martes, 6 de abril de 2010

Darío Volonté, el tenor que vino del frío

Excombatiente. “Lo tengo internalizado pero no es algo que lleve en primer plano”

LA GRAN FIGURA DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE USHUAIA

Ovacionado en el encuentro de Tierra del Fuego, junto a la mezzosoprano Vera Cirkovic y la pianista Katia Borissova, entusiasmó al público que aplaudió de pie.

Por Mariana Mactas, desde Ushuaia

Hay muchos artistas de primer nivel internacional en Las Hayas, sede del Festival Internacional de Ushuaia incluido en los festejos por el Bicentenario. Pero el querido, el que genera ovaciones cada vez que asoma frente a una platea, es Darío Volonté. El tenor que el domingo protagonizó la gala lírica encarna alguna idea del sueño americano, con su origen humilde, su llegada al canto por casualidad, su condición de veterano de Malvinas. Su segunda presentación en el encuentro fueguino fue junto a la mezzosoprano francesa –y políglota, castellano perfecto incluido– Vera Cirkovic, acompañados al piano por Katia Borissova, del Mozarteum de Salzburgo. El trío repasó las arias más famosas, en catorce fragmentos escogidos no sólo con ánimo de ofrecer un repertorio popular, sino también con el de cantar en distintos idiomas. Se sumaron dos bises que dejaron al público de pie y al grito de “¡bravo, bravo!”, un aria de la La Traviata, tarareada por la platea, y el cierre con “O sole mio”.

A Volonté le pedían “Aurora”, la canción a la Bandera de la ópera de Héctor Panizza. Pero él, que ya la había cantado el 2 de abril en el polideportivo de la ciudad –con la Presidenta entre el público, el coro autóctono como soporte y el Día de las Malvinas oficial como marco– dijo, con elegante firmeza, que no, que este era un concierto de a tres y que “compartir el aplauso y el gozo del canto también implica compartir un repertorio”.

Así se negó a dejar afuera a sus compañeras para interpretar lo que, en 1998, había puesto de pie –y a sus pies– al Teatro Colón.

Vestido de sport, antes de ponerse el traje oscuro, el cantante de 47 años recibió a Crítica de la Argentina en su habitación del hotel convertida en sala de ensayo. No había pérdida posible ni hacía falta saber el número de puerta: para llegar bastaba con seguir, por el pasillo, el sonido de su voz y la de Cirkovic en ejercicios de calentamiento.

–Sobreviviente del Belgrano, veterano de guerra y con un debut en el Colón cantando “Aurora”, ¿no te pesa a veces la carga de quedar fijado como el tenor de las causas patrióticas y soberanas?

–No, en verdad no. Mi representante lo promocionaba entonces tal cual: “Un veterano de guerra canta ‘Aurora’ en el Colón”. Pero los símbolos, patrióticos o de lo que sea, son relativos. Lo que importa es la imagen que tiene el público, la gente, y esa imagen a veces cambia, a veces se expande. Con lo de “Aurora” sucedió, se generó mucho revuelo y me abrió muchas puertas ese trabajo. Pero yo ya venía haciendo un trabajo duro antes de debutar, laburando mucho la voz. Entonces, que un veterano cantara la canción de la Bandera fue también una causalidad de la vida.

–Estar aquí en estas fechas debe ser particularmente movilizante para vos. ¿Influye en tu trabajo?

–Ya lo tengo muy internalizado, no es algo que llevo siempre en primer plano, aunque sí de manera latente, lo tengo presente. En ese sentido, venir a este festival en este lugar hermoso y en esta fecha es una emoción y un honor. Lo de Malvinas jamás me resultará incómodo ni nada que se le parezca porque es parte de mi vida. Lo que pasa es que la imagen que tengo, del veterano de guerra tenor, sigue desarrollándose y creciendo, pero al público de ópera eso no le importa. El público de ópera está atento a que cantes bien o mal. Es un público duro, pero también muy cálido.

–¿Es cierto que te hiciste cantante porque un día viste a Plácido Domingo en la televisión?

–Sí, tenía diecisiete años, estaba en mi casa, en 1981, con licencia médica porque había tenido varicela y así, aburrido, puse la televisión y cuando escuché a Plácido Domingo me quedé muy impresionado. Teníamos en mi casa un grabadorcito negro, así que lo agarré y me grabé, un poco imitándolo. Y resultó que no era nada despreciable, era bastante digno. Hasta ese momento, jamás había tenido ningún contacto con el canto, en mi casa más bien se escuchó siempre tango y folclore.

–Debutaste cantando zarzuela en el teatro Avenida. ¿En qué género y en qué formato te sentís más cómodo?

–En la voz lírica nunca hay comodidad. Hay que plantarla igual, con o sin micrófono, con o sin orquesta, con o sin piano que te acompañe. Aquí hacemos un concierto con piano, que es más intimista; con orquesta es quizá más luminoso. Un género puede alimentarte, pero no me lo hace creer: el trabajo es lo vocal, lo físico. Eso es lo único que permite que, en una profesión que implica estar tan expuesto, cada noche puedas hacerlo mejor.

Dos horas después de esta conversación, terminada la gala, un Volonté emocionado, que se había equivocado en una entrada durante una de las arias y hubo, entre risas distendidas, que volver a empezarla, acalló los aplausos finales y habló de la necesidad “de festejar la vida”. “Momento a momento y tratando de olvidar el pasado, que tantos problemas trae. Pensando hoy en todos los que no están, y que están volando por el cosmos, con nuestra felicidad y el deseo de aprender a vivir, en cada instante, lo mejor que se pueda”.

El responsable es Plácido Domingo

–¿Es cierto que te hiciste cantante porque un día viste a Plácido Domingo en la televsión?

–Sí, tenía 17 años, estaba en mi casa, en 1981, con licencia médica porque había tenido varicela, y así, aburrido, puse la televisión y cuando escuché a Plácido Domingo me quedé muy impresionado. Teníamos en mi casa un grabadorcito negro, así que lo agarré y me grabé, un poco imitándolo. Y resultó que no era nada despreciable, era bastante digno. Hasta ese momento jamás había tenido ningún contacto con el canto, en mi casa más bien se escuchó siempre tango y folclore.

Fuente: Crítica

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