miércoles, 7 de abril de 2010

Shakespeare en Buenos Aires

Por Enrique Medina

Mientras gambeteamos gente bajo una noche espléndida, y a punto de cruzar la avenida 9 de Julio, Nora me pasa la botellita de agua mineral y larga su apasionado espiche sobre las obras del Cisne de Avon:

–Es dar vida, eso es Shakespeare. Y por supuesto muchísimo más, eso... Y si hay reglas de oro, esas reglas de oro deben cumplirse. No puede ser que ninguna de las puestas logre el entusiasmo, sólo hay un páramo, sin ideas ni concepción ni embarazo, sólo abortos...

–Cuidado, que se nos fue la luz verde...

–No puede ser que textos como los de Shakespeare se escapen, vuelen sin quedarte en los oídos. Es que no controlamos nuestro defecto de hablar muy rápido y sin vocalizar. Es obligación del actor ser escuchado, perfectamente, desde la última fila. Lo decía Lola Membrives. Y nos lo repetía Marcelo Lavalle cuando estudié teatro con él. El sí que fue un innovador, y hoy nadie sabe quién es...

–Tenemos olvidos mucho más graves...

–Sí, él mezclaba todo. La primera lección que nos dio, lo recuerdo y me emociona, fue que si se fuma dentro del teatro, el pucho debe deshacerse con la punta del zapato, asegurarse de que se lo apaga... ¿por qué?...

–...

– ...Te estoy preguntando...

–Ah... No sé...

–Porque el teatro para el actor debe ser un templo... ¿Te gustó?...

–Sí. Pero creo que ahora está prohibido fumar en todos lados, ¿no?...

– ...Y que el teatro es texto.

–Ya. Crucemos...

–Textos desaprovechados... Desperdiciar un texto de Shakespeare es imperdonable.

–¿Qué traducciones usaron, Astrana Marín, Menéndez Pelayo, MacPherson, Battistessa?...

–Estás fuera del mercado, vos. Hoy todo el mundo es cantautor... ¿Por qué pagarles derechos a otros cuando puede cobrarlos uno?... Ja, ja... Money-money-money...

–¿Nos sentamos bajo las estrellas?

–Dale... ¡Y los espacios!... Desaprovechados los espacios. Un pecado esos escenarios impecables, regalados para nada...

–Esperá que limpio un poco... Ya.

–Gracias. Creo que no deberían hacerse adaptaciones saltando las épocas y abusando del bombín. Shakespeare es su tiempo, si yo lo ubico en una villa miseria tergiverso todo su espíritu por más que cuide los equivalentes. Creo que nadie superó a Laurence Olivier. ¡Además respetar el original es todo un desafío artístico!, y pretextando adaptaciones y otros pirulines, uno justifica el no jugarse a lo serio...

–No sé, linda... El primero que cambió el escenario fue Richard Burton, en Hamlet. Lo hizo con ropas de calle. Pero obligado. A último momento falló la producción y decidió salir al toro. Creo que él ya había inventado el teatro leído. El afirmaba lo que vos: el teatro es texto. Lo había desafiado a Olivier, a que ambos representaran Hamlet y que el público señalara al mejor. Buscaba publicidad y lo logró. Ahí lo contrató Hollywood para hacer El Manto Sagrado, que fue la primera película en “cinemascope” y no paró más, salvo si veía una botella de whisky. Cuando Zeffirelli le da una vuelta de tuerca al Hamlet de Olivier lo hace en lo profundo y filosófico: El “To be or not to be” de Olivier es en lo alto, ante el cielo y el mar, y con un puñal que se le resbala y cobra significación; en cambio el parlamento de Mel Gibson es en otro tono y descendiendo a las catacumbas. Son diferentes visiones filosóficas de un mismo texto. Pero decir el texto entre dientes, sin modular ni darle matiz, sólo de memoria y rápido como para sacárselo de encima, y además sin que se oiga, no... eso no es Shakespeare, y tenés toda la razón del mundo. Ni tampoco estar como postes, ni tener en cuenta el escenario, todo muy chato, muy chato, nada de creatividad. Salvo, alguno que otro, escapado de la nada, chatura total...

–Actitud que obedece a una chatura general.

La luna se inclina junto al Obelisco haciendo una reverencia. La gente hace espacio sin saber por qué ni para qué. Los semáforos se clavan y los vehículos dejan de cruzar la avenida. Es Shakespeare que avanza con pasos alados y ojos de fuego. Salpicándonos con saliva por la bronca que trae, nos dice: “¡Me cago en el pretexto de la vigencia y me cago en lo obtuso y lo amorfo!..” Agarra mi botellita. Bebe. Está gordo y le pregunto qué carga debajo de la ropa. Me devuelve la botellita y muestra dos inmensas hachas. Pregunta por la calle de los teatros. Indico de dónde venimos. Yergue la testa y, rugiendo cual fiera desatada, apresura su camino.

Fuente: Página 12

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