Agudo texto de Perla Szuchmacher sobre la búsqueda de una verdad escondida por los padres
Por Juan Garff
Malas palabras . Autora: Perla Szuchmacher. Dirección y puesta en escena: Héctor Presa. Intérpretes: Luli Romano Lastra y Guillermina Calicchio. Música: Diego Lozano. Coreografía: Mecha Fernández. Vestuario: Lali Lastra. Escenografía: Claudio Provenzano. En La Galera, Humboldt 1591. Domingos, a las 15. Entrada: 25 pesos.
Nuestra opinión: Exelente.
Las "malas palabras" suelen ser "cosa de grandes". Pero buscando significados en las hojas de un diccionario, no aparecen términos esencialmente malos. Sólo las que no se dicen, las palabras silenciadas, son las que realmente pueden ser malas. Y es más frecuente que los adultos callen algo frente a sus hijos, por miedo o por subestimar la capacidad y necesidad de comprensión de los niños, que la situación inversa.
Sobre esta tesis se desarrolla Malas palabras , obra de Perla Szuchmacher estrenada por el grupo La Galera Encantada. La autora argentina es un referente del teatro para niños y jóvenes en México, país en el que se radicó en 1976, después de haber integrado en Buenos Aires el elenco que estrenó La vuelta manzana , de Hugo Midón, pero su obra sólo se vio aquí brevemente, cuando llegó invitada al Festival Atina, en 2003.
La carencia de fotos de recién nacida de la protagonista desencadena la historia de búsqueda insistente de la verdad oculta por parte de la niña, de lo que termina siendo la historia de sus orígenes, de la adopción que la ha llevado a formar parte de la familia que integra.
La puesta en escena de Héctor Presa, que apunta ante todo a los chicos entre 7 y 10 años, desdobla el unipersonal del texto original en dos actrices que interpretan al mismo personaje, Flor, como niña y protagonista de la historia y como mujer adulta que la narra y presenta desde la perspectiva que da el paso del tiempo. Gana así vivacidad sobre el escenario sin perder el contrapunto de la reflexión sobre lo acontecido.
Para ello, cuenta con actuaciones impecables. Luli Romano Lastra sostiene el hilo narrativo de la visión retrospectiva como álter ego lúcido de la niña, a la vez que brinda versátilmente apoyo al armado de cada escena posicionándose fugazmente en otros roles, como los padres con sus dudas, la maestra caricaturesca o los progenitores gritones del vecinito, que no la pasa nada bien. Guillermina Calicchio marca, en tanto, los vaivenes emotivos de la historia infantil, desde la alegría lúdica con que se presenta la niña, pasando por la angustia de saber que hay algo que no sabe, hasta su enojo al serle revelado el secreto, momento de particular crecimiento de la intensidad de su interpretación.
Las canciones que llevan de una escena a otra funcionan como coro catalizador y aliviador de la tensión; ponen en palabras que fluyen con la música y con la coreografía de Mecha Fernández lo que andaba flotando o bien, confundido en "letras revueltas", al decir de Flor.
El desenlace, inteligente, es el que abre el camino desde ese enojo de la niña por "no ser hija de sus padres", hacia la serenidad que transmite Flor como narradora adulta de cómo pudo armar su propia historia familiar, bordeando con cuidado el límite de la sensiblería. Por un momento, todos los niños espectadores pueden ser niños en adopción, sin violentar su necesidad de afecto y seguridad. La obra es, además, un llamado claro a los padres a no pasar de largo ni por encima de los chicos en asuntos que los atañen muy directamente, a no subestimarlos, formulado por esos adultos de mirada atenta sobre la infancia como Perla Szuchmacher y Héctor Presa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario