lunes, 5 de abril de 2010

Dime dónde prefieres sentarte

Por Ernesto Schoo

Tiempo atrás, el Guardian de Manchester hizo una encuesta entre sus propios críticos de teatro y entre sus lectores, sobre el tema: ¿dónde le gusta sentarse cuando va al teatro? Quizá la cuestión parezca ociosa, pero tiene su miga. Por un lado, están los espectadores habituales (cuyo número es relativamente reducido, si se lo compara con los del cine y la televisión), los más proclives a preferir determinada ubicación, ya fuere porque desde ahí ven mejor, u oyen mejor. El problema de la audición es fundamental: varios amigos y conocidos de mi edad, o cerca, confiesan no ir más al teatro porque les cuesta oír lo que dicen los actores. Las causas parecen ser dos, básicas: hay salas con mala acústica ?en casi todas existe una zona irremediablemente "sorda"?, y hay actores, sobre todo los más jóvenes y surgidos de la televisión, a quienes no se les entiende una palabra. Este no es un problema en la TV, donde tanto da entenderles o no, pero cuando se trata de textos valiosos la comprensión es fundamental.

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Hay espectadores que se desesperan por sentarse en primera fila (lo mismo ocurre con la ventanilla del avión, algo para mí incomprensible), lo que personalmente detesto, porque destruye la ilusión creada por la distancia, la escenografía y las luces, y me permite comprobar que las suelas de los zapatos de los actores son flamantes, hasta en personajes que vienen de un largo trajinar. En general, tengo la impresión de que el espectador promedio (suponiendo que esa entelequia exista) prefiere siempre de la mitad de la sala hacia adelante, pero no mucho, y en mitad de la fila. La fila cinco es la ideal para mí, y si es posible en punta de banco, para salir rápidamente y soslayar la habitual pregunta: "¿Qué le pareció?" He observado también que en las noches de estreno a los críticos nos sientan, o bien todos juntos, o bien desparramados, para que no intercambiemos opiniones.

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Tal vez la encuesta del Guardian parezca una indagación frívola, pero tiene mucho que ver con uno de los temas más complejos de estos tiempos: el arte de convivir en multitud. Porque a veces le toca a uno, en la butaca contigua, un espectador en exceso movedizo, o parlanchín, o que invade el posabrazos que debemos compartir, o que mastica con denuedo el pochoclo, o el crocante. O, en la fila de adelante, alguien de talla excesiva. En cuyo caso, invoco siempre a la Reina de Corazones en la Alicia de Carroll: "¡A todo aquel que mida más de un metro cincuenta, córtenle la cabeza!"

Fuente: La Nación

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