martes, 6 de abril de 2010

El Teatro Colón vuelve a vestir su telón

En pleno trabajo. Los técnicos especialistas en medio de la tarea de restauración de los célebres paños. Aunque su aspecto es inmejorable, es una incógnita su impacto acústico.

El centenario telón de la primera sala nacional volvió a colocarse en el escenario. Se lo ve completamente nuevo, pero no se conoce aún su impacto en la acústica del coliseo. Algunos motivos para la esperanza y, también, para la desconfianza.

Jaime Botana

Esta página es testimonio de una noticia extraordinaria, muy esperada por nosotros para celebrar con hechos estos días de Pascua de Resurreción y de Pésaj: el Colón ha dado un paso esencial en su inmensa tarea de reconstrucción y ha montado –después de cinco meses de trabajo artesanal que exigió el desarmado, la limpieza, la restauración de los bordados, la restauración del terciopelo y el armado final– el glorioso telón que, a pesar de no ser el original de la sala, es el que siempre hemos asociado a ella y el que es símbolo del Teatro en el mundo. Un ejército de expertos se encargó del desarmado y del armado: cuatro por hoja se ocuparon de la limpieza, seis tuvieron a su cargo la restauración de los bordados y cuatro, la restauración del terciopelo.

El telón está formado por dos hojas. Cada una de ellas pesa 700 kilos y mide unos 20 metros de alto, 12 de los cuales son de terciopelo y 8, de lona. La superficie total de cada hoja es de 360 metros cuadrados. Para poder colgarlo, participaron una veintena de personas, guiadas por Norberto Conde, el encargado de Maquinaria Escénica del Teatro Colón.

Las tareas de restauración se llevaron a cabo en la Sala de Ensayos 9 de Julio del Teatro Colón y estuvieron a cargo del arquitecto Francisco López Bustos, quien asegura que “el telón es de una calidad excepcional. Desde el primer momento me di cuenta de que tenía mucha vida por delante. De todos los textiles es el que mejor ha resistido”. En efecto, una noticia mayor, que augura aún muchos trabajos completados más, y que recibimos con un suspiro de alivio: algunas cosas andan en la Argentina.

Quedan pendientes algunos datos cruciales. La acústica de la sala encabeza la lista de teatros famosos por su sonido, en compañía de la ópera de Viena, la Scala de Milán y el Teatro de los Festivales de Bayreuth. Esto es más que una opinión: es un hecho comprobable y aceptado –con admiración teñida de alguna renuencia– por sus pares. Un sonido de altura media resuena (resonaba...) en el aire del Colón durante 1,8 segundos. Un índice ideal tanto para la ópera (ideal italiano) como para la palabra hablada (ideal francés), ya que el Colón fue creado también para el teatro de prosa. Una permanencia mayor en el aire haría superponer los sonidos con ecos, como sucede en las iglesias, y un índice menor no transmitiría la elocuencia del sonido emitido. Expertos de todo el mundo viajaban a Buenos Aires para tratar de desentrañar la fórmula de su perfección, que sigue envuelta en el misterio.

Hay razones que ayudan, aunque sea parcialmente, a explicarlo: en primerísimo lugar, la elusiva suerte; luego, la nobleza de los materiales usados en la construcción; la ausencia de ángulos rectos en la sala, y una razón casi esotérica: la presencia de una corriente de agua en las profundidades del edificio. Uno de nuestros arroyos –que por otra parte nos han dado tantos disgustos con su incontenible desborde– ha sido solidario con el Colón.

Bien lo sabían los antiguos griegos, que construían sus anfiteatros asegurándose de la presencia subterránea de las benefactoras corrientes de agua, como en el asombroso Epidauro.

Hasta que no se mida el sonido y su categoría acústica (que deberíamos estar en condiciones de conocer, ya que las pruebas se hicieron el miércoles a la noche, con el telón ya colgado), no sabremos con exactitud si seguimos teniendo la supremacía mundial en este tan esencial rubro.

Un aspecto de la máxima importancia es si la minuciosa limpieza ha afectado el sonido: el polvo levantado por tantas faldas señoriales y botas guerreras ha sido absorbido en gran proporción por el telón y puede haber incidido en la portentosa transmisión del sonido. Prácticamente todos los teatros del mundo cuentan con un simple sprinkler, que produce una tenue garúa que aplaca el polvo (que por otra parte produce constantemente alergia en los cantantes, que se han quejado sistemáticamente –sin resultado– a las múltiples autoridades). Señoras y señores responsables de la restauración: no olviden el sprinkler.

En el pasado, gran parte de la escenografía era izada dentro de la enorme chimenea que es el escenario, e incidía fuertemente en que el sonido rebotara y se proyectara a la sala. Su presente ausencia también puede haber ayudado a modificar la proyección del sonido.

Los espacios abiertos en los muros de la platea por razones de seguridad (ya que hasta ahora un principio de incendio hubiera sido una trampa mortal y, si no se han tomado los indispensables recaudos, lo sigue siendo en las localidades altas) aparentemente se contraponen a los planos originales, etc. Obras del pasado nos advierten acerca de lo celosa que es la sala en cuanto a modificaciones: en un momento dado, la cúpula fue rellenada de telgopor por exigencias de una restauración, y la sala enmudeció por completo. Claro que fue sólo un susto pasajero, que se esfumó apenas la cúpula fue vaciada, pero la obra actual ha producido cambios que no tienen marcha atrás.

El suspenso, entonces, continúa y sólo el 24 de mayo sabremos el final de esta larga historia. El telón, en maravilloso estado, nos asegura esplendor. Faltan todavía algunos aspectos de la más alta importancia. A cruzar los dedos.

Fuente: Crítica

No hay comentarios: