miércoles, 7 de abril de 2010

Alejandro Viola

Foto: Pepe Mateos

El fuego sagrado Se presenta con Los Amados y ensaya, dirigido por Helena Tritek, los sonetos de Shakespeare.


Teatro comencé a estudiar en la secundaria. Vivía en Lanús Este, casi Monte Chingolo, y era la dictadura. Había encontrado una especie de curso de Enrique Guevara, en un café de San Telmo, Ultimo Tango, en el pasaje San Lorenzo: una especie de salvoconducto a otro mundo. Me acuerdo: viajaba los miércoles y domingos. Ese espacio, a las dos de la mañana, por ejemplo, era un lugar oculto y secreto. "¿Documentos tenés, no?", era la pregunta de entonces. Debajo del escenario había tanta teatralidad como arriba. Por ahí aparecía Gogó Andreu a hacer un monólogo y se hacían obras que aludían a estos tiempos oscuros.

Mi viejo tenía una flota de camiones y era un gran cantante tenor. Me parece que habrá tenido su influencia.

Las primeras obras que me mataron fueron La señorita de Tacna, con Norma Aleandro y Adriana Aizenberg, y Camino negro, un texto de Viale, que hacían Miguel Angel Solá y Betiana Blum. Yo miraba eso y decía: no voy a hacer otra cosa que lo que hacen estos tipos.

Estar al frente de un grupo es un trabajo que va más allá de lo que se imagina: me gusta compartir textos con el grupo, orientar, o mejor, compartir. Llevo algo de Brook, un texto sobre la concentración o la puesta en escena. Eso lo aprendí de Helena Tritek. Y nos va muy bien. El disco Karabali, ensueño Lecouna, tendrá invitados de lujo como la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Buenos Aires.

La Tritek ha sido la persona que me ha llevado de la mano en el oficio. Me ha convocado para textos y trabajos sobre Pessoa o Trakl. Tiene una actitud poética hacia el trabajo. Genera deseo en los actores que anhelan trabajar con ella. Me ha tocado escuchar a actrices, gente muy famosa por cierto, que le han dicho: "Helena, cuando quieras, lo que quieras". Y eso no le sucede a todo el mundo.

Estudié Comunicación Social y hasta tuve una cátedra en la Universidad de Lomas, pero al mismo tiempos estudiaba teatro con Roberto Saiz, de Los Volatineros, que me dejó una disciplina de trabajo, me enseñó a pensar escénicamente un personaje. Los Amados fue una convocatoria, en joda, para festejar el cumpleaños de una amiga, Bettina. Después, surgió el circuito del Parakultural, Morocco, El Dorado, y a los dos años ya estábamos invadiendo los estudios de Susana Giménez y Xuxa. Una cosa delirante.

Estoy trabajando en El amante del amor, sobre los sonetos de Shakespeare. Otra vez con Helena Tritek. Estrenamos en estos días.

Los Amados, y parezco Evita, es la razón de mi vida. Y se fueron reciclando de manera permanente. Es así: no entiendo la profesión de otra manera. La incorporación del contrabajo de Lisandro Fiks, nuestro querido Tito Richard Junquera, fue fundamental porque se encargó de la dirección musical. Y yo me pude dedicar más a la puesta en escena. La actual es una formación tremenda, creo que en todo sentido, la mejor que hemos tenido.

Hay algo en los grupos que hay que tener en cuenta: el discurso debe ser claro. Como director, soy de hablar: saber lo que le pasa a cada uno. No se trata de me adapto, me adapto y después estalla todo. Me gusta que nos demos, en Los Amados, la posibilidad de investigar. Eso no lo tenemos que perder.

Mis clases eternas de canto con Gabriel Yamil: llevo como seis años y me ha desarrollado la voz de manera increíble. Y también estudié dirección teatral con Rubén Szuchmacher y Juan Carlos Gené. Szuchmacher fue muy interesante para contextualizar lo que hacemos: la historia de la cultura y las formas de decir. De Gené me quedo con esa manera de marcar lo que está bien y recién después decir lo que hay que mejorar. Es algo que aplico cuando veo cosas o hago devoluciones de trabajos de otros.

No hay un actor que se haya recibido de algo. El actor tiene que estudiar siempre.

Fuente: Clarín

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