viernes, 26 de marzo de 2010

“Las historias tal como son”

CHICOS › GUSTAVO MONJE Y GISELLE PESSACQ PRESENTAN LOS FABULOSOS GRIMM

El espectáculo rescata una vez más los cuentos de Jakob y Wikhelm Grimm, pero maquillados con la estética de los años ’20. Una película de cine mudo, un radioteatro, un vaudeville y un varieté son los soportes para otro descubrimiento de los clásicos.

Por Sebastián Ackerman

Los cuentos de los hermanos Jakob y Wikhelm Grimm atravesaron generaciones sin perder actualidad: “Caperucita roja”, “La Cenicienta”, “Hansel y Gretel” y “Blancanieves” son algunos, aunque son más conocidos hoy por la pantalla grande que por su origen, las leyendas populares del siglo XIX. Gustavo Monje y Giselle Pessacq eligieron cuatro de esas historias para llevar al escenario: “Una de las cosas que nos atraía era conocer y trabajar con las leyendas tal como eran”, recuerdan a dúo ante Página/12. Monje continúa: “En ‘El rey rana’, lo que nosotros conocemos es que la princesa le da un beso y él se convierte en príncipe. Y no es así. El cuento real es que la princesa se cansa de la rana y lo tira contra la pared, y la rana ahí se convierte en príncipe. Eso nos divertía: contar las historias como son”, dicen sobre la selección que hicieron para Los fabulosos Grimm, que se presenta sábados y domingos a las 16.45 en el C. C. de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).

Esa selección está acompañada por una estética de la década del ’20, con una puesta en la que cada cuento es desarrollado con una forma artística de esos años: así, “Rapunzel” es una película de cine mudo expresionista; “La chica que quería aprender a tener miedo”, un radioteatro; “El rey rana” es contado en un vaudeville, y “El pescador y su mujer”, por medio de un varieté. “Cuando tomamos el material, nos preguntamos si íbamos a hacer una versión más de ‘Rapunzel’, otra versión de ‘El Rey rana’. ¿Qué tenemos para ofrecer de distinto?”, cuenta Pessacq que se preguntaron antes de comenzar los ensayos. Y que ahí fue donde surgió la idea de ver los cuentos como si ocurrieran en 1920. “Entonces, ahí podemos ofrecer una nueva mirada: agregarle nuestra versión en un soporte distinto: estamos contándolos una nueva vez, pero distinto”, se entusiasma.

La estética es una apuesta fuerte del dúo, ya que se aleja de los cánones establecidos en el teatro infantil. “Al ser algo que nació de nosotros, nos gusta a nosotros”, explica Monje. “Hay lugares donde trabajás con gente que te llama y sabés que esas cosas no las hacés. Y queríamos conservar la estética desde lo visual, no llenar de colores aunque sea un infantil. ¿Por qué hay que seguir esas normas de consumismo predeterminadas?”, desafía, y Pessacq recuerda que, luego de un ensayo, su hermano elogió la obra, pero dudaba de que los chicos fueran a “entender” esa estética. “Yo le dije que no sabía, pero que nos interesaba abrirles una percepción a otro mundo que no conocen, para que pregunten. No sabemos a cuántos niveles uno llega”, apuesta. Monje plantea que así es como surge el prejuicio sobre el género, ya que “en teatro infantil también podés hacer un trabajo de investigación profundo. Si fuese una obra para adultos, no nos preguntarían por qué elegimos una estética de los años ’20, pero como es infantil...”, protesta.

Los textos de los Grimm ponen en juego valores de la sociedad de su época, y representarlos hoy plantea un desafío. “No lo hicimos a la manera Disney, sino a la que a nosotros nos pareció interesante”, afirma Pessacq, que ejemplifica: “‘El chico que quería aprender a tener miedo’ nos gustaba mucho, pero es difícil de presentar a un niño. Fue muy lindo buscar cómo contar un cuento de terror: enfocándolo por el lado del humor”, se enorgullece. Para Monje, el desafío fue contar los textos de los hermanos respetando tanto la idea como la trama: “Con los Grimm queremos mostrar eso. Con los años la imaginación se va acotando cada vez más. Hoy es todo más plano. Y contar las cosas como eran es un desafío”, sostiene. Pessacq redobla la apuesta: “Queremos descristalizar esa imagen que hay de algunos cuentos, que pintan al bueno como sólo bueno y al malo como sólo malo... Se los etiqueta de una manera y se dificulta una lectura más profunda, que vaya más allá de blanco o negro”, argumenta.

Volver a recorrer historias que ya conocían fue un descubrimiento, ya que los originales a veces distaban bastante de las versiones que ellos habían conocido. “Cuando fuimos a las fuentes conocíamos los textos, pero si leés el cuento escrito por los Grimm, es muy diferente de los que nos llegaron a nosotros a través de Disney o de distintas reescrituras”, señala Pessacq. Y ambos detallan el caso de “Cenicienta”, donde –en el cuento original– no existe el Hada Mágica. “La inventó (Hans Christian) Andersen y después Disney le puso una varita mágica...”, comparan. Aunque en algunos casos ese respeto por el original se les convirtió en una limitación: llevar al escenario las situaciones planteadas en el papel los obligó a descartar, de entrada, algunos cuentos. “Había algunos que eran fantásticos, pero nos parecía que eran más para cine o películas animadas”, confiesan.

Trabajar para chicos es un placer para ambos, que hacen e hicieron trabajos para adultos, pero la platea de bajitos les deja un dulce sabor. Según Monje, “hay algo que no sé cómo describir pero me gusta, me siento cómodo”. Y además, por otro lado, “el poder de la imaginación es inmenso. Podés ponerte una taza en la cabeza y decir que sos un rey, cosa que con los adultos es mucho más difícil. Tu imaginación se tiene que abrir para que los chicos puedan conectarse con vos, porque se dan cuenta si no estás en sintonía”, asegura, y Pessacq analiza: “El teatro infantil es muy menospreciado, pero yo no sé si todo el mundo se bancaría hacer teatro para chicos, porque es el verdadero aquí y ahora, es la comunicación real que ocurre o no ocurre. El chico, si le gusta, ríe, y si no le gusta lo dice. Es como trabajar sin red”, describe. Y recuerdan un fragmento de su anterior infantil, Tres para el té, en donde citaban al italiano Gianni Rodari: “El decía que el arte debe formar parte de la educación, no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo...”, concluyen.

Fuente: Página 12

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