domingo, 18 de abril de 2010

La segunda parte de El fantasma de la ópera

Ramin Karimloo, el Fantasma titular de la obra tiene bien cuidadas las espaldas con el trabajo de su cover, Tam Mutu Foto: LA NACION

Amores reencontrados en el West End

El musical de Lloyd Webber, Love Never Dies , retoma la historia de un clásico que revolucionó el género

LONDRES.- No es fácil. Para poder sentarse tranquilo, con la cabeza despejada y ¿objetiva? a disfrutar (o no) una comedia musical en el West End londinense hay que sacarse muchas sensaciones preexistentes. Es que una ciudad como Londres acumula en el estómago, en la mirada y en la piel de cualquier visitante, por más que su avión haya llegado pocas horas antes de la función. Imposible, mejor relajarse para disfrutar (sí, disfrutar) de eso que llega desde el escenario que encima tiene la firma de Andrew Lloyd Webber. No es otra cosa que Love Never Dies , la segunda parte de El fantasma de la ópera , el musical que desde hace años llena el Her Majesty´s Theatre de amantes del género. Está dirigida por Jack O´Brien, el libro es de Lloyd Webber y Ben Elton; y las letras de Glenn Slater.

Hormigas en el cuerpo es lo que se siente apenas uno logra sentarse en su butaca, sobre todo si se llega con tiempo para hojear el nutrido programa de mano en el que se descubre que ahí mismo, en ese escenario del Adelphi Theatre, fue donde hace cuatro años Elena Roger interpretó Evita . Sabiendo que todas esas emociones no se irán así nomás, es mejor pactar con ellas cierta calma que, en realidad, se logra cuando empiezan a aparecer otras, esas que genera esta historia amor trágico que vuelve a reencontrar, diez años después, a El Fantasma y a Christine.

Amores

Las cosas han cambiado, él se ha trasladado a los Estados Unidos y regentea una suerte de circo repleto de personajes frea kies, pero sigue extrañando sin pudor alguno a su amada Christine, a la que contacta -sin darse a conocer- para que cante para él en su teatro. Ella está casada con Raoul y tiene a Gustave, un bello niño de, justamente, 10 años. Los tres llegan a Coney Island, donde no pasa mucho hasta que todos los secretos se empiezan a descubrir: ¿quién está detrás de esa generosa invitación?; ¿de quién es hijo realmente el pequeño Gustave?; ¿sigue ella enamorada de él? Esta vez la trama es más romántica que terrorífica, la ternura ha ganado a este fantasma que no puede consigo mismo cuando descubre a Gustave. De hecho, una de las escenas mejor logradas es en la que juegan juntos - The Beauty Underneath - como si los dos tuvieran 10 años. El Fantasma de la función en cuestión no fue Ramin Karimloo -el intérprete titular- sino que fue interpretado por su cover , Tam Mutu, que estuvo mucho más que simplemente a la altura de las circunstancias; y el Gustave de esa noche (los niños actores tienen alta rotación) fue Harry Child, una maravilla como cantante y como actor.

El elenco también tiene a otros intérpretes fuertes como a Summer Straller, que interpreta con sobrado talento a Meg Giry, o a Joseph Millson, que es el frío, distante, calculador y guapísimo Raoul que -vaya a saber uno por qué- uno lo termina queriendo (la escena del bar con Why does s he love me?, es maravillosa). Y no se puede dejar de decir algo de Sierra Boggess, quien interpreta a Christine con un caudal de voz y de ternura que apabulla, tanto que hasta por momentos uno se pregunta si esa mujer que se anima a dar vuelta su vida para seguir lo que dice su corazón no debería tener una impronta -desde lo actoral- un poco más fuerte, mejor parada y no tan etérea. Apenas un detalle.

La puesta tiene momentos brillantes en todos los sentidos, con una producción escenográfica que recrea los distintos espacios sin ahorrarse detalles y excelencia salvo en la escena final que, como todo el cierre de esta historia, es un poco forzado. Una pena ya que en la última puntada se deshilacha un poco la costura.

Pero a esa altura, hay un montón de nuevas sensaciones que se han acumulado en el estómago como para salir a la noche londinense exultante otra vez. Así las cosas, no es fácil coincidir con lo que dicen casi todos los críticos londinenses que no ven a este Love Never Dies como una digna segunda parte de El fantasma... No es para tanto, se puede percibir cierto encono en las reseñas que no se justifica cuando uno se sienta en la butaca sin ánimos de buscarle la quinta pata al gato. A una historia romántica muy bien contada, con gratísimos momentos de humor, hay que sumarle un puñado de canciones -incluido el tema principal- que no se van fácilmente de la cabeza, tanto que dan ganas de recurrir al disco que afortunadamente ya está, desde hace unas semanas, al alcance de la nostalgia.

Por Verónica Pagés
Enviada especial
Fuente: La Nación

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