La Bella y la Bestia
En dos semanas, vuelve al Opera (ahora Citi) la obra de Broadway que intentará recrear el éxito que tuvo doce años atrás.
Por Verónica Pagés
De la Redacción de LA NACION
"No hay que quedarse con las apariencias", le dice la bruja -al comienzo de la historia- al arrogante príncipe antes de hechizarlo y de convertirlo en una bestia. Pero cómo no hacerlo, cuando lo que se ve sobre el escenario es de tan alto impacto. Uno se podría recostar en la butaca y, simplemente, disfrutar de la música, de los distintos espacios escénicos, de los trajes, de las coreografías, de las voces de los intérpretes y de la historia de amor entre una princesa muy particular (de carácter fuerte, amante de la lectura) y un príncipe que se redime tras abrir su corazón. Pero siguiendo los consejos de la bruja -y con la posibilidad de hacerlo-, es una buena idea recorrer el interior, el detrás de escena, de ese universo dorado y luminoso que es La Bella y la Bestia, y que el 26 de este mes llegará al escenario del Citi (ex Opera), el mismo espacio en el que se presentó hace doce años. Porque una cosa es lo que sucede en escena y otra -con coreografías igual de precisas- lo que pasa en los pasillos del subsuelo, que vienen a ser la factoría que produce el brillo y la magia que caracteriza a este musical.
Arriba, los que comandan las riendas son la directora y coreógrafa inglesa Jacqueline Dunnley-Wendt y el director musical Paul Christ. Ellos participaron de las audiciones y son los que, desde hace casi dos meses, están al frente de la compañía enseñando y transmitiendo lo que dictan las "biblias" de la obra, los enormes libros que dicen -punto a punto- cómo debe ser el espectáculo en cada área. Nada está librado a la improvisación, cada movimiento, cada tono vocal, cada color escénico responde a un patrón que fue creado por los creativos de Disney y que debe ser respetado a rajatablas.
"La verdad, este musical está tan inteligentemente realizado que hay zonas en las que los actores pueden sentirse libres para interpretar sus roles, y eso es fundamental para que la obra se mantenga viva -dice la directora Dunnley-Wendt-. Hay algo clásico que se tiene que mantener, por supuesto, pero el hecho de trabajar con tantos actores diferentes te permite descubrir esas diferencias que enriquecen y hacen única cada producción."
Y lo de "único" toma un valor fundamental cuando se ingresa a cualquiera de los talleres que habitan el subsuelo del teatro. Allí es Genoveva Petitpierre quien supervisa el trabajo de vestuaristas, peluqueros, maquilladores y pintores. Ellos -más allá de cualquier megaproducción- cosen, pintan, dibujan, lavan, tiñen, prueban, reparan y acondicionan cada pieza, cada objeto que luego lucen los actores en escena. El trabajo es tan artesanal, tan de a uno que pareciera que nunca van a terminar; sin embargo, ellos avanzan tranquilos porque todo está medido, cronometrado. Cada uno de los 120 técnicos conoce con precisión sus movimientos para estos días de preparación, y también los que vendrán cuando arriba suban el telón. Genoveva, mexicana ella, está desde la primera producción que de La Bella y la Bestia se hizo para América latina, cosa que sucedió en 1996. Eso la hace maniáticamente conocedora de detalles casi imposible de distinguir para cualquier otro mortal. "De todas las producciones musicales en las que participé ésta es la que más gratificación me ha dado, ya que tiene una realización de vestuario y maquillaje de extrema exigencia. Cada vez es un nuevo desafío", explica entusiasmada como si fuera la primera vez. Parte del trabajo tanto de ella como de la directora asociada y del director musical es entrenar a los directores residentes que quedan a cargo de la nave luego del estreno. Además los residentes suelen oficiar de traductores entre el cast extranjero y el elenco local.
Dunnley-Wendt y Christ fueron los que durante las cuatro semanas que ocuparon el Club Español -antes de mudarse al teatro- se empeñaron en que los 32 actores elegidos aprendan los secretos de los más de cien personajes que suben a escena. Desde el primer día el marplatense Martín Ruiz empezó a usar algún tipo de complemento o postizo que lo fuera acostumbrando a darle vida a la Bestia, para la que fue elegido entre cientos de postulantes. Martín no puede ocultar la enorme felicidad que lo embarga cuando explica que él se presentó pensando "sólo" en Lumière. Feliz asume las casi dos horas de preparación que le lleva transformarse en Bestia. Pelos por doquier, botas con enormes garras, un traje con estructura muscular prestada, postizos que le dan bravura a su rostro. Todo eso debe estar combinado con tres litros de agua por función. El hombre transpira tanto que lo andan siguiendo por todos lados con botellas para que se hidrate.
Magalí Sánchez Alleno (Bella) corrió la misma suerte que su compañero. No quiso picar alto de entrada y se postuló para Babette, pero tuvo la suerte de que los directores supieron mirar y la fueron corriendo de grupo hasta que llegó al de las Bellas, y luego de dos meses de pruebas y esperas le anunciaron su primer gran protagónico: "Lo que me encanta de este rol es que Bella no canta tanto, actúa más y tiene muchos parlamentos. Además hay escenas dramáticas y tiene transiciones muy rápidas hacia el humor. No es una princesita como todas".
Si hay algo que todo el elenco destaca y que evidentemente lo sorprende es el buen trato que tiene con todos la directora Dunnley-Wendt. Llena de energía y con una eterna sonrisa en el rostro, la coreógrafa inglesa no sólo marca movimientos, intenciones y tonos a cada actor y a cada bailarín, sino que contagia fuerza y buen ánimo, algo fundamental para pasar bien las largas horas de trabajo.
Más allá del trabajo, de la dedicación y de los millones que están en juego (el vestuario solo está valuado en un millón y medio de dólares) ése parece ser el gran secreto de todo: que los actores disfruten su trabajo para que, luego, el que disfrute sea uno desde su cómoda butaca.
200
250
200 mil
1,5 millones
El trabajo en los talleres es de un nivel de perfección y detalle que sólo se consigue de la mano de grandes artesanos. El maquillaje quizás es el rubro más sorprendente porque logra increíbles transformaciones en la Bestia y en Monsieur D?Arque, un personaje pequeño pero bien cuidado.
La directora Jaqueline Dunnley-Wendt; la pareja protagónica, Magalí Sánchez Alleno y Martín Ruiz, y los dos reincidentes de la producción anterior, Rodolfo Valss y Marisol Otero
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