“Para algunos tiene más interés la tierra en la que podrían sembrar soja que las personas que la habitan desde tiempos ancestrales”, dice Alejandro Ferrari, con la experiencia de su viaje al impenetrable a flor de piel y la sangre caliente, luego de conocer la experiencia de unos dos mil aborígenes despaisados, que malviven en casas de adobe o bajo los árboles, alimentados a hojas y miel, desnutridos, cada vez peor por los cambios que sobre su hábitat ejerce la sobreexplotación de las tierras vecinas, desde la tala del Amazonas a la utilización del agua de los ríos para regar sembradíos. “En el impenetrable, los chicos tienen una extraña lastimadura en el cuello, a la altura del oído, que apoyan en la tierra cuando duermen, agusanados”, explica, mientras muestra una pila de fotos que lo confirman.
En medio de aquel paisaje desolador, una leyenda empezó a forjarse una tarde en que los tobas esperaban una señal divina en medio de un ritual. Ocurrió entonces que escucharon la voz de una mujer que cantaba desde los parlantes de un auto que pasaba por la ruta: quién es, se preguntaron. Un cacique agarró unas pocas cosas y la fue a buscar. Patricia Sosa acababa de dar un concierto en Córdoba cuando recibió una carta en la que le pedían ayuda. No sabía que iba a crear la fundación “Pequeños Gestos, Grandes Logros”. Y mucho menos que tendría en La Plata a algunos de sus principales colaboradores.
Doce miembros de varias comunidades tobas del Chaco impenetrable llegaron hoy a La Plata para realizar cursos de construcción de viviendas, artesanías y cooperativas. “La idea es ayudarlos a mejorar su calidad de vida”, cuenta Ferrari, el contador platense que es mentor y sostén del viaje, junto al cheff Cristian Ordóñez, quienes se sumaron a la Organización No Gubernamental (ONG) de la cantante y viajaron al Chaco en noviembre último. Ferrari, convocado por la admiración que sentía por Patricia Sosa, y Ordóñez, por la causa nomás.
“Lo único que busca la fundación es ayudar a los tobas para que puedan, sin perder su cultura, insertarse en la nuestra y tener recursos para generar sus propias fuentes de ingreso y vivir con dignidad. No hay ningún interés político ni religioso, sino cultural y humanitario”, afirma Ferrari en la oficina platense de Pequeños Gestos…, su propio estudio contable.
La idea del viaje, que se extenderá de hasta al 17 de abril, es que los doce aborígenes que llegan a La Plata a formarse puedan extender a sus comunidades algunas técnicas para perfeccionar la producción de artesanías, que puedan adquirir conocimientos en construcción para hacer sus propias casas y, por último, iniciarlos en el cooperativismo, como manera de organizar sus actividades económicas. La fundación Ala Plástica, el laboratorio de tecnología habitacional de la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el colegio de graduados en Cooperativismo y mutualismo de la República Argentina, capacitarán a los miembros de las comunidades.
“Algunos de los tobas que vienen a La Plata nunca vieron una ciudad”, cuenta Ferrari, con ojos iluminados, y saca la lista de las cosas que consiguió para que el proyecto fuera posible: “Van a parar en el Club Universitario, en Punta Lara”, dice, a manera de presentación de la lista de las empresas y organismos del Estado que se sumaron a la iniciativa de la fundación.
TIEMPO PASADO. Patricia Sosa, Ferrari, Ordóñez y otros 33 voluntarios, entre ellos dos estudiantes de la facultad de Odontología de la UNLP y su profesora, Adriana Gamino, fueron en noviembre al Chaco en un viaje recordado por un incidente en la ruta, cuando un piquete organizado por punteros políticos retuvo a la caravana y exigió quedarse con parte de la ayuda que la ONG llevaba al impenetrable, donde hace algunos años atrás las comunidades tobas vivían de la pesca en los ríos y la siembra artesanal.
“La contaminación y la deforestación, la tala del Amazonas y la utilización del agua de sus ríos para la siembra de la soja hicieron que se quedaran sin recursos naturales”, enumera el contador, mientras repasa las fotos de Villa Bermejito y describe: “La tierra está resquebrajada, porque llueve de vez en cuando y cuando llueve, llueve mucho. Las casas son de barro y muy precarias, pero algunas veces uno se encuentra con una cama al lado de un árbol. Y esa es la casa: no les llevamos ropa porque no tienen dónde guardarla. Los nenes que están gorditos están mal alimentados y casi todos los chicos están agusanados. Además, todos tienen problemas dentales. Sólo hay agua en las escuelas y es de color amarillo. Parece jugo, pero es el agua que toman”.
Cuando la fundación llegó hace dos años, los mismos tobas que habían salido de su territorio a buscar ayuda se dieron cuenta de que estaban todavía mucho peor de lo que pensaban. Tal vez por eso, algunas acciones concretas sobre su salud, parecen la bendición que buscaban.
Eduardo Galván es un oftalmólogo marplatense que colabora con la fundación. “Lo suyo –comenta Ferrari– es sencillo y emocionante, va con sus aparatos a revisar a los indios y a cada uno le da sus anteojos. Les pide a sus pacientes que le den los anteojos que van a tirar y los guarda en una caja que después se lleva al impenetrable. Cuando los tobas se ponen los anteojos y vuelven a ver se largan a llorar”.
Para la ONG, los cursos que vienen a hacer a La Plata permitirán a los tobas crear una cooperativa con la que comercializar sus artesanías y ser contratados para la construcción de obras públicas o benéficas, además de darles herramientas para construir sus propias casas.
“La fundación quiere sentar las bases para que ellos puedan sobrevivir. Pero ahora necesitamos que esta iniciativa perdure en el tiempo y que sigan las campañas”, agrega Ferrari, con una sonrisa que lo muestra en la ruta, en marcha.
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