miércoles, 21 de abril de 2010

Brenda Angiel: en el aire

Justificar a ambos ladosFoto: Guillermo Rodriguez Adami

Precursora de la danza aérea, convocó más de 60.000 espectadores en el Festival de Teatro de Bogotá. Y ahora se le anima al tango.

Por: Camilo Sánchez

Cuando estrené, en 1995, en el Centro Cultural Rojas, Tres partes y una pared, tuve que resolver un espacio escénico de tres frentes. Al terminar ese trabajo me pasó, como me sigue ocurriendo ahora también, el vacío después de terminar una obra: el tiempo en que parece que ya nada nuevo se te va a ocurrir. Cuando decantó ese tiempo, me di cuenta de que, sin buscarlo, por necesidad de esos planos escénicos y de disposición de la sala, había habitado un mundo inexplorado hasta ahora: el de la danza aérea.

Estudié danza contemporánea en Nueva York, en la escuela de Alwin Nikolais. Un maestro procesa lo que sabe y lo transforma. Por eso, estudiar con Nikolais era, a la vez, formarte con quienes él se había formado: Martha Graham, Doris Humphrey, Charles Weidman, Louis Horst y Hanya Holm. Nikolais había desmenuzado mucho el lenguaje de la danza. Años después en un libro vi una foto de un trabajo suyo, de muchos años atrás, que ponía a una bailarina en el aire. Hasta con esta cuestión de la danza aérea había experimentado él, pero nunca me lo había dicho cuando tomé sus clases.

No había nadie, cuando empecé, quince años atrás, haciendo danza aérea y me pareció que casi era una obligación darle continuidad: algo así como la responsabilidad de haber encontrado un formato y tener que seguirlo. Algo así como que si no quisiera hacerlo, tendría que hacerlo igual. Indagar en un tema muchas veces es invadirte por ese tema. Y así fue: casi sin querer. No podía abandonar el espacio aéreo y volver al piso.

Los descubrimientos escénicos se me ocurren, siempre, en medio de los insomnios.

La incursión tanguera fue creciendo en mi obra. Había algunos tangos en Air Condition y el tango ocupó todo el espacio de mi última obra, 8cho. Me habían hecho una propuesta para un festival: ¿y si me mando hacer todo tango?, pensé. Hay desde clásicos como Rosas de otoño o la milonga Taquito militar hasta un tango electrónico. Puse una orquesta típica detrás, con otros instrumentos. Mis músicos, que son más conservadores, me dicen que algunos tangueros me van a maltratar. Yo, en broma, les respondo que hasta que mi foto no aparezca al lado de Gardel en Cafetín de Buenos Aires, no paro.

Los alumnos te enseñan. Una de las cosas, por ejemplo, es a encontrarle el punto justo entre los que ellos vienen a buscar y lo que vos podés darle.

El trabajo del artista es un trabajo de hormiga. Hay que caminar despacio y tener mucha paciencia.

He tenido consultas con algunos milongueros para "8cho". Lo más importante es mantener la esencia de lo que es el tango. Y para eso hay que contar con un hombre y una mujer, una postura y una actitud. No hay que ir a buscarlo. Y algunos que participan en el show y habían pasado por la milonga se recopan: nunca pensaron en las posibilidades de la danza aérea tanguera.

Nunca he tenido giras de más de tres semanas: extrañaría demasiado a mis hijas. Cuando viajo me hacen canciones y en las letras me piden por el regreso.

Hice toda la escuela de Ana Itelman. Y fue un lujo porque, más allá del enorme caudal técnico, lo que me transmitió fue la pasión por lo que uno hace.

El hecho de estrenar "8cho" me permitió no seguir retocando Air Condition, que estrené cinco años atrás.

Extraño bailar. Pero, para crear y dirigir, necesito estar afuera para no perderme. En todos lados no se puede estar: me alejé para poder ver lo que hago. A veces, como sucedió en el Festival Iberoamericano de Bogotá, me doy el gusto. Hice algunas pequeñas participaciones en Air Condition y me divertí mucho. Después, me duele todo. Pero me doy el gusto.

Fuente: Clarín

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