lunes, 15 de marzo de 2010

Ricardo Monti: "Cuando escribo, siento la música"

A 30 años de su estreno original, su obra "Marathon" vuelve a la cartelera. Maestro de autores, define a su pieza como "una reflexión amarga de la condición humana".

Por: Andrés Hax

Imagínese que sale a caminar una noche de otoño por las calles de Buenos Aires. Pasa el tiempo y, sin que se dé cuenta, de golpe, se encuentra en un barrio totalmente desconocido. ¿Puede ser que acaba de oír el clang-clang de un tranvía? No hay ni un auto ni una persona en la calle. ¿Se olvidó, acaso, de que hay toque de queda?, ¿o tal vez está soñando? Mira un parque arbolado. ¿Puede ser que haya visto a una figura fugaz vestida de conquistador? Se escuchan aullidos. Hace mucho frío. De golpe, en una esquina, un viejo salón de baile suburbano de la que sale música ¿de cabaret?, ¿tango?, ¿música de circo? Paga la entrada y entra. Toma asiento. Sobre un escenario cinco parejas agotadas, polvorientas, grotescas y elegantes, a la vez, bailan. Y allí, entre ellas, el animador. ¿Un bufón endemoniado? ¿Un Tinelli creado por Kafka? Los fustiga con sus palabras. Los alienta en seguir en el concurso. Los amenaza con El Premio. Y usted se da cuenta de que no va a salir nunca de este salón. Está en el mundo de Ricardo Monti, está en la obra Marathon. Se estrenó por primera vez en Buenos Aires, en 1980. Ahora la puede ver, dirigida por Villanueva Cosse, en el Teatro Nacional Cervantes.

Nos juntamos con Monti, dramaturgo, y gran formador de dramaturgos en su casa de Palermo. Sobre su sillón están amontonados diccionarios y manuscritos. Toma té de una enorme taza y contesta las preguntas sin apuro, sonriente. Uno se encariña con él rápidamente.

¿Me puede contar del primer estreno de Marathon? Fue en plena dictadura...

Sí, y es la única obra mía concebida y escrita dentro de ese período. La obra intentó ser una radiografía del alma durante la dictadura. Pero claro, no era teatro estrictamente político; sino que tenía todo un trasfondo filosófico. Pero ese trasfondo filosófico estaba, a su vez, determinado por las circunstancias históricas en las cuales yo pensaba en ese momento. Cuando esa obra se hizo en Alemania por primera vez, me sorprendió. ¿Por qué este público tan ajeno a nuestra realidad se pudo conectar con esta saga, con esta epopeya de estos seres desesperados por sus existencias, sus existencias cotidianas?

Es que allí está el trasfondo del nazismo...

Sí, por un lado. Pero también esta el tema más general de la condición humana. Marathon es una reflexión amarga sobre la condición humana.

Empezó escribiendo poesía. ¿Cómo fue la decisión de escribir textos dramáticos?

Siempre busqué el teatro porque me impactó de una experiencia que tuve de muy chico, a los 12 o 13 años. Pero no me salía, no sabía cómo escribir teatro. Entonces me dediqué mucho a practicar en la narrativa. Y efectivamente, escribía una novela, que estaba bastante avanzada, cuando tuve una especie de iluminación respecto de cómo era escribir teatro. Que no era escribir diálogos meramente. Sino que era tener un tipo de concepción y de imagen. Y esa novela se transformó en mi primera obra de teatro. Eso pasó cuando encontré el espacio escénico que podía concentrar toda una historia, cuando entendí que yo podía absorber en una especie de lugar magnético toda una historia y comprenderla íntegramente.

¿Esa iluminación la recuerda bien?

Estaba escribiendo en un bar donde solía ir, cerca de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, en la calle Viamonte y San Martín, cerca del Payró. Y recuerdo perfectamente en qué mesa estaba, junto a qué ventanal. Y allí, escribiendo, pasó este autodescubrimiento de cómo escribir teatro. Toda esa historia que yo estaba contando narrativamente podía refluir o concentrarse en un espacio determinado... A partir de allí me dediqué al teatro.

¿Y cómo ha evolucionado desde ese momento?

Todo sigue derivándose a otros lugares. En un momento, mis obras se fueron haciéndose tan complejas que se descosían. Porque la presión de la expansión de la historia fue muy fuerte. Así como de la novela derivé al teatro, finalmente el teatro me llevó a la novela. Y estoy allí, luchando con una novela. El tema es que con la novela hay que tener una fortaleza hasta física.

¿Y tiene una rutina estricta?

No, no, no. En ese sentido me he liberado de mí mismo. Cuando yo era joven, si no escribía una determinada cantidad de palabras por día, decaía en un estado de angustia espantosa. Pero de eso me he liberado y ahora escribo cuando tengo necesidad. Hay oleadas de 24 horas y a veces pasan semanas de elaboración interna. Y eso no me angustia.

¿Siempre quiso ser escritor?

A los siete u ocho años leí Tom Sawyer pero, curiosamente, lo que surgió de allí fueron las ganas de escribir un poema. Recuerdo el primer poema que, de pronto, surgió dentro de mí como una especie de música inagotable. Y yo en ese momento sentí que eso era tal: una música inagotable. Y siempre, cuando escribo, siento mucho la música de las escenas, de los diálogos, siento esta estructura musical. Eso me acompañó siempre. Y en ese momento me sentí, o algo en mí se definió como escritor. Supe que iba a ser escritor a los ocho años. Y nunca tuve en mente otra cosa.

¿Usted eligió quedarse aquí en la Argentina durante la dictadura?

Sí, fue una decisión consciente. Además, pasé momentos de riesgo personal. Apareció mi nombre en una de las famosas listas..., pero me quedé. Di mis clases; me dediqué a formar, de alguna manera, a las generaciones futuras, para que no se perdiera una determinada tradición. Y, bueno, fui visitado por seudoalumnos... En ese sentido, siempre tuve un sexto sentido; de manera que apenas abría la puerta ya sabía quién era...

Dentro de las constricciones de la época, ¿se podía enseñar?

Sí, de hecho formé toda una generación de autores jóvenes, nuevos: Mauricio Kartun, Jorge Huertas, bueno, tantos... Que a su vez fueron formando gente también.

¿Y cómo enseña ahora?

Sigo determinados principios que están dados por esas iluminaciones que tienen que ver con el trabajo con la imagen interna, con la imagen transportando teatralidad. Cómo trabajar los diálogos, los personajes y la estructura teatral desde las imágenes. Esa es la vía maestra. Pero, en realidad, uso mi oído musical fundamentalmente. Me viene alguien, me lee, y yo inmediatamente detecto cuando una nota es falsa, cuando una nota desafina.

¿Le dijo a algún alumno que no iba a poder ser escritor?

No. Porque uno es falible en ese sentido. Muchas veces yo he creído durante un largo tiempo que alguien no tenía condiciones y se ha revelado como un gran escritor; una vez que se ha hecho el trabajo necesario para sacar de encima todas las trabas que estorbaban su talento. Yo no juzgo. Hago todo mi esfuerzo para que ellos se encuentren con su autenticidad. Y sé cuando algo es auténtico o no. Y allí soy inflexible. Con cuidado. El desarrollo artístico hay que cuidarlo mucho. A un talento incipiente e inseguro de sí mismo le podés hacer mucho daño.

Monti Básico
En 1970 estrena la obra, "Una noche con el Sr. Magnus & hijos". Un año después, Jaime Kogan dirige "Historia tendenciosa de la clase media argentina, de los extraños sucesos en que se vieron envueltos algunos hombres públicos, su completa dilucidación y otras escandalosas revelaciones". Le siguieron "Visita", "Marathon", "La cortina de abalorios", "Una pasión sudamericana", "Asunción" y "La oscuridad de la razón", entre otras.

Fuente: Revista Ñ

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