lunes, 22 de marzo de 2010

“La historieta argentina tiene mucho de política”

Justificar a ambos ladosLiteratura marginal. “En la mayoría de las capas sociales, la historieta está arraigada de manera nostálgica. Sin embargo, el mercado sigue siendo reducido”, dice la autora.

Diálogo con la investigadora Laura Vázquez

En un ensayo revelador, esta licenciada en comunicación analiza la industria de las viñetas, en la que detecta las tensiones de la historia nacional.

Roka Valbuena

Hace casi un año Laura Vázquez terminó una exposición oral entre aplausos. Defendió su tesis de doctorado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y se llevó de premio tres palabras en latín, summa cum laude, lo que significa que le fue estupendo y que sus argumentos implicaron un aporte. Su tesis de doctorado trató sobre las viñetas argentinas publicadas entre 1968 y 1984, un trabajo que le llevó seis años de investigación, entrevistas a todo tipo de historietistas, buceo al interior de bibliotecas, insomnios, quemaduras de cabeza, relectura de infinidad de documentos, revistas, recortes, charlas con expertos, con amigos y hasta el apoyo incondicional de su hija.

Afortunadamente terminó entre aplausos e incluso, como aderezo al esfuerzo, culminó con la tesis transformada en un libro: El oficio de las viñetas: la industria de la historieta argentina, publicado recientemente por la editorial Paidós.

Laura Vázquez dio partida a su investigación con el sustento de un hecho histórico: la Bienal Internacional de Historieta, realizada en 1968 en el Instituto Di Tella.

“Esa Bienal funcionó como un parte aguas que evidencia que, desde allí, los fulgores de la industria del período de oro (años cincuenta) no volvieron a repetirse y que desde entonces, con algunos vaivenes, sólo se percibe una curva descendente”. Y Laura cerró su investigación justo el año en que comenzaba el imperio de la revista Fierro, lo cual ella explica con visión sociológica: “Lo que aporta Fierro es la tensión entre un pasado idealizado y la preocupación por un futuro incierto”.

Entre esos dos hechos, la Bienal y la revista Fierro, Laura Vázquez construyó su investigación y determinó, por ejemplo, que entre 1968 y 1974 la historieta vivió la fase de la transición; y que entre 1975 y 1984, por motivos lógicos, la historieta vivió la fase de la represión. Y, de paso, obtuvo una conclusión melancólica: quizás justo en el momento en que era agasajada con un summa cum laude, el preciado tesoro latino al que aspira cualquier estudiante, Laura Vázquez se daba cuenta de que la historieta argentina nunca más llegará a brillar como lo hizo en la época de oro.

“En la década del cincuenta no sólo hubo una industria editorial de historietas muy fuerte, en el sentido más empresarial y comercial del término, sino que si revisás los índices económicos de momentos claves de ese período vas a ver que se trató de un momento de esplendor, en donde el papel del Estado tuvo una fuerte incidencia indirecta”, dice la autora quien, de pronto, ingresa en un momento de reflexión. Esta tarde, sentada en su casa, Laura ha retrocedido a su infancia.

En su paseo por la niñez, Laura se percató de que sus padres, dos profesionales prácticos, no la volcaron a lo intelectual. Entonces Laura, por un instinto, comenzó a leer historietas. Se hizo adicta. Pasó años leyéndolas e incluso, en un impulso, una vez pasó la noche abrazada a un hombre de papel. La investigadora reconoce, sin pudores, que durmió una noche entera abrazada a Nippur de Lagash.

Su fervor por la historieta le dura hasta hoy. Su frase es categórica: “Todo mi entorno es historieta”. Acreditamos que su entorno físico, es decir, su living, está flanqueado por muebles llenos de historietas y además hay dibujos de personajes de historietas colgando en las murallas. Su gata, Maga, que husmea por el suelo, semeja una historieta. Y sus amigos, todos ellos, son historietistas o guionistas. En su casa, los ceniceros tienen cara de personaje e incluso el fotógrafo casi se rompe la rodilla al tomar asiento porque sus muebles parecen de papel. Todo este fervor por el género le produjo a Laura un obstáculo en su investigación: temía perder la objetividad. Porque ella piensa, objetivamente, que hay historietas muy buenas y otras pésimas. Piensa que hay historietas que no tienen nada que envidiarle a la literatura y también piensa que tampoco es adecuado exagerar y decir que Solano López es dios. Lo bueno es que su trabajo no resultó subjetivo. Toda la subjetividad Laura la condensó en los agradecimientos: en las páginas iniciales del libro, la autora les dio las gracias a más de sesenta y cuatro personas.

“En el libro me interesó ir a esas partes en que estaban las relaciones entre la historieta y la política”, dice Laura y agrega que esas relaciones no necesariamente se daban en las historietas masivas. En el periodo estudiado aparecían fuertes alusiones a la dictadura en historietas de circulación menor o podía haber una historieta crítica a la política en un diario. “Y eso es muy interesante”, afirma, “porque la política estaba presente tanto al nivel masivo como a nivel menos masivo”.

Tal cual es citado en el libro, Juan Sasturain, en el primer número de Fierro, escribe una sensación: “En Argentina, mientras hayan potreros y lápices, habrán futbolistas y dibujantes”. Laura toma con mesura el comentario. “No es bueno mirarse el ombligo”, suelta con la voz baja. Ella ha visto que los mejores historietistas están en Europa, más bien en Francia. Ahí cobran cifras dignas y pueden vivir de la historieta. Acá no. Acá el mercado es minúsculo.

“Nadie puede vivir sólo de la historieta en la Argentina”, sentencia con énfasis. “¿Pero usted no cree que la historieta está arraigada al argentino?”, preguntamos. Laura es escéptica: “En la mayoría de las capas sociales está arraigada de manera nostálgica. Es como el dulce de leche. Todos dicen, ah, el dulce de leche, pero yo no sé si la gente desayuna con dulce de leche. Es como en ese sentido”.

Y luego Laura habla de que el ambiente de los historietistas es freak, sí, pero muy sufrido. Todos combaten contra la pobreza. Hacen trabajos para el extranjero, incursionan en festivales, utilizan las plataformas que brinda internet. Literalmente, es gente que sobrevive con el ingenio. “¿Y para usted la historieta lo es todo?”. “No, no es todo”, responde. Y esta mujer de 37 años se pone de pie y dice que tiene que ir a buscar a su hija humana al colegio.

Ya ha aprendido que en la vida, además de historietas, hay también otras cosas.

Fuente: Crítica

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