 por iniciativa de Kive Staiff quien convenció al entonces intendente, el brigadier Osvaldo Cacciatore, para que no renovara la concesión de la confitería del subsuelo con el fin de convertir ese espacio en una sala de 200 localidades. "Un café costaba casi lo mismo que una entrada", recuerda en su despacho el actual director general y artístico en su último año de gestión. Hablar de Kive Staiff es hablar del San Martín. Y al revés y desde cualquier lado, también. Porque no hay manera de separar el destino del ex periodista del diario La Opinión y fundador de la revista Teatro XX y el de la institución que tuvo a su cargo en tres etapas diferentes: 1971-73, 1976-89 y 1998-2010.
"Todos eran mis hijos"
"Me voy a fin de año. Un poco me cansé, hay períodos que se cumplen. No tengo cuentas impagas y estoy en equilibrio conmigo mismo", dice sin soslayar los problemas presupuestarios que aquejan al teatro en los últimos tiempos pero manteniéndose en el ámbito de la "decisión personal intransferible". Acerca de su sucesor, señala que la decisión pertenece al ministro de Cultura Hernán Lombardi: "El cargo de director general y artístico se desdobla en, por un lado, la dirección general que a partir del 1º de enero queda en manos de Carlos Elía, en este momento el adjunto; y la artística está por verse, pero quien sea comenzará a trabajar conmigo desde mediados de este año a manera de transición". El nombre que sonó como posible para esa responsabilidad fue el del director Alejandro Tantanian. "No recibí ningún llamado ni sé cómo empezó a rodar esa versión, nunca fantaseé con esa posibilidad. Pero no querría ver al San Martín en un proceso como el del Colón ni en medio de políticas neoliberales", dice el asesor artístico del teatro Sarmiento, parte del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) que también dirige Staiff.
Como periodista, el todavía director criticaba al TGSM en sus primeros años. Pensaba que un teatro público no debía ser neutral sino involucrarse con la sociedad y auspiciar servicios.
No bien empezó su gestión a principios de los setenta, puso en marcha la puesta de Un enemigo del pueblo, una versión de Arthur Miller sobre el original de Henrik Ibsen y, por primera vez, abrió las puertas de una sala oficial a Bertolt Brecht, con El círculo de tiza caucasiano y a Griselda Gambaro con Nada que ver.
"Cada función era un acto de arrebato político, era muy apasionante. Una vez, en el momento que al doctor Stockmann (lo interpretaba Ernesto Bianco que poco después, en 1977, falleció cuando hacía en la misma Martín Coronado, Cyrano de Bergerac) le destruyen la casa y queda totalmente desvalido, le gritan desde la platea 'Esto te pasa por pelotudo', que era como decir 'esto te pasa por no advertir quiénes son tus enemigos'", cuenta Staiff.
El modelo declarado por el funcionario como ejemplo a seguir era el Teatro nacional popular de Francia que dirigía Jean Vilar y que tuvo a Gérard Philipe durante muchos años como figura principal. "Yo hubiera querido hacer eso con Alfredo Alcón pero como es un poco rebelde cada tanto se me escapaba", dice sobre el actor que debutó en el San Martín pre-Staiff, con Romance de lobos, de Ramón del Valle-Inclán y dirección de Agustín Alezzo, y que una década después, en 1980, tuvo aquel gran éxito que fue Hamlet, con dirección de Omar Grasso y tapa del primer número de la revista Teatro.
El objetivo de armar un teatro de repertorio con un elenco estable se alcanza en esa segunda gestión, del 76 al 89, año en que se disuelve el grupo del que formaba parte la Ofelia que acompañó a Alcón, la actriz Elena Tasisto. "Muchos criticaban al elenco estable. Los que estaban afuera, claro. Pero no era una obligación estar ahí y podías romper el contrato cuando querías. Era muy bueno porque te permitía avanzar e investigar cada vez más con gente a la que ya conocías. Yo sólo tengo agradecimiento y orgullo de haber trabajado con Kive. Gracias a las giras con el San Martín, conocí lugares a los que nunca habría ido como Rusia y recorrí Latinoamérica, y me permitió hacer autores que en otros teatros no son posibles", dice la artista que interpretó obras como La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con María Rosa Gallo y dirección de Alejandra Boero; El reñidero, de Sergio De Cecco y puesta de Santángelo; y La Celestina, dirigida por Daniel Suárez Marzal.
No todos eran éxitos y halagos.
Al Macbeth, de 1973, que dirigió Roberto Durán, con Inda Ledesma, Lautaro Murúa y Roberto Carnaghi, el público no le respondió. "Tenía razón reconoce Staiff, era muy malo. Pero de ninguna obra me arrepiento, son todos hijos míos."
-¿Ejercer la función de director de un teatro oficial durante la última dictadura le generaba contradicciones?
Sí, por supuesto. Pero creía que valía la pena. Por otro lado, teníamos mucha libertad, supongo que se les pasaba. Es cierto que ejercí algo de autocensura. Sabía que no podía hacer otra obra de Brecht. Y lo primero que hice con la vuelta de la democracia, entonces, fue Galileo Galilei, con Walter Santa Ana.
Además de sumar la Cunill Cabanellas y establecer el elenco estable del teatro, durante el segundo período de gestión de Staiff, surgieron la Compañía de Ballet Contemporáneo, con Ana María Stekelman; el grupo de titiriteros, con Ariel Bufano y Adelaida Mangani; la revista Teatro; los espectáculos musicales gratuitos en el hall central Carlos Morel; y la Fotogalería, creada por Sara Facio. El número anual de espectadores pasó de 200 mil, a principios de los setenta, a un millón a fines de los ochenta; bajó la edad promedio de los asistentes y, a nivel socioeconómico, la convocatoria alcanzó a la clase media baja y hasta a algunos sectores obreros.
Según el informe oficial, el año pasado, la cantidad de espectadores en todo el CTBA, es decir, la unificación administrativa realizada a partir de 2000 del San Martín más el teatro Presidente Alvear, el Regio, el Sarmiento y el de la Ribera, todos juntos, sumaron 283.074 personas.
Un espacio entre el afecto y la duda
"Yo tengo una relación entrañable con el San Martín". Para Tantanian, como para muchos que fueron adolescentes durante la dictadura y el regreso a la democracia, representaba casi la única ventana para entrar al mundo de los escenarios a precios posibles.
A la actriz y directora Stella Galazzi, le pasaba lo mismo: "Soy de Zárate y para los del interior y de bajos recursos, el San Martín era el lugar deseado, donde veías a actores como Jorge Mayor, Irma Córdoba o Miguel Ligero", dice la directora de Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, de Jean-Luc Lagarce, ahora mismo en la Casacuberta. Sin embargo, reconoce que dirigir en un teatro oficial ya no representa aquel reconocimiento: "Hoy nada te garantiza nada". Director de Julia, una tragedia naturalista y de Cuchillos en gallinas, entre otras, para Tantanian "llegar al San Martín" tampoco significa nada: "Desde afuera parece otra cosa, por ese imaginario, por la mística que aún tiene el teatro. Pero, sin dudas, significó la posibilidad de ejercer otro modo de producción que yo no conocía, el tener los medios y la estructura para hacer cosas y cobrar dinero, algo que no estaba acostumbrado".
El escritor Eduardo Rovner elige el término "tensión" para definir la característica histórica del TGSM que dirigió desde 1991 al 94. Una tensión establecida entre lo tradicional y lo innovador que debe mantenerse porque es condición de movimiento y que puede cumplirse gracias a las tres salas: la Cunill, para la experimentación; la Casacuberta, para lo contemporáneo consagrado; y la Martín Coronado, para lo tradicional clásico. "No sólo hay que difundir cultura consagrada, que está muy bien. También hay que generar cultura, tomar riesgos", dice.
Si funciona o no como espaldarazo a creadores off, Ricardo Bartis sostiene una postura crítica: Postales argentinas (1989) pre anunciaba el desencuentro que siempre tuve con el San Martín.
No me abrieron las puertas con Postales... Primero fue rechazada y recién después de que le fuera bien en los festivales, Kive me llamó. Con Hamlet (1991) tampoco fue una buena experiencia, no encontré lo que imaginaba, ese orgullo o esa expectativa de estar en un teatro oficial. No hay un proyecto cultural auténtico, son balbuceos. La incorporación de obras y gente nuevas sólo reforzaron la confusión general. En este marco, Kive se manejó como un monarca en su castillo. Me ha convocado para dirigir obras, obras malas, me ha querido domesticar. Lo que pasa es que se trata de un lugar del que uno espera más y ahí termina siendo uno más entre tantos".
Salvo la voz del creador de La pesca, las opiniones acerca de qué significa el TGSM resaltan con nostalgia apenas disimulada el pasado, lamentan un presente en decadencia, rescatan la coherencia de Staiff y se incomodan frente al por qué de esa extraña muestra sobre los arreglos del Colón en el hall del San Martín.
Para otros, como Rovner, la mejor foto es el personal del teatro, su dedicación y apasionamiento.
Cualquiera sea la herencia, a ellos les tocará esta noche acomodar a los espectadores, vender las entradas y correr el telón. Todavía hay función.
Fuente: Revista Ñ
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