jueves, 25 de marzo de 2010

Luces y sombras cerca del Colón

Por Pola Suárez Urtubey

En momentos en que se trabaja a pleno en el Colón para llegar al 24 de mayo, los técnicos, al caer la noche, hacen sus pruebas de iluminación de exteriores, tanto como para que nadie deje de advertir que se está ante uno de los acontecimientos de Buenos Aires. Es decir, la esperada reapertura del teatro.

Sin embargo, inquietan sus aledaños, es decir la plaza Lavalle, en su tramo intermedio (entre Tucumán y Viamonte), ese espacio verde que sirve, o debería servir, de espléndido pórtico para acceder al edificio. Y son justamente perturbadores porque ahí mismo, a 50 metros de la puerta de ingreso, existe desde el año pasado un asentamiento de gente sin techo. Digamos que la disposición de ese sector lo convierte en un lugar posible para tal destino, ya que de un antiguo diseño versallesco sobreviven paredes de ligustro, de las varias que decoraban el viejo trazado y que luego a ningún responsable de los espacios públicos se le ocurrió retirar. Esto significa que se levantan a su vera toldos hechos con trapos y plásticos, sostenidos con cajones, chapas viejas, ladrillos, a los que se añaden colchones y cacerolas que se desparraman alrededor de la fogata nocturna. Desde luego la situación es durísima para esos seres humanos, acosados además por las constantes lluvias de estos últimos meses.

Es con esto con lo que se encontrarán los que lleguen a la inauguración del Colón, entre quienes estarán periodistas gráficos nacionales y extranjeros, quienes sin duda no perderán la oportunidad de mostrar ante el mundo esta situación, insólita en relación con los grandes centros de ópera. Pero ésa es, como todos sabemos, nuestra realidad actual.

* * *
Sin embargo hay otra realidad, que debemos defender con uñas y dientes. Y es la de nuestro teatro lírico, fruto de una cultura celosamente edificada desde hace casi 200 años. Fue en 1825 cuando Rivadavia contrató a cantantes que llegaban a Brasil atraídos por el emperador Pedro I y permitió que el 3 de octubre se viera por vez primera una ópera en un escenario. Se trataba de El barbero de Sevilla de Rossini. Desde entonces nuestra ciudad se ha convertido en un poderoso emporio musical, donde miles de personas mantienen y usufructúan lo que es derecho de todo ciudadano libre, el derecho a gozar y alimentarse con el arte de todos los tiempos. Le corresponde a Mauricio Macri y a sus funcionarios poner las cosas en su lugar, y buscar soluciones para que cada uno encuentre una respuesta a sus propias necesidades materiales, pero también a sus legítimas aspiraciones espirituales. Esperemos, eso sí, que el procedimiento no llegue sólo para cubrir las apariencias durante la semana de festejos y luego siga todo igual.

Fuente: La Nación

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