Por Laura Rosso
En Esa extraña forma de pasión se pone en acto una temática. Hay tres situaciones que dan cuenta de tres territorios relacionados con la década del ‘70 en la Argentina. Los textos de los tres cuadros se entrelazan aun cuando sus personajes atraviesan temporalidades diferentes. Hay cruces de miradas entre ellos y hay cruces por los bordes entre una escena y otra, y cada palabra, cada silencio, repercute en las tres situaciones como en un único organismo. Son siete personajes: dos militantes —uno absolutamente convencido de lo que hace, otra que se quiere abrir porque no quiere morir—, una escritora sobreviviente entrevistada por un periodista cuyo padre está desaparecido, dos represores y una detenida con trato “especial”. La obra ofrece distintos aspectos acerca de la complejidad de una época, las contradicciones, los interrogantes de los ‘70. “Si algún mérito tiene este trabajo que hemos hecho —dice Susana Torres Molina, dramaturga y directora de Esa extraña forma de pasión— es haberlo encarado desde esta polifonía. El proceso de escritura comenzó el año pasado y en un principio fueron tres obras independientes. Luego apareció la posibilidad de entrelazar las escenas y haciendo casi un juego de montaje audiovisual las tres obras fueron montadas en una. Fue muy intenso pero muy placentero, pocas veces yo he disfrutado tanto de dirigir, así que tenemos ganas de seguir haciendo proyectos juntos. Creo muchísimo en el trabajo, en la profundización que se genera trabajando más los detalles a partir de la repetición. Fue una experiencia muy amable en el amplio sentido de la palabra.”
¿Qué te propusiste compartir con el espectador?
–Una mirada polifónica, no pretender dar respuestas sino plantear interrogantes. Cuando a mí me dicen que hacía rato que no se sentían tan incómodos viendo una obra de teatro, me parece uno de los mejores elogios que pueda tener. O que me digan “nos quedamos horas charlando sobre la obra con mi pareja, con amigos...”. Sé que eso sucede porque justamente esta pluralidad de miradas y de puntos de vista provoca eso. Poner en escena algo que siento como una responsabilidad de mi generación. Me interesaba poder hacer algo sin caer en denuncias o en posiciones didácticas y pedagógicas.
¿Cómo viviste las ’70?
–Tenía dos hijos muy pequeños y creo que eso de alguna manera me abstuvo de una militancia mucho más activa. En ese momento yo estaba casada con Tato Pavlovsky, y lo viví muy de cerca porque entraron a nuestra casa buscándolo a él supongo. En el año ’78 nos fuimos a Madrid, estuvimos viviendo ahí y volví en el año 1981.
¿Son los años ’70 “esa extraña forma de pasión”?
–Creo que sí. Yo participé de marchas cuando asumió Cámpora, cuando se liberaron los presos de Devoto. El clima que se vivía era realmente de una alegría y un vigor notables después de haber vivido años tan terribles. Era una fiesta. Después dejó de ser una fiesta, pero en ese momento era una fiesta. Yo quería hablar de seres que, todos desde algún lugar, son apasionados. Está el tema de la lectura también, la prisionera que clasifica libros. La cultura venía en los libros y cuando hay una dictadura lo primero que se hace es quemar libros, cerrar las bibliotecas y las universidades. En algún momento había escuchado que el miedo era una extraña pasión. No sé si la palabra era extraña o insólita pero hubo algo ahí que sentí que tenía que ser el título de la obra. Después elegí la palabra extraña porque la relación entre un represor y una prisionera es extraña, las pasiones, las ideologías. “¿Por qué las elecciones eran Patria o Muerte?”, le pregunta el periodista a la escritora. Hay algo de extrañamiento: uno dice qué presente estaba la muerte como opción, qué tangible era la muerte.
Torres Molina se propuso no trabajar con arquetipos y lo explica de esta manera: “Los dos represores no son los mismos represores. Traté de trabajar desde la singularidad, desde lo subjetivo y eso inquieta o incomoda. Esta víctima que está prisionera en un campo clandestino nunca se sabe hasta qué punto simula y hasta qué punto no, pero logra que la liberen. Y sobre todo, pienso que no se puede hablar de sobrevivientes, de militantes, de represores como si todo fuera una especie de conglomerado estático y uniforme. Los militantes son personas, cada persona tiene su mundo. Y lo mismo pasa con los represores. Entonces tomarlo no desde los arquetipos, no desde la categoría blanco o negro sino cada uno con su singularidad, con esta estética incómoda de la ambigüedad. Creo que eso sí es algo que yo me propuse”. Y la obra logra expresarlo. Son muchas las heridas y en este caso se habla desde un panorama más diverso que muestra las aristas de la década y sus poderosas resonancias en la actualidad. “A todos en algún lugar nos ha dejado heridas esto, más allá de que hayamos tenido una participación activa o pasiva, nos hayamos exiliado o quedado, hayamos mirado para otro lado, no nos hayamos enterado de nada. Hace pocos días se recuperó el nieto 101, o sea, todo está tan presente, nos habita de tan distintos modos y maneras”.
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Fuente: Página 12
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