La nueva directora, Anamarta de Pizarro, explica cuáles son los objetivos y los actos concretos de este gran evento
Por Pablo Gorlero
Enviado especial
BOGOTA.- Ese explosivo e imparable espíritu de Fanny Mikey permanece en todos los ámbitos del XII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Y aquellos colaboradores que la acompañaron de cerca son los encargados de lograr que nada de aquello que logró aquella mujer amada por los colombianos no se quiebre ni desaparezca. En un alto porcentaje, lo han logrado. Aunque ahora el Teatro Nacional vaya por un lado y el Festival, por otro.
Una de las responsables de preservar lo más intacto posible el FITB es Anamarta de Pizarro, nueva directora de este gran evento internacional del que los colombianos tan justamente se enorgullecen.
"Este festival tiene algo muy especial: el homenaje a Fanny Mikey, quien inventó esto. Ella logró que en una ciudad y en un país donde no hay tradición teatral como en la Argentina, se puedan realizar once versiones de un festival y convertirlo en uno de los más importantes del mundo. Para eso se necesitaba el empuje suyo. Por eso se merece este homenaje. A su vez, mantenemos las características que lo hicieron importante: la calidad, el nivel artístico y la diversidad.
-Lo hizo intuitivamente, ¿no?
-Creo que así fue. Pero era lo que había que hacer en una ciudad como Bogotá. Ella se inventó esta mezcla maravillosa para que la ciudad entera se convierta en una fiesta, para que todo el mundo sintiera como suyo el festival y que lo convierta en el carnaval que no tiene. Es impresionante ver que, durante los 17 días, muchas personas que nunca han ido al teatro o no lo frecuentan, estén presentes durante toda la programación. Por ejemplo, el desfile inaugural congrega multitudes absurdas. Es impresionante. Queremos que sea una fiesta para todos y que el festival de calle sea incluyente y puedan participar distintos estamentos de la sociedad. Por ejemplo estamos trayendo un espectáculo de Holanda, de gran formato, que sólo lo podemos presentar en un circo. Decidimos llevarlo al parque del Tunal, una zona muy popular, de gente de muy bajos recursos. Y eso es una fiesta.
-Muchos festivales tienden a ser elitistas. Este no lo es...
-No es ni elitista ni para iniciados. Es un festival incluyente, que le interesa a toda clase de públicos porque han ido madurando. Como crítica, los intelectuales dirían que es un festival ecléctico. Y sí, es nuestra razón de ser. Encuentras desde la danza contemporánea más exquisita hasta las manifestaciones más populares. A su vez, procuramos que vaya a las zonas populares, aunque sin descuidar la gran calidad de la programación de sala. Tenemos a grandes directores como Bob Wilson y Peter Brook, pero también a otros emergentes, de Europa y de América latina.
-¿Sentís que es notoria la incidencia del festival en el crecimiento del teatro colombiano?
-El festival tiene una propuesta de creación de nuevos públicos que ha hecho que, cada día haya nuevas salas y que, además, los proyectos de los jóvenes directores y coreógrafos se hayan ido nutriendo también de todas estas compañías importantes que han pasado por el país. La incidencia es notoria porque, además, hacemos muchas cosas que no son tan visibles. Pretendo mantenerlas y desarrollarlas. Estoy hablando de coproducciones de grupos colombianos, además de un importante impulso al teatro callejero desde la gestión y la formación. A su vez, hicimos un acuerdo con el Ministerio de Educación. Sentimos que los maestros de sitios apartados de este país necesitan muchos elementos para tratar de enseñar arte. Por eso traemos 75 maestros que no sólo tendrán talleres durante el día, sino que verán teatro a la noche. Eso les dará otra perspectiva.
-El teatro abre cabezas...
-Notoriamente. Tenemos otro proyecto: jóvenes en situación de alto riesgo, porque estamos en un país donde la violencia es moneda corriente. Para eso trabajamos con dos ONG: Jóvenes conviven por Bogotá y Bandas emergentes. Con la primera hicimos talleres en nueve lenguajes artísticos. Creemos que un joven que encuentra un lenguaje artístico, no mata en una discusión. Sabe que hay otras formas. Con el otro grupo, tomamos el apelativo con el que se llama a las bandas paramilitares. Ponerle ese nombre a este proyecto es una forma de pelear por las palabras. Los contenidos te pueden cambiar. Son 70 muchachos rockeros, hiphoperos y salseros. En el otro grupo hay 230.
-¿La inclusión social es una meta?
-Es una de las metas. También apuntamos fuerte al apoyo a los artistas colombianos. Tenemos VIA (Ventana Internacional de Artes), en la que agrupamos a compradores, directores de festivales o de grupos teatrales, que vienen al festival a ver obras colombianas y de América latina. A su vez, hicimos un acuerdo especial con dos organizaciones artísticas estadounidenses. Otro grupo grande al que apuntamos es el público: la única manera de atraerlo es con buena calidad, diversidad y respeto.
-¿Cómo se sostiene un festival como este?
-La composición es más o menos así: entre un 22 y un 24 por ciento son aportes del Ministerio de Cultura nacional y de la ciudad de Bogotá; y entre un 24 y un 25 por ciento, de patrocinadores y empresas privadas. El resto es por taquilla. Por eso para nosotros es tan importante desarrollar nuevos públicos. El Festival lo logró.
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