La gran magia, de Eduardo de Filippo . Con Alejandra Bonetto, Diana Santini, Ana María Castel, Coni Marino, Sandra Ballesteros, Gustavo Garzón, Guillermo Kuchen, Valentín Pauls, Luis Longhi, Carlos Weber, Anabella Simonetti, Víctor Laplace, Karina K, Marcelo Xicarts, Rubén Ballester, Gabriel Rosas y Pedro Ferraro. Coreografía: Gustavo Lesgart. Iluminación: Manuel Garrido. Vestuario: Renata Schussheim. Escenografía: Jorge Ferrari. Dirección: Daniel Suárez Marzal. Duración: 100 minutos. Teatro Presidente Alvear.
Nuestra opinión : Muy buena
Con inteligencia, el Complejo Teatral de Buenos Aires rescató un texto casi olvidado de Eduardo de Filippo (1900-1984). La gran magia, en manos del director Daniel Suárez Marzal, desnuda una variedad de planos irresistibles en los que se articula con maestría las reflexiones del orden de lo filosófico con el humor pasando por observaciones sociales de la época. El efecto es desconcertante y ese mismo desorden de discursos en disputa se transforma en uno de los logros más claros del texto y del trabajo de puesta.
A un hotel de la costa italiana, habitado por un sector de la sociedad pendiente del mundo de las apariencias, llega como divertimiento un número de ilusionismo. El mago se llama Otto (una persona que habla "más con sus dedos que con su boca", como se lo presenta) quien llega al lugar junto a su esposa, infinidad de deudas producto de su pobre vida de artista de variedades y valijas destartaladas.
Complicidades de por medio, elemento fundamental para que sus trucos se hagan realidad, hace desaparecer a la esposa de un tal Calogero, personaje engreído y de porte señorial. Ante el asombro de su público, el mago quiere continuar con su rutina pero, el tal Calogero, detiene la acción y exige el retorno de su amada. "¿No es capaz de darse cuenta que usted mismo es el artífice de este juego de ilusión? Usted hizo desaparecer a su mujer y sólo usted es quien puede lograr que reaparezca. Yo quizá pueda ayudarle un poco, pero milagros no sé hacer", le retruca el mago.
A partir de ese momento, la obra entra desenfrenadamente en un juego de neológicas vertiginoso. Como en un cuento borgeano, el mundo de las apariencias, los espejos, las historias cruzadas y los laberintos se tranforman en elementos constitutivos de la trama. El desconcierto se apodera de la acción y hace estallar al texto en sentidos entre los cuales aparecen chispas de humor hábilmente ubicados para subrayar todavía más las reflexiones del ilusionista convertido en filósofo. Como telón de fondo, tres clases sociales napolitanas en disputa representadas por los tres lugares en donde transcurre la acción. Es tan radical el camino adoptado por De Filippo que, como en la mejor partida de cartas, tiene un retruco final que rompe con lo esperado en este trabajo en el que el mundo de la ilusión y el mundo de lo real circulan por una inquietante línea movediza.
En ese aspecto, la inteligente y esteta puesta de Daniel Suárez Marzal, el impecable trabajo de arte y las sólidas interpretaciones están al nivel que requieren las complejidades de una trama de estas características. Del numeroso elenco es imposible pasar por alto los trabajos de Gustavo Garzón (como el señor que reclama la presencia de su esposa) y de Víctor Laplace (como el mago). Ambos, ubicados en polos opuestos y complementarios, se convierten en exquisitos manipuladores de los complejos recovecos que atraviesa la acción.
A lo sumo, es posible pensar que se podría haber sintetizado la escena en la que Calogero se enfrenta a su familia y se podría haber evitado, porque por momentos suena a forzado, cierta entonación italiana. ¿El resto? Magia. Pura magia. La mejor magia teatral.
Fuente: La Nación
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