Se estrenó Los 39 escalones, de Alfred Hitchcock
Los 39 escalones . De Alfred Hitchcock. Versión de Patrick Barlow. Dirección: Manuel González Gil. Intérpretes: Fabián Gianola, Laura Oliva, Diego Ramos y Nicolás Scarpino. Iluminación: Fernando Di Yorio. Musicalización: Martín Bianchedi. Escenografía y vestuario: René Diviú. En el Picadilly. Duración: 100 minutos.
Nuestra opinión: buena.
Una de espías en clave de clown. Así se podría definir de qué va Los 39 escalones , una de las propuestas teatrales recién llegadas a la cartelera porteña y que tiene asegurado un destino de éxito de taquilla. Ya con verlos a Fabián Gianola, Laura Oliva, Diego Ramos y a Nicolás Scarpino caracterizados en la foto de la marquesina se intuye la química que después se comprueba que hay, entre ellos, sobre el escenario. Cada uno compone una pieza de un rompecabezas delirante y absurdo que, sin embargo, cuenta una historia de crímenes, romances y secretos de Estado.
Richard Hannay es un guapo very british que no sabe muy bien qué hacer con su vida hasta que se topa con una femme fatale que es asesinada en su propio departamento. A partir de allí, se desata una persecución alocada que lo tiene a él como trofeo de caza de un par de policías, que son también detectives y espías secretos que tratan, en realidad, de poner en marcha un complot contra la seguridad nacional. O algo así. La verdad es que entre tanto dato que sueltan los personajes no queda demasiado claro de qué se trata específicamente esa conspiración o qué son realmente los 39 escalones. Pero tampoco parece importar demasiado, ya que el eje está puesto en los pasos de comedia, en los gags físicos, en el disparate que sucede cuando sólo dos actores interpretan a más de cincuenta personajes. Es el caso de Nicolás Scarpino y de Fabián Gianola, que realmente lo hacen muy bien, con una precisión coreográfica bien pensada que, por momentos, recuerda el tipo de humor de Benny Hill.
En el mismo código, pero más sereno a partir de que crean menos personajes, están Laura Oliva -con tres mujeres en el cuerpo- y Diego Ramos -que en realidad es siempre Richard Hannay, el protagonista-. Pero hablar de serenidad en este dislate persecutorio es raro, ya que casi no hay instante para el sosiego. Pero, sí, hay algunos momentos en que la carrera se vuelve un poco larga y reiterativa.
Cambian los personajes, las pelucas y el vestuario, pero la narración no avanza. Son sólo algunos momentos, pero si uno está presenciando la segunda función del sábado (que puede comenzar cuarenta minutos después de la hora indicada, es decir diez minutos después de la medianoche), esos momentos se perciben largos por demás. Cosa que no sucede en la escena del tren que con nada (a puro talento actoral) y una buena dirección de Manuel González Gil, los cuatro actores logran darle vida a una persecución que transcurre en varios vagones y hasta en el techo de uno de ellos.
La puesta está apoyada en el trabajo de los actores que es muy parejo. Da gusto verlo a Diego Ramos parodiándose a sí mismo o riéndose de su costado galán llevándolo a un extremo delicioso. El trabajo de escenografía es escueto, pero altamente funcional a la idea de cambio que propone la historia y el tipo de narración, y allí atrás van el diseño de iluminación y el sonoro, que, en conjunto, apoyan esa idea de misterio, secreto y espías ataviados con largos pilotos de los años 30.
En definitiva, se trata de una propuesta efectiva que apunta ahí donde sabe que debe golpear para hacer reír. Y simplemente lo hace.
Verónica Pagés
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