lunes, 15 de marzo de 2010

Pasaje a la intimidad

Justificar a ambos ladosDE LA SERIE Castillo Immendorf.

El trabajo reciente de Remo Bianchedi muestra una evolución desde su obra anterior, más conectada con lo histórico y social, hacia un mundo más personal.

Por: Ana María Batisttozzi

Han transcurrido casi quince años desde aquel invierno de 1995 en que Remo Bianchedi ocupó la sala mayor del Centro Cultural Reco­leta con un conjunto de pequeñas pinturas escasamente iluminadas y ubicadas por debajo de la altura media del espectador, que fueron presentadas bajo el inquietante tí­tulo De niño mi padre me comía las uñas . Por entonces, la sala no se llamaba todavía Cronopios y el conjunto –una gran instalación hecha de esas diminutas pintu­ras que reiteraban con leves dife­rencias el mismo esbozo de una figura humana– ponía en jaque al espectador. Lo incomodaban la iluminación, la ubicación de cada pieza y los textos diminutos que en cada caso resultaban difíciles de leer.

El año anterior, en 1994, Bian­chedi lo había importunado de manera similar. En ese caso fue una instalación de telas pintadas que colgaban en el centro del Palais de Glace y unas pequeñas pinturas ubicadas en el perímetro frente a una silla vacía. Aquí esta­ba obligado a tropezar con las telas u ocupar la silla si estaba interesa­do en verlas. El título tenía que ver con el vacío corporal dominante en las figuras que se repetían en uno y otro caso Como un cuerpo ausente .

En ambas exhibiciones el ar­tista utilizaba como módulo esa figura apenas esbozada que repe­tía una y otra vez y ocupaba con él grandes espacios de exhibición. Esa repetición casi obsesiva le servía para poner en escena la cuestión del cuerpo y el poder. De hecho en Como un cuerpo au­sente era imposible no evocar el Siluetazo , la acción multitudinaria que, en reclamo por los desapare­cidos, organizaron los organismos de derechos humanos en 1983. La reflexión sobre la pérdida de iden­tidad que persiguen los castigos corporales no era nueva en la obra de Bianchedi, ya estaba presente a comienzos en las series Retra­tos de docentes de la Bauhaus , de 1992, y en La noche de los crista­les , de 1993. Si bien ambas esta­ban referidas a dos acontecimien­tos de la historia de la Alemania nazi, la conexión con el aparato y las acciones represivas que afec­taron de manera generalizada a nuestro país era innegable.

La figuración que el artista elegía –un rostro y un cuerpo vaciado–, operaba en el sentir de una sociedad que no acaba de recuperarse de las secuelas de la dictadura militar. Importunar al espectador era ponerlo frente a esa circunstancia individual y co­lectiva que era preciso digerir.

Lo que ocurre ahora con la ocu­pación que Bianchedi realiza de Cronopios es distinto, aunque el sistema de módulos figurativos se mantenga intacto en las diversas series de pinturas y dibujos que articulan sus diversas composi­ciones. No sólo porque ha pasado el tiempo, sino porque el espec­tador no es perturbado para na­da. Se trata de la intimidad del artista llevada a distintas escalas, surgida de las reflexiones que registra en las libretas que des­de hace tiempo le acompañan. Bianchedi, que desde hace años vive en la sierras de Córdoba y se enfrenta diariamente al paisaje, pareciera concentrado en un pai­saje interior, construido desde la historia del arte.

"Dibujar es hacer que algo ocurra. Volver a las antiguas imágenes. No hay nada que in­ventar. Arte es construcción, es el Regreso del señor Lafuente", escribe en uno de los textos ci­tados en el impactante libro que editó la Fundación Mundo Nuevo. El señor Lafuente es un personaje de ficción que obser­va, como el artista y los espec­tadores condescienden muchas veces. Una figura reclinada que se repite en otra serie llamada En el observatorio del mundo y similar a otra que aparece en En la otra orilla . Todos estos dibu­jos sobre papel, en palabras del artista, están unidos por el sim­bolismo del viaje.

Está la serie del Castillo de Immendorf en la que nueva­mente irrumpe en su obra la Alemania nazi. Una pintura co­lage sobre papel, pegada sobre madera, que refiere al incendio del castillo provocado por los nazis para evitar que obras de Gustav Klimt y de otros sim­bolistas alemanes cayeran en manos soviéticas. Y también los retratos del "espíritu del tiempo" que configuran, en palabras del artista, "una mirada dialéctica entre artista y retratado" que los convierte en objetos y sujetos del tiempo.

Imposible no comparar este comentario con la experiencia que proponían De niño mi pa­dre me comía las uñas o Como un cuerpo ausente , donde el observador molestado se invo­lucraba en la constitución del sentido de la obra. De manera que la experiencia estética ya no dependía de la revelación formal del objeto ante sus ojos, sino de cómo interpretaba cuestiones que lo rozaban desde su propio horizonte histórico.

Fuente: Revista Ñ

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