sábado, 3 de abril de 2010

San Ginés patrono de los comediantes

Me refiero a san Ginés, Genés o Genest, el comediante. Muerto en Roma bajo el reinado de Diocleciano. Actor de oficio, representaba, ese día, el papel de un pagano que recibe el bautismo y se convierte, por ello, en la burla de todos. Cayó en su juego, recibió la gracia de la fe y, una vez terminada la representación, se declaró cristiano. Como se estaba en plena persecución y no quería desdecirse, fue condenado a muerte y decapitado.

Es patrono de los comediantes y, a propósito, siempre me ha gustado el personaje del Quijote llamado Ginés de Pasamonte o Girolamo Parapaglia, en italiano, que también tiene una aventura de comediante, aparte de ladronzuelo embaucador y pícaro, abigeo por haber robado al rucio de Sancho. Estoy seguro que Ginés de Pasamonte vino a nuestra Sonora con los primeros europeos y encarnó a todos esos personajes, infaltables en nuestra picaresca regional. Un día lo descubriré. Tal vez haya sido el propietario de la Peluquería Checer.

Este Ginés montó un espectáculo en la última vez que aparece en la gran obra de Cervantes, hacía de titerero y, junto con un mono, adivinaba la suerte. Creo que Cervantes conocía que san Ginés era patrono de los comediantes y se encomendaba a él por los trabajos teatrales que hacía.


Crónicas de la Biblioteca Electrónica Cristiana, la vida de San Ginés.

San Ginés era un comediante pagano. Como viese un bautismo cristiano, se le ocurrió parodiarlo ante el emperador Diocleciano, desempeñando el papel de enfermo. Los que le "administraban" fingían, pero él, movido por la gracia de Dios, recibió el Bautismo de agua, pues interiormente se acababa de convertir a Él. Poco después, el de sangre, por no querer adorar a los dioses. - Fiesta: 25 de agosto.

Hoy diríamos que Ginés fue actor de teatro. Cuidaba, en efecto, de las diversiones del emperador Diocleciano. Casualmente, pudo asistir, sin ser visto, a una administración del Bautismo que los cristianos conferían a sus catecúmenos, a pesar de la fuerza pública y de las leyes prohibitivas del Estado. Pensando que su parodia agradaría al César y a los magnates de la corte, se fingió enfermo y llamó a dos colegas en el oficio para que simulasen una administración bautismal. Lo cierto es que, mientras sus compañeros se burlaban de lo lindo, tocado él de la Gracia, siguió con gran devoción las distintas ceremonias hasta que terminaron y recibió el verdadero Bautismo de Jesucristo. Le vistieron luego, según era costumbre cristiana en los primeros siglos, con blancas vestiduras.

Para continuar la burla, el Emperador y los que le asistían, satisfechos por la seriedad que creían aparente, mandaron traer un ídolo de Venus. Indicaron a Ginés que lo adorase o se preparase para los tormentos -todo esto en broma-, pero él se incorporó del lecho en que, milagrosamente, se había despojado de su enfermedad espiritual y, de pie, se dirigió al Emperador en estos términos:

"Oídme, Emperador, y todos cuantos estáis aquí, oficiales del ejército, filósofos, senadores y pueblo, lo que voy a decir. Jamás pude ni aun oír el nombre de cristiano, antes me llenaba de horror al escucharlo, y detestaba a mis propios parientes porque profesaban aquella Religión.

Procuré con vana curiosidad ver los misterios de los cristianos para que, en público, imitándolos, moviese al pueblo a risa; mas al tiempo que yo pedí el Bautismo, dentro de mí mismo sentí un remordimiento de conciencia acerca de mi vida, gastada toda en maldades; tanto, que me provocó a dolerme y a tener pesar por haber sido malo. Al tiempo que quisieron echar el agua sobre mi cabeza y me preguntaron si creía lo que los cristianos creen, levantando los ojos al cielo, vi una mano que bajaba sobre mí, y vi ángeles con rostros de fuego que de un libro recitaban todos los pecados de mi vida. Me dijeron que sería limpio de ellos si recibiese el agua purificadora.

Así lo deseé. Luego que cayó sobre mí el agua bautismal, vi la escritura del libro borrada sin que ni quedase señal alguna de letras. Mira, pues, Emperador, y todos vosotros romanos, lo que es justo que haga: pretendí agradar al Emperador de la tierra y hallé gracia con el Emperador del Cielo; procuré causar risa en los hombres y causé alegría en los ángeles. Por tanto, confieso desde hoy a Jesucristo por verdadero Dios y os exhorto a todos que hagáis lo propio para salir de las tinieblas de que yo he salido".

El emperador Diocleciano, airado en gran manera, mandó encarcelarle. Al día siguiente fue atormentado: le rasgaron los costados con uñas de hierro y le aplicaron luego hachas encendidas. El Mártir sufrió con gran confianza estos tormentos, hasta que el verdugo le cortó la cabeza y durmió así pacíficamente en el Señor.

Es maravillosa la obra de Dios en sus Santos. San Ginés no sólo se convirtió sino que dio testimonio público de su fe y rubricó con su sangre el intenso amor a Jesucristo que abrasaba su alma .

Fuente: favores celestiales, es.catholic.net/

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