En la euforia de los festejos del Bicentenario y, sobre todo, de la ansiada reapertura del Teatro Colón -su hermano mayor-, pasó inadvertida otra conmemoración histórica: el medio siglo de vida del Teatro San Martín, inaugurado el 25 de mayo de 1960. La fecha encuentra al teatro, uno de los más bellos del mundo, obra maestra del arquitecto Mario Roberto Alvarez y asociados, en plena crisis. Interrumpidas las obras de refacción y reciclado, con un director saliente y numerosas incógnitas sobre el futuro.
Los porteños -y los argentinos, en general- no hemos asimilado todavía que el San Martín es al teatro de prosa lo que el Colón es al teatro musical. Tampoco entendemos, creo, que el propietario del San Martín no es el gobierno de la ciudad -encargado de gestionarlo, preservarlo y, si es posible, mejorarlo-, sino el ciudadano común, que contribuye con sus impuestos a mantenerlo. Ese gran teatro cumple una función fundamental del Estado: proporcionar acceso a la cultura, con un criterio de excelencia, a precios módicos y abarcando todas las manifestaciones, de lo clásico a lo popular de calidad. De ahí que no sea fácil programar la actividad anual en todos los rubros que el San Martín abarca: los conciertos y recitales de música en el vasto, espléndido hall de entrada, las exposiciones fotográficas, las exhibiciones de cine, el Ballet Contemporáneo, el Grupo de Titiriteros? Hay para todos los gustos y todas las edades, con la intención de hacer de sus recintos, lugares de encuentro solidario (nada como el teatro para suscitar un sentimiento comunitario), de intercambio social y cívico. Un verdadero centro cultural, de una dimensión acaso no suficientemente valorada. Sería injusto no destacar que la gestión de Kive Staiff como director general y artístico, desde 1971 hasta hoy, cuando anuncia su retiro, si bien con interrupciones temporarias, dio al San Martín su sello distintivo, de producciones cuidadas y atención a los detalles. Esto no habría sido posible sin la existencia de un personal capacitado e idóneo, desde los técnicos hasta los acomodadores, con auténtico amor por la institución, como pudimos comprobarlo en nuestro breve paso por la dirección general.
Si ha sido posible recuperar el Colón, pongamos ahora empeño en preservar al San Martín: su trayectoria, los grandes nombres, incluso internacionales, que lo han frecuentado, merecen el afecto, la solidaridad y la atención de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario