"Argentina desde el Piano. Huellas" El segundo disco de CIMAP recorre con brillo la música argentina, bajo la guía de Hilda Herrera.
Por: Sandra de la Fuente
Especial para Clarín
La pianista Hilda Herrera es heredera de una tradición que recorre desde la picardía percusiva de Adolfo Abalos hasta la fineza instrumental de Carlos García, además de su mejor difusora.
No sólo porque es -como lo atestiguan Yupanqui en Piano, La Diablera y Señales luminosas, los discos en los que redescubre los clásicos al tiempo que introduce piezas notables de su propia cosecha- la mejor intérprete actual de nuestro folclore al piano, sino porque desde siempre ha sabido compartir toda esa riqueza musical con quien estuviera dispuesto a escucharla en un aula. Herrera espantó la timidez adolescente de sus alumnos del Instituto de Libre Enseñanza para imprimir en sus cuerpos el ritmo de las danzas. Con la misma fuerza se resignó estoicamente al cargo no docente que la burocracia de un conservatorio le asignó. Enseñar es para ella tan vital como escribir e interpretar.
Hace ya quince años que abrió un curso de folclore; en un principio estaba destinado cualquier tipo de instrumentistas y desde 2002 es exclusivo para pianistas. Su nombre es CIMAP (Creadores e Intérpretes de la Música Argentina en Piano), y allí se toca, se discute repertorio, arreglos, técnica y se preparan los conciertos que todos los viernes a las 20.00 se ofrecen en la sala Guastavino del Instituto Nacional de Musicología.
Argentina desde el Piano. Huellas, es el nombre del segundo disco que produjo CIMAP. Si el primero documentaba el eclecticismo instrumental de los primeros tiempos, el segundo muestra el enorme crecimiento de los jóvenes intérpretes.
Las piezas de Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui, Omar Moreno Palacios, Ariel Ramírez, Edgar Spinassi y Tránsito Cocomarola, entre muchos otros, reconocidos y no tanto, brillan en las versiones de Andrés Pilar, Matías Martino, Sebastián Gangi, Lisandro Baum, Nicolás Müller, Luis Gonzalo Melicchio, Gretel Cortés, Nicolás Kamien y Liliana Campo y conviven con algunas primeras audiciones de estos jóvenes intérpretes-compositores.
En todas, el piano es utilizado en todos sus registros con su enorme variedad de timbres. Con todos los recursos de la historia del repertorio pianístico en sus manos pero a distancia prudencial de las gastadísimas fórmulas del jazz, la improvisación se cuela en algunas interpretaciones, sin jamás invadir la forma, machacar el ritmo o debilitar la armonía.
Entre arpegios y disonancias, la acentuación cambiante de La enroscada, chacarera de Andrés Pilar, no da tiempo para aflojarse. Los trinos en Quisiera fuera mi niño, el gato de Omar Moreno Palacios que versiona Gangi, parecen recrear la alegría o, más precisamente, la risa cantarina de un chico en pleno juego. El mismo Gangi cierra el disco con una interpretación de Taquito Militar. La sensual demora del tiempo, el justo repiqueteo en el registro sobreagudo y el oportuno canto de las notas graves restituyen a la milonga toda su chispa y sensualidad.
Especial para Clarín
La pianista Hilda Herrera es heredera de una tradición que recorre desde la picardía percusiva de Adolfo Abalos hasta la fineza instrumental de Carlos García, además de su mejor difusora.
No sólo porque es -como lo atestiguan Yupanqui en Piano, La Diablera y Señales luminosas, los discos en los que redescubre los clásicos al tiempo que introduce piezas notables de su propia cosecha- la mejor intérprete actual de nuestro folclore al piano, sino porque desde siempre ha sabido compartir toda esa riqueza musical con quien estuviera dispuesto a escucharla en un aula. Herrera espantó la timidez adolescente de sus alumnos del Instituto de Libre Enseñanza para imprimir en sus cuerpos el ritmo de las danzas. Con la misma fuerza se resignó estoicamente al cargo no docente que la burocracia de un conservatorio le asignó. Enseñar es para ella tan vital como escribir e interpretar.
Hace ya quince años que abrió un curso de folclore; en un principio estaba destinado cualquier tipo de instrumentistas y desde 2002 es exclusivo para pianistas. Su nombre es CIMAP (Creadores e Intérpretes de la Música Argentina en Piano), y allí se toca, se discute repertorio, arreglos, técnica y se preparan los conciertos que todos los viernes a las 20.00 se ofrecen en la sala Guastavino del Instituto Nacional de Musicología.
Argentina desde el Piano. Huellas, es el nombre del segundo disco que produjo CIMAP. Si el primero documentaba el eclecticismo instrumental de los primeros tiempos, el segundo muestra el enorme crecimiento de los jóvenes intérpretes.
Las piezas de Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui, Omar Moreno Palacios, Ariel Ramírez, Edgar Spinassi y Tránsito Cocomarola, entre muchos otros, reconocidos y no tanto, brillan en las versiones de Andrés Pilar, Matías Martino, Sebastián Gangi, Lisandro Baum, Nicolás Müller, Luis Gonzalo Melicchio, Gretel Cortés, Nicolás Kamien y Liliana Campo y conviven con algunas primeras audiciones de estos jóvenes intérpretes-compositores.
En todas, el piano es utilizado en todos sus registros con su enorme variedad de timbres. Con todos los recursos de la historia del repertorio pianístico en sus manos pero a distancia prudencial de las gastadísimas fórmulas del jazz, la improvisación se cuela en algunas interpretaciones, sin jamás invadir la forma, machacar el ritmo o debilitar la armonía.
Entre arpegios y disonancias, la acentuación cambiante de La enroscada, chacarera de Andrés Pilar, no da tiempo para aflojarse. Los trinos en Quisiera fuera mi niño, el gato de Omar Moreno Palacios que versiona Gangi, parecen recrear la alegría o, más precisamente, la risa cantarina de un chico en pleno juego. El mismo Gangi cierra el disco con una interpretación de Taquito Militar. La sensual demora del tiempo, el justo repiqueteo en el registro sobreagudo y el oportuno canto de las notas graves restituyen a la milonga toda su chispa y sensualidad.
Fuente: Clarín
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