La vida de Juana Azurduy, en un montaje opaco
Santa Juana de América. Autor: Andrés Lizarraga. Versión libre y dirección: Hugo Alvarez. Intérpretes: Alejandra Flechner, Juan Palomino, Raúl Rizzo, Daniel Kargieman, Samy Zarember, Luis Marangón, Georgina Rey, Norma Suzat, Verónica Pesce, Miguel Angel Ludueña, Gonzalo Martínez y Mariano Falcón. Músicos: Elpidio Ceballos, Néstor Novellino y Víctor Hugo Núñez. Coreografía: Cecilia Elías. Dirección vocal: Elsa Muratori y Héctor Magni. Escenografía y vestuario: Gabriela A. Fernández. Iluminación: Martín Antonini. Asistente de dirección: Juancho Quiroga. Asistencia artística: Mercedes Fraile. En el Regio (Córdoba 6056). De jueves a sábados, a las 20.30, y los domingos, a las 19. Duración: 100 minutos.
Nuestra opinión: regular
Enmarcada dentro de la etapa de teatro político en la producción de Andrés Lizarraga (la influencia brechtiana ha sido siempre reconocida por el autor en estos textos) Santa Juana de América es quizás una de las piezas más atractivas de ese período porque, en ella, se combinan la pasión revolucionaria, una intensa historia de amor y una profunda valorización de un mundo latinoamericano que hasta entonces estaba dominado por la corona española.
Cómo equilibrar ciertas cuestiones que hoy pueden resultar panfletarias, desde una óptica ideológica, con una historia de vida inquietante por donde se la mire, puede resultar una tarea nada sencilla. Quizá si se hace foco, exclusivamente, en el personaje de Juana, en su vida y en las dolorosas consecuencias que la llevaron al abandono, la pobreza y casi el olvido, el discurso escénico podría resultar movilizador y, sobre todo, muy conmovedor.
En la puesta que acaba de estrenarse en el Regio, se opta por presentar ese mundo como un friso en el que prevalece la narración de los acontecimientos antes que una profunda investigación sobre los personajes, sus relaciones, sus intereses individuales y colectivos y, sobre todo, un social histórico que los moviliza y define. Se opacan así hechos sumamente significativos en la vida de esa mujer. No se la enaltece. Por el contrario, en más de una oportunidad sus palabras se pierden y algo va construyéndose a lo largo del espectáculo: la idea de que poco han servido las luchas en contra de la opresión y que quienes se enfrascaron en ellas hoy sólo pueden verse, a la distancia, y casi desdibujados.
Cosas que no suceden
Hay escenas concretas que así lo manifiestan. ¿Por qué se desarrolla en tono de có mics el ingreso de los militares a la casa de Juana cuando buscan a Manuel Padilla?, ¿por qué no tiene ningún efecto dramático la carta de Padilla al general Rondeau (un agregado de la versión) y sólo trasciende como un texto sin intensidad?; ¿por qué cuando mueren los hijos de Juana el hecho acontece como algo más si esa familia está siendo destrozada por la guerra? ¿Por qué el tan puro mundo (su vestuario blanco es constante) de Abelardo Acuña debe ser el eje central de esa historia?
A su vez, interpretaciones lineales, sin matices, dan vida a una sucesión de escenas en las que la poesía está, siempre, ausente.
Fuente: La Nación
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