Una iniciativa de la Secretaría de Cultura de la Nación dio como resultado la creación de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, un conjunto con características muy poco habituales: tanto el consejo de dirección colegiada como el elenco están integrados por intérpretes provenientes íntegramente de la escena independiente.
Inauguraron su año de trabajo con el primer programa 2010 y La que sepamos todos (oda a nosotros mismos) de Rakhal Herrero.
Este excelente puestista ya nos había sorprendido o deslumbrado en Pathos, con su poética neobarroca de caos nada desordenado. Parece que encontró su propia fórmula, o más bien, su propia alquimia, y la puso a funcionar de nuevo. En La que sepamos todos los intérpretes desovillan una mesuradísima vorágine de acciones en una gramática de acumulación; se emplazan en una escena sobrecargada de signos: no es menor la decisión de que la pieza suceda en la ex sala de lectura de la antigua Biblioteca Nacional.
Un escenario abierto, completamente despojado, con luz fría, como de cine, y algunas sillas distribuidas en la periferia. Al ingresar los espectadores, los intérpretes están allí, conversando, moviéndose, en una escena de instantánea cotidiana. Cuando termina de acomodarse la audiencia, ellos se retiran, dejan el escenario vacío y blackout. Luego de unos segundos (bastantes) vuelven a entrar. Sin dudas, esto garantiza desde el comienzo la perspectiva de que no vamos a estar frente a otra pieza más de danza contemporánea.
Y así sucede. Esa gramática de acumulación de la que hablábamos pone en juego una cantidad de situaciones que podrían ser autónomas y tendrían sentido igual: una piropeada grosera a varias chicas por parte de uno de los varones, con su consecuente desquite por parte de las chicas; una escena de típica histeria femenina ante la aparición de un ídolo de desodorante en spray; un humorista al estilo stand-up norteamericano que hace bromas pesadas con los nombres de sus compañeros de elenco y un obsecuente del humorista; etcétera. Todo en clave de resolución escénica en estructuras coreográficas, para dúos, tríos y conjunto.
Y en el medio de ese espléndido término alto de calidad de ejecución y de apropiación y despliegue de los materiales irrumpe un tutti. Súbitamente, se hace presente una frase coreográfica, que se propone fragmentariamente y que recoge los materiales propuestos desde el principio. La frase, en cierto momento, proporciona una plataforma adoptada por un número no específico de bailarines. A medida que la frase continúa desarrollándose, los bailarines, por momentos, se separan de ella para realizar secuencias de movimientos alternativas y volver a adoptar la frase en su elaboración original, no en la anterior. Incluso si todos los bailarines se apartaran de la frase al mismo tiempo para realizar su propio movimiento, necesariamente rastrean la frase a medida que se desarrolla virtualmente, de manera de poder reunirse en el lugar apropiado. Una maravillita de la ingeniería coreográfica.
No es menor que para la creación de todo esto, Herrero contó con la colaboración activa del elenco. Como tampoco es menor que el propio Herrero es el diseñador de sonido, ni que el vestuario de Valeria Cook y la iluminación y escenografía (poquísima y acertadísima), de Agnese Lozupone.
Una espléndida pieza. Una gratísima sorpresa de la escena oficial. Una prueba de la conquista de los profesionales independientes. Y gratis. Las localidades se entregan por orden de llegada y se agotan.
Fuente: Página 12
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