lunes, 19 de abril de 2010

Sensible versión de un ícono romántico

Por EDUARDO GIORELLO

Inmersa en el más claro estilo del romanticismo coreográfico del siglo XIX (la obra es de 1841), "Giselle" centraliza en su argumento (de Saint-Georges, Gautier y Coralli) y en su trazado dancístico algunas de las características más salientes del movimiento estético que revolucionó todo el 1800. Madame de Staël fue la representante ilustre del período en Francia y tanto libretistas como coreógrafos influidos por sus propuestas estéticas las siguieron muy de cerca concretando una pieza maestra del ballet que es paradigma indiscutido de la esencia romántica. Dos actos, uno terreno y otro metafísico, equilibran sus potencialidades poéticas y redondean una obra entrañable donde sentimientos amorosos puros combaten contra la mentira y el engaño. Una primera parte realista, inspirada en las leyendas populares del valle de Turingia, con escena de la locura y muerte incluidas (cercano al mundo operístico del que Adam, el compositor de la música de "Giselle", fue ilustre representante) y una segunda jugada en el reino de las Willis, las fantasmas de las doncellas muertas, donde los protagonistas bailan hasta que el amanecer desdibuja sus siluetas, conforman una historia ideal para un desarrollo donde música y acción se enlazan perfectamente para que la coreografía diseñe algunas de las secuencias más bellas de toda la historia del ballet, con virtuosismo, simetría espacial y singular dramatismo.

El Teatro Argentino de La Plata posee una bella producción de la histórica "Giselle". Los decorados y la iluminación de Juan Carlos Greco y el vestuario de Eduardo Caldirola son espléndidos aunque los primeros caigan, por momentos, en un exceso de barroquismo.

La coreografía original de los franceses fue cuidada hasta en los más mínimos detalles para lucimiento del Ballet Estable, que dirigido por Rodolfo Lastra, capta fervorosamente las coordenadas románticas de la obra y las reproduce en un trabajo impecable, que posee su ejemplo más brillante en la actuación del cuerpo de baile femenino en el acto blanco (segunda parte de la obra). Para algunas de estas reposiciones de "Giselle" fue invitado el primer bailarín Iñaki Urlezaga para desempeñar su conocido y admirado "Albrecht" pletórico de sutilezas dramáticas y excelencias técnico-virtuosísticas. De Rusia se llamó a la estupenda bailarina Anastasia Kolegova, digna emergente de Academia Vaganova de Ballet Ruso, en el 2000. Su trabajo sensible, hecho de teatralidad y carisma, se complementa una plenitud técnica de excepción. Kolegova revivió una "Giselle" brillante como todo concepto. Una auténtica estrella de la danza con un exacto physique du rol para animar a la delicada y sacrificada protagonista.

Trabajos individuales como los de Víctor Filimonov (Hilarión), Alejandra Baldoni (Myrtha) y Agustina Verde y Martín Quintana (Pas-de-Paysan) resultaron adecuados para acompañar a las estrellas invitadas y todo el elenco bailó con unción los trazados coreográficos de "Giselle", de impecable estilo clásico-romántico, revisados y con aportes adicionales de Gustavo Mollajoli. Muy bien la Orquesta Estable con la conducción de Carlos Calleja, embarcado en una propuesta que conoce en profundidad, obteniendo de sus subordinados una sonoridad compacta, disciplinada y de halo poético según los dictados de la conmovedora partitura de Adolphe Adam.

Fuente: El DíaJustificar a ambos lados

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