Pelear por una mejor educación fue sinónimo de una granada en la cabeza
Fue un 4 de abril de hace tres años. Su nombre se convirtió en un símbolo y desde entonces, decir Fuentealba es decir lucha, educación, dignidad, militancia, represión, fusilamiento, justicia.
Se llamaba Carlos y era maestro en su provincia natal Neuquén. El miércoles 4 de abril de 2007, mientras resistía junto a cientos de compañeros docentes en reclamo de la dignidad que la profesión merecía y que el gobierno provincial no le daba, un policía, que se extralimitó en su accionar pero que respondía a órdenes precisas, lo mató al arrojar una granada de gas lacrimógeno a un auto que ya se retiraba del corte de ruta que habían realizado los maestros. Fue, argumentaron, una “medida disuasiva” y no fue otra cosa que un asesinato, un fusilamiento, el acto extremo de una represión perfectamente planeada para poner “orden a aquel caos”.
Carlos Fuentealba murió al día siguiente por hundimiento de cráneo y pérdida de masa encefálica, después de que los médicos trataran infructuosamente de salvarle la vida. Aquel disparo artero, cobarde, injustificable, le había arrancado la vida a un maestro que había osado reclamar por sus derechos, que pedía mejores salarios, mejor educación, que luchaba para que sus pibes estuvieran mejor educados para hacer un país mejor al que él habitaba.
José Darío Poblete fue el autor material del disparo que se llevó para siempre al docente: hoy purga una condena a cadena perpetua.
Jorge Sobisch, el gobernador de entonces, fue el responsable político de la orden de represión: está libre pero carga con el peor de los escarnios, el desprecio popular.
Hoy, a tres años, sus compañeros, los que lo lloraron entonces y lo extrañan hoy, siguen clamando por justicia. No ya para el autor material de semejante horror, sino para que paguen también los que hicieron de la represión un acto de gobierno. “¡Ayudanos a lograr que el responsable político vaya preso!” reza un pedido del gremio que nuclea a los maestros en Neuquén, la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN). Se pide que cada docente, poniendo nombre y DNI, le pida a los jueces y fiscales provinciales que lleven a juicio al responsable político del crimen.
Pero no sólo en eso están los compañeros de Carlos: irónica y tragicamente, hoy se encuentran en plena lucha salarial, con una huelga que deja sin clases a miles de alumnos y a los bolsillos de los docentes visiblemente afectados por los descuentos.
Pero se mantienen firmes en la lucha. Algunos piensan en el corte de ruta, pero el recuerdo del compañero muerto en ese mismo lugar los aterra y los hace barajar otras alternativas. Una de las que más consenso tiene es la de adherir al paro y no firmar la asistencia, pero atender a los chicos que vayan a la escuela.
Para una y otra cosa, la defensa de sus derechos y la educación a sus alumnos, los guía la figura de Carlos.
AQUEL DÍA FATAL. En el marco de una huelga del sindicato docente ATEN que llevaba ya varias semanas, se decidió hacer un corte en la ruta 22, a la altura de Arroyito, el miércoles 4 de abril de 2007. Era una medida de protesta más dentro de un plan de lucha de masivo acatamiento. La decisión fue tomada en asamblea por la mayoría de los afiliados al sindicato. Fuentealba, contó Página 12, no compartía la decisión de hacerla en ese lugar porque lo consideraba peligroso, pero accedió a la voluntad de la mayoría. Ese mismo día, la policía provincial recibió la orden del gobernador Sobisch de impedir que los manifestantes cortaran la ruta: había que garantizar el libre tránsito en la misma.
Al llegar al lugar, un ejército de policías los esperaba a los docentes. Y antes de que se efectivizara el corte de ruta, fueron desalojados con balas de goma, gases lacrimógenos y un carro hidrante en dos ocasiones. Muchos se refugiaron en una estación de servicio cercana, otros corrían por el campo escapando de la nube blanca, unos cuantos eran perseguidos por policías a pesar de haberse retirado de la ruta. Tras una conversación entre dirigentes y policías en la estación de servicio, se detuvo el accionar policial y los docentes empezaron a retirarse en grupo, a pie y en autos, escoltados por camionetas policiales. Luego, sin aviso, las camionetas policiales se adelantaron a la caravana, encerrándola y reanudaron el uso de la fuerza.
Fuentealba se encontraba en el asiento trasero de un auto Fiat 147 que se retiraba del lugar, cuando el policía Poblete, integrante del Grupo Especial de Operaciones Policiales (G.E.O.P.) de Zapala, disparó una granada de gas lacrimógeno hacia el auto, que se encontraba a unos dos metros de distancia. El cartucho de gas lacrimógeno atravesó el vidrio del vehículo e impactó en la nuca a Fuentealba, causándole las heridas mortales. La cobarde y salvaje represión había surtido efecto: no había corte de ruta. Pero la sinrazón había ganado: un docente había muerto.
MAESTRO A LOS 38. Carlos Alberto Fuentealba había nacido en 1966, dentro de una familia muy pobre, cerca del lago Lanín, en San Martín de los Andes. En esa ciudad llegó a hacer la escuela primaria y la secundaria llegó varios años después, en un industrial de Neuquén capital. Ahí se recibió de técnico químico, empezó a trabajar para mantenerse y como pudo intentó empezar a ser docente. Ésa era su pasión.
En los años que siguieron, con un país cíclicamente en crisis, hizo de todo: trabajó en un laboratorio, en un supermercado y en una fábrica de jugo. Mientras tanto, viajaba en bicicleta para costearse los estudios: lo obsesionaba la docencia.
Pero nunca dejó de tener perfil militante. Pasó por el MAS y por la lucha sindical.
En 2005, a los 38 años, logró lo que tanto quería: comenzó a trabajar como profesor de química en uno de los barrios más pobres de Neuquén. Allí fue elegido por sus compañeros como delegado sindical.
Un año después, recibió el premio como el “Rey del Colegio” por ser el mejor profesor, distinción otorgada nada menos que por los estudiantes.
Cuando la muerte se lo llevó, Carlos tenía 40 años, dos hijas (de 10 y 14 años), apenas un par de años de docente recibido y miles de sueños por cumplir. Sólo uno lo desvelaba: educar.
En todos esos años, de todos modos, hizo de su entrega un compromiso. Con su mujer, Sandra, la que lo sigue llorando y la que sigue clamando justicia por su caso, compartieron los acuerdos por ése y por otros muchos piquetes, con turnos alternados para cuidar a sus hijas. Ese miércoles fatídico volvieron a turnarse. Ella se quedó en casa, él se fue. Ninguno de los dos sabía que era para siempre.
Pasaron tres años y aún se pide prioridad para la educación. Paradoja del destino, hoy en Neuquén comienza un paro de tres días en reclamo de mejores salarios. Con Carlos Fuentealba como bandera.
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