domingo, 14 de marzo de 2010

Un “no” a la extinción de espectadores

Justificar a ambos lados“Hay que volver a la gente”. La idea es poner semillas entre los jóvenes para ganar espectadores en el presente y en el futuro

Las Estrategias de un programa para recuperar público de teatro y de cine

Hace cinco años que, atravesando tres gestiones políticas distintas, se lleva a cabo un silencioso e importante ciclo didáctico y educativo para acercar a los más chicos a una costumbre que cada vez parece perderse más: ir a ver espectáculos de cine y teatro. Hablan la coordinadora general Ana Durán y el encargado del área de cine, Hugo Salas.

Leni González, y Leonardo M. D´Espósito

“El público siempre se renueva” suele ser un latiguillo bastante común en boca de la señora Mirtha Legrand cada vez que repite anécdotas de su historia. Sin embargo, lo que vale para sus seguidores de distintas generaciones televisivas no resulta a nivel teatral ni cinematográfico. “Así, no”, podría ser la parodiada respuesta. Porque la explosión de taquilla de algunos éxitos en calle Corrientes –muchas veces gracias a la inclusión de figuras mediáticas– no asegura la existencia de una masa crítica de espectadores interesados en el consumo cultural. Ni siquiera cuando constantemente se estrenen obras en pequeñas salas del off ni cuando, tampoco, se observe el fenómeno con la boca abierta por una Buenos Aires pletórica de arte para todos los gustos.

El Programa de Formación de Espectadores, de la Dirección de Inclusión Educativa del Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad, quiere buscarle la vuelta a ese vacío: el de poner semillas entre los jóvenes para ganar espectadores presentes y futuros. Dirigido a alumnos de todas las escuelas de nivel Medio dependientes del Gobierno de la Ciudad, incluidas las de adultos, el programa ya atravesó tres gestiones políticas distintas, desde las de Aníbal Ibarra y Jorge Telerman hasta la actual de Mauricio Macri. El Ministerio de Educación se hace cargo de los sueldos de los siete integrantes del equipo, el traslado en micros y el material pedagógico; y los cachets de los elencos teatrales queda en manos del INT y, desde el año pasado, del Instituto Proteatro.

“Soy profesora de literatura y crítica teatral y lo que veía en las clases es que los chicos de las escuelas secundarias de Capital Federal, tanto los de clase media baja como los más acomodados, desconocían el circuito teatral. Durante años traté de unificar criterios con los dueños de salas independientes pero no interesaba. Hasta que, en 2005, con la especialista en Educación Laura Fumagalli, acostumbrada a cruzar objetivos educativos y culturales, presentamos el proyecto al Ministerio de Educación y al Instituto Nacional del Teatro (INT); prendió y así empezamos”, explica Ana Durán, la coordinadora general del Programa. Trabaja junto a Sonia Jaroslavsky, en el área teatro; Hugo Salas, en cine, área que se sumó en 2007, y un equipo formado por Pedro Antony, Mariana Ávila Llorente, Malena Graciosi y Belén Parrilla.

“Las salas pequeñas del teatro independiente tienen ventajas por la cercanía del espectador con los actores, que calma de alguna manera a los chicos. Además, nunca trabajamos con más de 50 por grupo, porque después de la función se hace una charla debate con el director y los actores, con el objetivo de que los chicos hablen. Y no es fácil porque hay muchos que tienen vedada la palabra, les da mucha vergüenza y a partir de preguntas simples –como si les dio ganas de llorar o si se rieron– se van soltando y se eleva el nivel de la charla”, dice Durán.

Para el área cine, el programa cuenta con el apoyo de la Fundación Cinemateca Argentina, el British Arts Centre, el Centro Cultural Coreano en América Latina, la Embajada de Brasil, el Goethe Institut y la Alianza Francesa. “A diferencia del teatro, lo que pasa en cine es que la imagen para los chicos está tan naturalizada que hay que hacer el camino inverso, es decir, el de recuperar la experiencia de ver películas en una sala y, por otro lado, que puedan ver el lenguaje cinematográfico como una construcción, que no se enganchen meramente con la historia”, afirma Salas, quien aún no ha logrado sumar la colaboración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA).

Todos los años son invitadas a participar las 268 escuelas medias municipales que tiene la ciudad. Pero –al menos, hasta ahora– casi siempre responden afirmativamente las mismas 130. “Los profesores de las escuelas técnicas, salvo muy buenas y raras excepciones, creen que los chicos están para otra cosa, que para qué llevarlos a ver cine y teatro, y hasta nos han dicho ‘esto es mucho para nuestros pibes’. No tiene que ver con las zonas sino con la forma de ver al adolescente y al joven. Los adolescentes son muy diferentes entre sí y con distintas idiosincrasias y las escuelas también. Depende del docente, no importa de qué materia sea, si está comprometido y cree que es bueno para sus alumnos, va a encontrar la autorización de la escuela, de los padres, va a conseguir las horas para llevarlos”, reconoce Durán.

Ni las obras ni las películas elegidas ilustran contenidos escolares sino que plantean sus propios problemas éticos y estéticos. “No damos La misión –explica Salas, al mencionar el film de Roland Joffé, sobre la colonización española– porque están viendo el tema ‘jesuitas’ en el colegio. Tampoco damos ciclos de cine de género o de derechos humanos. El núcleo es estético, nos importa qué les pasó y después hablamos de qué se trató. Nos importa la experiencia, no la anécdota de contenido”.

Ni la mejor de las voluntades alcanzó por el momento para que cada grupo viera más de una película u una obra al año. De todos modos, el estímulo es válido si se tienen en cuenta los resultados del focus group que los coordinadores del programa realizaron con la asistencia del sociólogo e investigador del Instituto Gino Germani, Marcelo Urresti. El estudio trabajó con alumnos de tres escuelas diferentes –una de adultos, otra de adolescentes de clase media profesional y otra a la que concurren chicos que viven en Fuerte Apache– y el resultado fue revelador: sólo los adultos sabían qué era el Teatro San Martín y, alguna vez, habían entrado; nadie sabía qué era el Cervantes; sabían qué era el Colón por el “al Colón, al Colón” y lo reconocían como monumento histórico, y sólo los de clase media profesional creían que el teatro era algo para ellos ya que el resto suponía que era para gente de plata y culta.

En cuanto al cine, no conocían la Sala Lugones del San Martín. “También a diferencia del teatro –acota Salas–, casi todos consumen cine pero se ha sesgado mucho. Se resisten a escuchar en otros idiomas y cuando aparecen imágenes que no se adaptan al molde de comprensión y satisfacción inmediata, se resisten a hacer ellos el trabajo; pero esa resistencia cede rápidamente. A veces parece que nos van a comer pero cuando les pedimos que hablen se quedan quietos y callados. Hay un correlato entre esa falta de acceso a la palabra y la violencia social y no me refiero a la criminalidad ni a la delincuencia”.

Y agrega un dato contra el prejuicio: “Los mayores problemas aparecen con los hijos de profesionales entre los que está difundido que tener pensamiento crítico es igual a decir que todo es una basura. Por ejemplo: cuando vieron Vírgenes suicidas (Sofía Coppola, 1999), que es imposible que resulte indiferente para un adolescente, sacaron el casete de que estaba todo mal”.

–Ante estas experiencias, ¿los chicos incorporan el concepto de espectador?

Salas: –Se les pide a los docentes que hablen con los chicos previamente sobre qué diferencias encuentran entre ser espectadores de un recital de rock, una obra y una película, para que entiendan diferencias y por qué no pueden pararse o mandar mensajitos en el teatro. Ellos te contestan que no se puede para no molestar al actor o a los demás en un cine, pero tratamos de que incorporen la idea de que es para ellos, para que se den el tiempo y el lugar para que les pase algo, sin importar si va a gustarles o no lo que vean.

Durán: –Lo importante es que sepan que están estas opciones además de ir a bailar o al cine pochoclero. Porque los chicos están muy abiertos al teatro independiente y una vez que acceden lo más probable es que se queden, no que se vayan. ¿Por qué hay un solo programa de formación de espectadores? ¿Por qué no se organizan para que el teatro llegue a todo ese mundo de jóvenes? ¿Por qué instalarse en la queja de que no tenemos público y que no se renueva? ¿Por qué, cuando están a mano las escuelas para trabajar? Es un misterio. El teatro es más popular de lo que los artistas creen, realmente es una fiesta. Hay un desfasaje muy grande entre lo que la gente de teatro cree que está haciendo y lo que en verdad hace; tiene rechazo a hacer teatro popular –como si fuera mala palabra– y aunque el lenguaje sea popular, no tiene el correlato de las acciones de difusión que ese tipo de teatro implica. Mucha gente del arte, de la cultura en general, rechaza que venga una horda de vándalos adolescentes a invadirlos.

–Por lo tanto, además de lo estético, formar espectadores ¿conlleva una acción política?

Durán: –Absolutamente. Es horrible lo que voy a decir pero puedo sostenerlo con la vida: la mayoría de los artistas se quedaron elaborando un teatro con una mentalidad de la época menemista en la que había que escaparse de lo hegemónico y armar un lugar pequeño desde donde construir. Pero ese lugar pequeño es para elegidos y ya no tiene razón de ser. Hay que volver a la gente. Hay un goce por la elite que no está bueno, como si fuera mucho más prestigioso estar en El Camarín de las Musas que en salas grandes. Y no hay reflexión sobre esto. Seguimos mirando a Spregelburd y a Veronese. Mejor dicho, a la imagen Spregelburd y Veronese, no a ellos que participaron muchísimo en los debates.

Salas: –En cine, el que no es industrial, el festivalero, se cierra cada vez más sobre un grupo de gente que va sabiendo lo que va a ver y que incluso es aburrido, y no me sirve para trabajar con adolescentes. Me resulta más fácil trabajar con Fassbinder o con Godard, que se cortaban de la industria pero no renunciaban al cine lleno, no querían ser museo. Es muy loco, pero a los adolescentes el cine industrial también los decepciona, les parece repetitivo y mecánico, lo mismo que a nosotros.

–¿El teatro, aún más que el cine, requiere de este salvataje?

Durán: –Sí, para no convertirse en un teatro sólo para convencidos. La escena off está lejos de lo que fue aquel teatro independiente que se preguntaba para quién estamos haciendo teatro. Espero que el Programa Formación de Espectadores promueva un lazo entre los artistas y el mundo más allá de las salas de ensayo.

Los que pasaron por el Programa

27 obras de teatro: Acasusso, Algo de ruido hace, Antes, Budín inglés, Grasa, Harina, Hotel melancólico, Dolor exquisito, Lote 77, La omisión de la familia Coleman, La funeraria, Rodando, Teatro para pájaros, Testigos, Foz, Olímpica, El trompo metálico y No me dejes así.

31 directores: Mariela Asensio, Andrés Binetti, Luciano Cáceres, Damián Dreizik, Marcelo Mininno, Romina Paula, Claudio Tolcachir, Daniel Veronese, Heidi Steinhardt, Emilio García Wehbi, Andrea Garrote, José María Muscari, Alejandro Catalán, Rafael Spregelburd y Joaquín Bonet.

29 dramaturgos: Alejandro Acobino, Germán Rodríguez, Román Podolsky, Bernardo Cappa, Mauricio Kartun, Inés Saavedra, Carolina Adamovsky, Mariana Chaud, Lucía Laragione, Hernán Morán y Gustavo Tarrío.

130 actores: Paula Andrea López, Héctor Bordón, Lautaro Perotti, Leticia Torres, Carolina Tejeda, Malena Figó, Santiago Gobernori, Marcelo Xicarts, Esteban Bigliardi, Lautaro Delgado, Néstor Caniglia, Luciana Acuña, Martín Urbaneja, Elvira Onetto, Elisa Carricajo, Eugenia Guerty, Pilar Gamboa, Osvaldo Djeredjian, Ideth Enright y Claudio Martínez Bel.

24 salas: Abasto Social Club, Andamio 90, Camarín de la Musas, El Kafka, Anfitrión, Sportivo Teatral, Fuga Cabrera, Timbre 4, Beckett, Centro Cultural Ricardo Rojas, Payró, Teatro del Pueblo y La Carbonera.

Algunas películas: Idiocracia, Lars y la chica real, Los caballeros las prefieren rubias, Persépolis, Simplemente sangre, Monobloc, La música más triste del mundo.

Fuente: Crítica

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