En Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, que se estrena mañana en el Teatro San Martín, el autor francés imaginó a cinco mujeres que giran alrededor de una ausencia. “Piensan y hablan, sin dejar de hacer”, dice Galazzi.
Por Hilda Cabrera
Imagen: Sandra Cartasso
Ese hermano que recordaban perplejo ante una situación injusta apareció un atardecer en la casa familiar. Luego de la ausencia de años que sobrevino a la furia del padre que lo echó, regresaba maltrecho y silencioso. Así se desplomó en el vano de la puerta. El padre –con quien tantas veces discutió fiero– había muerto, pero quedaban las mujeres: madre, abuela y tres hermanas. ¿Qué siguió al dolor de la partida? ¿Qué sostuvo a las mujeres en la espera? ¿Qué delito cometió el hermano tan violentamente echado por el padre? ¿Ellas lo defendieron? ¿Las cacheteó el padre? En Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, obra del francés Jean-Luc Lagarce, que se estrena mañana sábado en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, los interrogantes no tendrán respuesta. La directora Stella Gala-zzi –también actriz, pero no en esta obra– señala el ocultamiento como una actitud normal en el seno de toda familia, así como el armado de cada integrante de un rompecabezas personal sobre el pasado. “Tomo básicamente aquello que en la obra se relaciona con la necesidad de crear algo que justifique la propia existencia. La espera de estas mujeres es una creación, como lo es la proyección que hacen sobre un futuro posible que incluya al hermano. Ellas lo quieren en la casa”, puntualiza.
–¿Por qué en todo grupo de mujeres aparece algún elemento siniestro?
–En esta situación, lo siniestro es el hecho de que el hermano regrese, no hable y se desplome. Pero si lo siniestro aparece entre mujeres es también porque ellas no lo niegan, lo reconocen, y hablan, discuten o pelean. Es raro hallar ese comportamiento en el varón. Aquí, el hermano, por ejemplo, cae sin decir palabra, y el padre, después de aquella pelea, decide apartarse de las mujeres y guardar silencio hasta su muerte. En general, el varón no sabe qué hacer con su dolor; la mujer, en cambio, parece hallar en el dolor una manera de motorizar una continuidad, aunque sea un poco dañina, y de ninguna manera la mejor, pero intenta ir hacia adelante.
–¿Qué opina de la sensibilidad de Lagarce respecto de lo femenino?
–En ésta y otras obras demuestra que es un tema que conoce en profundidad, como el de la huida y la muerte. Pensemos que escribe esta obra en 1994 y muere al año siguiente. Con este trabajo completa una trilogía, en la que está Apenas el fin del mundo, obra que dirigió Cristian Drut en Espacio Callejón. Allí, un hombre regresa a la casa familiar para decir que va a morir, pero encuentra que todo sigue igual, se silencia y parte. En Estaba en mi casa... directamente no habla y cae. Lagarce es un autor complejo y su obra poético-filosófica tiene en cuenta el factor psicológico, pero no lo coloca en primer plano. El aspecto filosófico en cambio tiene un peso tremendo. Uno puede asociar esta situación con la que nos plantea Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Aquí Godot tiene nombre, es el hermano, el hijo y el nieto que estas mujeres esperan desde hace años. La acción gira siempre alrededor de la pérdida y de la muerte, que no es totalmente cierta porque el que regresa está dormido; sigue vivo.
–Y lo imaginan dentro del futuro familiar, aunque dudan. La madre cree escuchar un ruido que llega de la habitación. El espectador no sabe si ese ruido es el de un despertar o una agonía.
–Lagarce nos deja con la incertidumbre.
–¿La espera es aquí sinónimo de inmovilidad?
–Acá se da algo semejante a lo que hablábamos sobre la actitud ante el dolor. Estas mujeres “crean” la espera y aceptan la inmovilidad, que en este caso significó adoptar una postura que las mantuvo aferradas al recuerdo del hermano y les permitió evitar relacionarse con los habitantes del pueblo, a los que consideran vulgares. Este comportamiento las mantiene reunidas en esa casa, de la que no quieren irse porque la sienten propia. Creo entender esto. Soy de Zárate, donde hacía teatro y había formado un grupo, La cocina. Cuando comparaba lo que se podía hacer en Buenos Aires y en Zárate era consciente de las limitaciones, pero no me iba. Cuando decidí instalarme en Buenos Aires tenía 35 años. Se daban las condiciones, y me animé. En mi ciudad, el teatro no tenía el peso de una profesión y debía trabajar en muchas otras cosas para sostenerme y seguir con lo que realmente me gustaba.
–¿Su primer trabajo en Buenos Aires fue su participación en Paso de dos, de Eduardo “Tato” Pavlovsky?
–Estudiaba con Laura Yusem y ella me llamó para hacer una voz grabada. Le gustó mi trabajo y después quedé. Entonces iba y venía de Zárate a Buenos Aires. Terminaba la función a las doce y llegaba a mi casa a las dos de la mañana. Dormía muy poco. Mis chicas iban al colegio y seguían en Zárate. Me establecí en Buenos Aires después de mi actuación en Antes del retiro, una obra de Thomas Bernhard que estrenamos en el Teatro SHA.
–Una puesta arriesgada, por la obra y por la cercanía del atentado a la AMIA. Se estrenó en octubre de 1994, tres meses después del atentado...
–Había un control estricto. Estaban Rita Cortese, Héctor Bidonde y nos dirigía Laura Yusem. En algunas funciones teníamos cinco o seis espectadores. La gente seguía atemorizada, pero habíamos decidido hacerla igual para demostrar que no nos amedrentábamos. Fue una producción importante, con escenografía de Graciela Galán, luces de Jorge Pastorino, música de Claudio Koremblit...
–En cuanto a Estaba... ¿cuál fue su idea de puesta?
Fuente: Página 12
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