domingo, 11 de abril de 2010

La amarga espera

Escenas La directora Stella Galazzi pone en escena a cinco mujeres esperando, no a Godot sino a un hermano e hijo pródigo que finalmente llega. El absurdo y la angustia de la obra de Jean-Luc Lagarce, Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, desde una perspectiva personal e iluminadora.

Por Laura Rosso
Imagen: Constanza Niscovolos

Cinco mujeres en la casa –la más vieja, la madre, la mayor, la segunda y la más joven– desde el final de una tarde de verano hasta la mañana del día siguiente. “Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia. Estaba en el hueco de la puerta, en el umbral que domina el valle y esperaba, miraba el cielo y esperaba que llegara la lluvia, que lloviese y que el día por fin se acabara.” Así comienza Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, la obra de Jean-Luc Lagarce (1957-1995) que la directora Stella Galazzi subió al escenario de la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. Cinco mujeres reunidas en la casa sobre la colina, a las afueras del pueblo. Las cinco en situación de espera y sosteniendo una agonía; la del hermano-hijo-nieto, finalmente de regreso después de un largo tiempo de ausencia, que llegó agotado, dormido, moribundo. El muchacho está en su cuarto, “en ese cuarto donde vivía cuando era niño, adolescente, donde vivía antes de dejarlos brutalmente, está en su cuarto, es allí donde ha regresado a descansar, morir, terminar su ruta, su vagabundeo. Ellas giran alrededor de ese muchacho en su cama. Ellas lo protegen y se tranquilizan también las unas a las otras”.

En esta obra, Lagarce propone un texto singular y complejo, una escritura reiterativa, poética y cruda que no liga a los personajes a través de la acción. En los textos de estas cinco mujeres hay muy pocos diálogos, sus frases –casi como pensamientos– son dichas y reiteradas. Y en ese ir y volver, las palabras se repiten para arrancar otra vez y agregar algo nuevo, aunque es poco lo que se agrega. Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia llega a manos de Stella Galazzi cuando comenzó a sentir ganas de dirigir. “Empecé a leer las obras de él y me encantó su mundo. Cuando leí esta obra dije ‘es ésta la que quiero hacer’. Me cautivó ese universo femenino, esas cinco mujeres que, atadas a una ausencia, dejan transcurrir su vida en espera. Rememorar el pasado les asegura la permanencia, la existencia. Es una obra muy filosófica y muy poética donde ese universo de mujeres es trascendido para hablar de la existencia humana. Yo quería encontrar la manera de anclarla en algo más carnal, acercarla más a cualquier persona. Ese hijo, hermano, nieto vuelve para morir y su llegada se produce sin palabras. No trae ni el alivio, ni la justificación ansiada. Las encierra en la necesidad de reconstruir el pasado para trazarse algún porvenir.”

Cada una de estas cinco mujeres (la abuela, la madre y las tres hermanas) dan su visión de lo que fue la espera, de lo que iba a ser la llegada de él y de lo que puede llegar a ser el futuro de ellas a partir de la llegada. Las cinco se arman alrededor de esta espera para poder sostener su propia existencia. Y el autor pone el pensamiento de cada una de ellas en palabras. Galazzi dice: “Hay momentos en que los personajes piensan y momentos en que hablan. Y todo el resto se podría pensar que es lo que están imaginando, pensando, lo que están opinando sobre algo. Yo siento que ese es el lenguaje cotidiano por más que uno no lo diga. Estamos todo el tiempo pensando o tomados por una obsesión aunque no lo digamos. Hay bastante poca interacción entre los personajes, hay más bien monólogos en los que cada una relata su propia existencia o su visión de las cosas.

¿Qué les da esa llegada a cada una?

–En el caso de la madre, la certeza de la existencia del hijo. Ella puede haber pensado que su hijo estaba muerto en algún lugar. Creo que la llegada la tranquiliza. No sé si esto le ocurre a la abuela; en la abuela hay algo de esta llegada, que trae la muerte, que ella no quiere ver. Prefiere morir ella antes. En esta historia la abuela es quien pone un cierto lugar de orden antiguo, es un personaje aferrado a un orden que ya no existe, porque todo es un caos, pero que insiste en organizar ese orden entre estas mujeres que están rotas, que están partidas.

¿Y qué recuperan las hermanas con esta llegada?

–Yo creo que lo único que pueden recuperar las hermanas es el hecho de descubrir que la espera ha sido también una excusa. Ellas, decidiendo esperar al hermano, escaparon de otras cosas que les producían temor: el amor, el pueblo, la mediocridad del pueblo. Entonces tomaron eso como barrera, pero ahora se dan cuenta que vuelto el hermano ellas van a seguir en lo mismo, hay algo que va más allá. Eso es lo que les da el hermano, entonces al tomar conciencia se puede pensar que alguna se pueda mover de ahí, aunque tal vez no. Yo no soy muy optimista.

Hay algo del recurso beckettiano de la espera en esta obra.

–Sí, totalmente. Beckett lleva su teatro para el lado del absurdo. Beckett dice: “es una ilusión, Godot no existe”, pero la gente espera a Godot. Acá lo que hace Lagarce es traérselo a Godot y Godot no les da absolutamente nada, porque el hermano vuelve y las deja más vacías que cuando no estaba. Yo creo que eso es interesante. Cuando el autor escribe esta obra está por morir, él sabe que está por morir, está muy enfermo y de hecho muere al año siguiente. Hay algo de eso, de decir no tenemos nada, no tenemos dios, y no hay futuro.

Sin embargo en tu puesta no prima esa sensación tan desoladora.

–Yo creo que dentro de esto que es así uno tiene que ver cómo encuentra algo para hacer. Lo que sea, si son las tareas cotidianas –porque Lagarce dice que después de la muerte solo quedan las tareas cotidianas; y hay que darle importancia a eso–. Porque si no, nos quedamos sin hacer nada. Entonces ¿para qué lo cuento? ¿A quién le estoy hablando? No, yo creo que hay cosas para hacer. Lagarce dice también que no preocuparse por los que te quieren es casi un crimen. Hay un cierto engaño que nos hace creer que detrás de una carrera o de una profesión, o detrás del dinero hay algo que se va a encontrar. Digo, para mí es tan valioso el que se queda cuidando a los afectos como el que corre detrás de una profesión. Ahora, no me interesa el que se queda y no cuida a los afectos y se queda encerrado en una cosa dañina, para eso prefiero que corra detrás de algo. Seguramente en la obra se expresa lo que yo soy, y yo no soy ni oscura ni una melancólica; soy una luchadora.

¿Qué te interesó plasmar en tu puesta?

–Me propuse llevar la obra hacia el realismo. Quería hacer una obra que no fuera extraña. Yo veo estos pensamientos de estas mujeres en mi familia, las veo dando vueltas por la casa, tiran una frase, se enganchan con otra cosa y te la dicen, y vuelven a lo anterior mientras están picando cebolla en la cocina, y vuelven a repetir lo anterior, y la hija repite lo que dice la madre... En fin, yo eso lo veo. Todas hablan de todo y todos conocen a todos y cuando dicen que no saben algo, en realidad lo saben, o en ese momento a lo mejor lo olvidaron, pero lo saben. Durante el proceso de ensayo, con las actrices trabajamos diferentes capas: la llegada del hermano, que el hermano se está muriendo, y lo que cada una de ellas hizo durante la ausencia. El hermano se peleó con su padre y se fue, pero ellas nunca lo buscaron, se aferraron dañinamente a eso. Es un texto muy denso, bastante endemoniado para trabajar. No es sencillo mantener esos parlamentos que son imbricados, que adelantan y atrasan y vuelven a decir toda una frase para agregar una palabra o dos.

¿Qué ves en esta resistencia de las cinco mujeres en situación de espera?

–Nosotros tenemos muchos ejemplos de mujeres que se arman en la espera de algo; de justicia, de verdad. El padre es evidentemente un padre violento y tremendo que pelea con el hijo y el hijo se tiene que ir, pero después el padre anda dando vueltas, no habla más y muere. Hay algo que no nos enteramos –me parece– de lo que ocurre con los hombres... Pero bueno, las mujeres arman algo que sostiene, en algún lugar arman algo que tiene que ver con la vida, que está unido a resistir. Están las cinco desesperadas, que se armaron para sostener esta espera y ahora se arman para sostener la futura. Hay un plan para vivir. Y la que más afectada está, que es la segunda, dice: “Yo creí que iba a morir con él y no voy a morir con él, voy a seguir viva”. Hay algo de fuerza vital que tienen las mujeres. De hecho tenemos los ejemplos de todas las madres, las Madres del Dolor, las Madres de Plaza de Mayo, las Madres de los hijos que han ido a la guerra. Hay algo de resistencia, se sigue. Y sí, se sigue. Por eso yo tampoco quería extrañarlas tanto, yo no quería que fueran locas. Porque hay como una tentación cuando lees la obra de decir están todas locas. No, no están locas. Esas mujeres son yo, no están más locas que yo. Estas mujeres son peligrosas en el punto de que se pueden armar y pueden decir ‘yo desprecio al pueblo y nos quedamos acá’. Hay una decisión. Por eso es que me encantó tanto cuando encontré esta obra. Fue como encontrar un tesoro. Yo leo la obra y a mí me emociona.

Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia
Sala Casacuberta, Teatro San Martín, Corrientes 1530
Miércoles a domingo a las 20
Platea $45, miércoles $25.

Fuente: Página 12

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