Por Karina Micheletto
¿Qué es lo que provoca la euforia con la que dos teatros Gran Rex repletos –el viernes y el sábado– esperan a esta cantante que representa la mezcla de las dos orillas hermanas y desiguales del Río Grande, allá arriba del mapa? ¿Por qué este público, habitualmente esquivo a soltar el cuerpo, la recibe ya de pie, ya gritando, ya dispuesto al baile apenas se apagan las luces del teatro? Aquí está Lila Downs, con su colorido look Frida Kahlo siglo XXI, y no hace falta que empiece a cantar los primeros versos de “El relámpago” para que la fiesta comience. También en la Argentina, un público ávido de eso que la industria global de la world music propone con el valor primordial de la “autenticidad”, recibe entusiasmado a la mujer a la que el diario español El País incluyó entre “los cien iberoamericanos que han marcado el 2009”.
Lila Downs canta ranchera, bolero, corrido, cumbiamba, son calentano, huapango, canciones tradicionales y temas propios en los que pone el toque del compromiso social. Canta en español, en inglés, en mixteca (su lengua materna), en zapoteco (otra de las lenguas que se hablan en Oaxaca y al sur de México). La acompaña una nutrida banda que ha bautizado La Misteriosa Lila, en la que se lucen el acordeón, el clarinete y el saxo –a cargo de su marido y productor, Paul Cohen–, el arpa, el violín y el cajón. Usa atuendos que resaltan su origen mixteco, el cabello trenzado con cintas de colores. Y, sobre todo, baila con un ritmo que la identifica: no es sensual del modo tradicionalmente aceptado el contoneo con el que imita a una iguana en el tema que lleva ese nombre –una canción tradicional veracruzana que recoge la cosmogonía indígena de esa región que sabe a Caribe–, pero cautiva con una potencia personal.
La primera de las presentaciones de la cantante nacida en Oaxaca en Buenos Aires comenzó algo demorada, en parte por el revuelo que provocó a unas cuadras la concentración con la que los llamados “Autoconvocados” del programa 6, 7, 8 se manifestaron a favor de la aplicación de la nueva Ley de Medios. Y así fue como, en una noche de viernes atípica en la calle Corrientes, mientras unos miles silbaban en el Obelisco a Ernestina Herrera de Noble cada vez que aparecía en una pantalla gigante, a metros de allí otros tantos miles vivaban, con la misma apasionada convicción, a otra mujer que llegaba de lejos, pero que parecía representar algo con lo cual era posible identificarse.
El show arrancó intervenido por persistentes fallas de sonido. Con oficio escénico, Downs llamó a conjurar “el espíritu del grave”, ese que siguió amasando una bola de sonido que complicó los primeros temas, pero que no menguó la fuerza teatral del espectáculo. La participación de Chango Spasiuk como invitado en “La línea”, y su contrapunto con Rob Curto, acordeonista de la banda de Downs, también trascendieron las trabas del sonido y la falta de ensayo previo, para pasar a formar parte de la fiesta propuesta. El entusiasmo siguió cuando apareció el segundo invitado, Pedro Aznar, también ovacionado por el público. El tuvo a su cargo la versión de “Tierra de luz”, la canción que Downs grabó y llegó a presentar en vivo con Mercedes Sosa. La presentación de Black Magic Woman Tour –un disco grabado en vivo durante la gira que Downs hizo el año pasado por Francia y España– siguió con temas como el hit “Agua de rosas”, “La martiniana” y una versión de “La cucaracha”, reivindicado su origen de copla popular mexicana. “Este verso dicen que lo inventaron en la Revolución Mexicana”, contó la intérprete y mostró una cucaracha que “ya no quiere caminar porque le falta marihuana pa’ fumar”, y se vuelve rapeada en los versos aggiornados con crítica social.
Fuente: Página 12
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