- No hay duda de que el teatro es su vida. ¿Ha sido siempre así?
- La máxima felicidad que conozco es el teatro. Siempre me he considerado un privilegiado porque, no de niño sino de joven, supe claramente qué era lo que quería. En el tiempo anterior a mi exilio el país era una ola que a uno lo llevaba, todo costaba mucho menos esfuerzo que ahora, se era joven con más facilidad.
- ¿Con más facilidad?
- Sí. Veo lo que a la juventud le cuesta hoy hacer las cosas y me sorprendo de la enorme diferencia de este país hoy como tejido social que sostiene. Con el proceso militar hubo un corte en toda la sociedad argentina que nunca se recuperó. Fue el origen de la desaparición de una gran cantidad de teatros en Buenos Aires. La clase media dejó de necesitar agruparse para reflexionar juntos, que era la función del teatro hasta entonces.
- ¿Cambió ese rol social?
- Desde el punto de vista del espectador no cambió el fenómeno como ritual social vivo: más allá de cuánto público va al teatro éste es un momento de gran desarrollo estético. Aunque es curioso que el espectador vaya con más facilidad al cine o a mirar televisión, como algo intrascendente, e ir al teatro le signifique mucho más. Porque está frente al hecho vivo y eso le impone una serie de normas, entonces necesita mucha seguridad sobre lo que se le ofrece porque tiene mucho miedo de perder su dinero y su noche.
- ¿Qué lugar ocupa el teatro hoy?
- Si lo pensamos como fenómeno universal, tan antiguo como la cultura misma, creo que está viviendo una de sus épocas más brillantes. Porque a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, los medios masivos de comunicación han arrinconado al teatro en lo que tiene de específico y de absolutamente insustituible. Ya no es masivo como a fines del siglo XIX, cuando ni los grandes espectáculos deportivos existían. Ese teatro soñado donde la materia humana y la orgánica e inorgánica se unen en un recitado que desborda vida se ha dado en los últimos 50 años, aproximadamente.
- ¿Y el teatro en nuestro país?
- Argentina tiene un movimiento teatral muy impresionante, sobre todo si nos ponemos al nivel de un país subdesarrollado de América Latina con enormes desequilibrios económicos, sociales, demográficos, culturales. Y Buenos Aires tiene una oferta teatral absolutamente desproporcionada como ciudad en relación al país. Aquí, un adicto al teatro puede ver todo lo imaginable, desde lo más refinado, lo más vanguardista, lo más comercial hasta lo más vulgar, chabacano y hasta obsceno.
- ¿Cómo seguirá este fenómeno?
- Lo único que sé es que sean las que fueren las circunstancias, el teatro siempre sobrevive. Frente a esos anuncios apocalípticos sobre el fin del teatro, el fin de la pintura o la escritura, el teatro demuestra ser en toda circunstancia un equivalente de la vida social: donde hay vida social hay teatro. La necesidad de estar presente en ese hecho superlativo de vida que es el escenario, cuando lo que pasa ahí importa, yo creo que está y siempre va a estar.
Daniela Barrera
Mapa del Teatro
Fuente: Celcit
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