Por Guadalupe Treibel
Con Díptico, la (doble) propuesta de Santiago Loza y Lisandro Rodríguez, dos puestas ponen sobre el tapete el mundo-de-la-mucama. Pero, despedido el cliché, el universo se presenta corrido y la graduación que deforma se vuelve –irónicamente– la mejor manera de evidenciar... ¿evidenciar qué? el mundo privado negado (que resiste o intenta resistir), la inestabilidad, el lazo jerarquizado, los juegos de poder, la propia familia.
¿Pero dónde está el guiño al distanciamiento? Para empezar, en las actuaciones porque, sin más, las mucamas son representadas por varones que no simulan ser mujeres. Simplemente... lo son. “Confiamos que los textos fueran femeninos, sin acentuarlos. El género está en la poética de lo que se dice y, con decirlo, ya está bien”, explica Rodríguez, director de ambas piezas, haciendo referencia a estos hombres peludos (los actores Mariano Villamarín y José Escobar) que se ponen el uniforme de muqui y, sin impostar la voz, sin echarse cera, sin sobreexplotar poses, tics o fórmulas hechas, charlan.
Es que eso es Sencilla, obra que inaugura el Díptico: una conversación (por momentos, refinada) entre dos mujeres, Tilde y Prieto, cada una en su respectivo break de trabajo (una es mucama de hotel; la otra trabaja en casa de familia), cada una luchando –a su manera– para apropiarse o retener... un banco de plaza. “¿Hasta qué punto cada uno cuida su terreno?, es la pregunta que motivó la génesis de la obra, cuya primera parte fue escrita para el ciclo Suiza, con una temática acotada a la espera del Bicentenario”, recuerda Rodríguez, coautor de la obra junto a Santiago Loza (responsable de la maravillosa Nada del amor me produce envidia).
Cordial y –hasta– cálida, Sencilla es una lucha de poderes, la necesidad de continuar la jerarquización del mundo Mucamo, aun fuera de los deberes cotidianos, aun con una par. Pero el juego de dominación es planteado desde la sutileza: puede que la “fuerte” hable más alto, evidencie la violencia, pero la “débil” termina por ocupar el espacio. Gana. ¿Gana?
“La idea era jugar con el imaginario del personaje pero correrlo del arquetipo, encontrarle organicidad al texto. De ahí que el vestuario sea simple, concreto. Y los actores no actúan de mujer. Cómo público, la identificación es con la distancia que se genera”, acerca el también actor y músico Rodríguez. “Son ridículas al definirse ‘sencillas’, son pícaras y se miden constantemente, como boxeadoras. Son mucamas pero podrían ser cualquier cosa; podrían ser... bomberas”, redefine Lisandro.
Y habitan un espacio privado de banco y farol, acompañado por una reja externa que simula ser la ventana de una casa. “Lo de la especie de jaula sirve para ambas obras porque en Sencilla era uno que está dentro mirando el afuera y en Ella merece lo mejor el espectador está afuera espiando el adentro”, cuenta el dueño –junto a Loza y los dos actores– de Elefante. Club de Teatro, el espacio multidisciplinario que da sede a Díptico.
Es que la segunda pieza del doblete –Ella merece lo mejor– encuentra la intimidad de una pareja bonaerense –obsesionada con las napas, con la inseguridad, con el afuera– en franca relación con su mucama (nuevamente, José Escobar). En la piel de Andrea Strenitz y Raúl Paniagua, el matrimonio quiere “lo mejor” para su cama-adentro y, como un monstruo de dos cabezas, abusa de su poder limitando (y “educando”) a la empleada, impidiéndole salir a la calle. “La mucama se mantiene en neutro, trata de no involucrarse –cuenta, en genérico, Rodríguez–. Es una presencia, una testigo de algo más.” Entretanto, y al mejor estilo Mummy y Daddy –la pareja infernal de Gente detrás de las paredes, de Wes Craven–, el matrimonio toma un lugar paternalista con el objetivo de hacer carne a imagen y semejanza. La docilidad de la mucama sirve, en el mejor de los casos, para evidenciar la demencia border de esta familia tipo (¿tipo qué?).
Sobre esa locura, quizás el golpe innecesario de Ella merece lo mejor sea explicar de más y filtrar una máxima mentirosa: Que la mujer necesite ser madre (y el hombre, padre), que –quizá– no serlo pueda llevar a la demencia. En fin... Sin ese dato, la pieza dejaría –de igual manera– asentada una realidad patética (muchas veces, cierta): la de la distancia/no distancia de empleadores-empleada, la jerarquía que se quiere negar pero se evidencia.
Con todo, vale la pregunta... ¿Por qué el interés en este mundillo? “La mucama es una presencia adorable pero intrusiva y, por el trabajo, se la remueve de su propio seno familiar. La gente arma familia con alguien que no tiene nada que ver con su familia y, a la vez, la extirpa de la propia. Todo por comodidad. Y no hay registro del otro; sí de lo que le pasa a uno, de que haya alguien para que le limpie la mierda a uno. Poner en evidencia eso lastima algunas susceptibilidades”, remata, sin concesiones, Rodríguez.
Fuente: Página 12
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