domingo, 11 de abril de 2010

Maestros a domicilio, entre la vocación y el sacrificio

Gabriela Bianchi, Cecilia Cañete, la directora Nilda Chariatte, Paula Gutiérrez y Juan Luperne

EDUCACION ESPECIAL

Una profesión difícil y poco conocida. Anécdotas y vivencias de los docentes

Pueden caminar hasta 40 cuadras en despobladas zonas rurales, viajar 30 kilómetros combinando el tren con un micro o atravesar barrios a los que deben entrar acompañadas, para llegar a una casa donde más de 10 hermanos comparten 3 camas, y, luego, darle clases a un niño con discapacidad mental. Es el trabajo cotidiano de las maestras domiciliarias de educación especial, una profesión difícil y poco conocida, donde la vocación lo es todo.

Y va en aumento: desde 2007, la matrícula de quienes deciden dedicarse a esta rama de la enseñanza aumentó un 17,2 por ciento en la provincia de Buenos Aires.

En la Escuela Especial 518 -14 entre 44 y 45-, donde trabajan las maestras domiciliarias cuando no están en una casa de familia, Gabriela Bianchi, especialista en discapacitados acústicos y mentales, cuenta que hace 13 años llegó al centro para ocuparse de una chica con alteraciones del lenguaje. “Conocí entonces la enseñanza a domicilio, probé un año y me encantó. Pero primero tuve que animarme”, recuerda, poniendo sobre la mesa un tema nada menor: “Entrar a una casa no es sencillo, pues se genera un entorno afectivo muy fuerte. Aunque lo más gratificante es que, durante dos horas, sacás al chico de esa situación de enfermedad”.

“Es imposible no involucrarse afectivamente”, asegura Paula Gutiérrez, quien en 1999 comenzó a dedicarse a discapacitados mentales. “Tenía 20 años y había leído sobre el tema. Pero cuando salí a la calle me di cuenta de que no sabía nada. Es más, no conocía la ciudad”, asegura, recordando la época en que, en media hora, tenía que viajar de una casa de Ringuelet a otra de Altos de San Lorenzo, uniendo tren y colectivo.

“OLVIDARSE POR UN MOMENTO”

Cecilia Cañete, quien fue directora de la escuela que ahora dirige Nilda Chariatte, dice que “el 90 por ciento de los alumnos son de barrios pobres, y abundan las familias desestructuradas”. “Cuando entramos a una casa es como que marcamos la normalidad”, añade Paula, y se explica: “Los padres hacen la descarga, y la familia, durante una hora y 45 minutos no piensa en la enfermedad del niño”.

Juan Luperne, especialista en discapacidades motoras y mentales, es explícito: “Día a día asistimos a un popurrí de la realidad social del país”. Cuenta que a los alumnos los deriva un médico o una escuela. “Pero no es una actividad muy difundida -coinciden todos-; muchos llegan a través de un vecino, un comentario, por el boca a boca”.

Antes de ir a una casa son asesorados por un médico y una asistente social para saber con qué se encontrarán. Pero a veces no alcanza. “Podés toparte con una fractura que le impide al alumno moverse, o con un cáncer. Tenemos una alumna del barrio Monasterio, con distrofia muscular progresiva, que lleva con nosotros 7 años, y otra con artritis reumatoidea juvenil que va a empezar el secundario”. ¿Tuvieron que pasar por situaciones extremas? “Sí. Llorás, te quebrás, venís acá y lo compartís. Y seguís adelante. Porque la vocación es más fuerte”, dice Paula. ¿Cambiarían por estar frente a un grado? “Nunca”, aseguran a coro.

MATRICULA

Según datos de la dirección de Información y Estadística de la cartera educativa bonaerense, entre 2007 y 2009 los profesorados en educación especial incrementaron su matrícula un 17,2 por ciento. La orientación en discapacidad intelectual es, por lejos, la que más alumnos tiene: 2.575

Fuente: El Día

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